«Cada bomba aplasta mi corazón», el diario de guerra de Yeva, la niña ucraniana que escapó de Járkov
La pequeña decidió escribir su experiencia desde el primer día de la invasión, que ahora recoge en 'No sabes lo que es la guerra' (Destino)

El 14 de febrero de 2022 Yeva Skalietska se levantó más temprano de lo habitual en el apartamento en el que vivía con su abuela Irina a las afueras de la ciudad ucraniana de Járkov. Era su cumpleaños y no quería perderse nada, ... que 12 años no se cumplen todos los días. Entre mensajes de felicitación y achuchones de sus amigos en el colegio, esperaba ilusionada su fiesta en la bolera. Apenas 10 días después también se levantó antes del alba. Las explosiones de los misiles cerca de su casa le helaron el corazón y tuvo su primer ataque de pánico. Putin había hecho estallar la guerra y, con ella, su plácida infancia.
Cuando bajó al sótano de su edificio para refugiarse, le siguieron dos ataques más, pero reunió el valor suficiente para convencer a su abuela y subir a su casa. Después de hacer la colada y almorzar, cogieron algunas cosas antes de volver al improvisado refugio antiaéreo. Entre el portátil, los lápices y las almohadas, metió su diario. Estaba conmocionada, pero quería plasmar en papel todas las cosas que estaban sucediendo a su alrededor. Había tomado la decisión de vivir y luchar para contarlo.
La embestida le resultó tan dura que a ella le resultaba más fácil escribir sus emociones y el miedo que le generaban las explosiones. «Quería recordar cómo era todo y cuáles fueron mis sentimientos cuando volviera a leer mi diario dentro de diez o veinte años», rememora para ABC Yeva desde su nueva vida. Al cabo de unos días logró salir de Járkov en tren con su abuela Irina. En Úzhgorod, en la frontera con Hungría, coincidió con un equipo de la televisión británica Channel 4 News. Convirtieron su historia en un reportaje y les ayudaron a cruzar toda Europa hasta Irlanda. También le pusieron en contacto con la agente literaria Marianne Gunn O'Connor y el diario de Yeva se acaba de publicar en más de diez idiomas, incluido el español.
Con más de siete millones de refugiados desde el inicio de la invasión (dos tercios de ellos niños, según la ONU), la pequeña jamás pensó que su odisea se convertiría en 'No sabes lo que es la guerra' (Destino). Pero ahora ve el libro como un altavoz: «Espero que así la gente entienda cómo es la guerra en Ucrania. Cuánto miedo genera en los niños como yo y que el mundo entero oiga nuestras voces».
Ese doble impulso, el de enfrentarse a la incertidumbre del terror y el de dar forma a un relato de la guerra, lo han sentido muchos de sus compatriotas adultos, que narran el conflicto en directo a través de 'podcast' y redes sociales. Una vez más se demuestra la teoría del francés Philippe Lejeune. Este especialista en autobiografías ha detectado que tendemos a escribir sobre nosotros mismos en dos momentos: durante la adolescencia y en las crisis, individuales o colectivas.
La necesidad de dejar un testimonio alcanza su cénit en la Segunda Guerra Mundial, donde llega a constituir un género propio, la literatura concentrataria, aquella escrita desde los campos de concentración. 'El hombre en busca de sentido', de Viktor E. Frankl, es su paradigma. Y, por supuesto, también está el diario de Ana Frank. Aunque ella ha logrado escapar del horror del que Ana no pudo, ve lógico que la comparen: «Tiene una edad similar a la mía y también describe su experiencia desde su escondite-refugio y con la guerra», reconoce.
En su libro, Yeva relata la suya fielmente, con una disciplina admirable. Cumple con la misión autoimpuesta día a día, hora por hora, bombardeo por bombardeo, huida tras huida. El momento más doloroso llega cuando un misil impacta en la cocina de su piso. Abuela y nieta se habían refugiado en casa de una amiga, más alejada de la 'zona cero'. No les importaba dejar sus cosas atrás con tal de salvarse, pero albergaban la esperanza de regresar algún día, de volver a su antigua vida. Ahí se dio cuenta de que ya no podrían. «Atacar mi casa es lo mismo que atacar una parte de mí. Me siento como si me estuvieran aplastando el corazón», relata en las páginas. Después de que viera por la ventana a un dron soltar bombas y de escuchar los rumores de que el ejército ruso quería llevar a cabo una matanza de civiles para que Járkov se rindiera rápido, huyeron de la ciudad.

El destino de sus amigos
No ha vuelto a ver a sus amigos. El móvil se convirtió en la única vía de comunicación con ellos, por ello en el libro aparecen con frecuencia las ráfagas de mensajes que se intercambiaban en las situaciones más críticas. Yeva les pidió a sus amigos también que le enviaran sus vivencias en los primeros días para incluirlos en 'No sabes lo que es la guerra'. Cuando las leyó «empecé a entender por lo que habían pasado, por lo que estaban pasando. La guerra nos ha afectado a todos de maneras muy diferentes, y escuchar los relatos de cómo sus vidas han cambiado de repente hizo que me diese cuenta de que no hay dos experiencias iguales en situaciones como esta», explica en el libro.
Algunos de sus compañeros continúan en Járkov, otros se han refugiado en ciudades de Ucrania, otros están en Francia, en Reino Unido, en América... «Están por todo el mundo, pero seguimos manteniendo el contacto. Hablamos cada semana, a veces todos los días. Comentamos cómo está la situación ahora en nuestra ciudad, las noticias, qué es lo que más nos asusta...».
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Pero, con toda la vida por delante, el vocabulario bélico no es omnipresente. «También nos contamos qué queremos hacer, nuestros planes de futuro», cuenta Yeva. Su sueño es estudiar en Oxford y «viajar, ir a ver Londres, Nueva York..., las ciudades más grandes del mundo». Y quizá convertirse en periodista, eso sí, bien alejada de las zonas de conflicto. «La guerra es horrible, no debería estallar ninguna más. Cuando comienza ya no hay vuelta atrás y las consecuencias son terribles», responde con vehemencia. Como a millones de ucranianos, a Yeva y sus amigos les ha tocado pagarlas muy a su pesar, y ella no evita expresar su rabia: «Solo somos niños, ¡y merecemos una vida de paz y de felicidad!».
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