Descubriendo una tumba de hace 4.000 años bajo una casa de la poderosa cultura de El Argar
ABC asiste a la apertura de un enterramiento en la antigua ciudad de La Almoloya
Los ganadores del III Premio Nacional de Arqueología hallan las viviendas de los primeros pobladores de esta urbe situada sobre un cerro en Pliego (Murcia)
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Iniciar sesiónNo habían dado las ocho de la mañana y el termómetro, que ya superaba los 30 grados, prometía asar a fuego a los arqueólogos de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) que habían comenzado su jornada en lo alto de ese cerro murciano situado en ... algún lugar entre Mula, Pliego y Alhama donde hace más de 4.000 años se levantó una ciudad de hasta 200 habitantes hoy conocida como La Almoloya. Había especial expectación en este yacimiento de la cultura de El Argar aquel día. «Mañana abrimos una tumba», habían anunciado la noche anterior con brillo contagioso en los ojos los investigadores del proyecto 'Almoloya-Bastida: poder, género y parentesco en una civilización olvidada de la Edad del Bronce' , flamantes ganadores del III Premio Nacional de Arqueología y Paleontología que concede la Fundación Palarq.
En La Almoloya llevaban documentadas 148 tumbas, además de otras 42 expoliadas, pero en nada había menguado el interés de los arqueólogos por arrancar al cerro más información acerca de este primer Estado del Mediterráneo occidental, que apareció hacia el 2200 antes de nuestra era y 650 años después, hacia el 1550, desapareció misteriosamente.
Habían descubierto el enterramiento prehistórico junto a otra cista algo mayor saqueada por toperos, bajo el suelo de una vivienda a la que llaman coloquialmente 'la casa de los postes'. Era la costumbre entre los argáricos. En esta sociedad que se extendió por un territorio de 35.000 kilómetros cuadrados de Almería, Murcia, Alicante, Granada, Jaén y Ciudad Real, se enterraba a los muertos bajo las viviendas, no en necrópolis apartadas, en ataúdes de piedra formados por grandes lajas de piedra.
Momentos antes de la apertura de la tumba 149, se cruzaban apuestas. «Me juego algo a que será un hombre», bromeaba la investigadora Eva Celdrán. No era una idea descabellada. Durante la limpieza del contorno de la cista habían encontrado un pico hecho con el asta de un ciervo, como los que ya habían hallado antes en las de un hombre y en las de dos niños, y sabían que la tumba databa de la segunda fase de la ciudad (2000-1750 a.C.), el periodo en el que surgió una clase dominante de guerreros.
En los enterramientos masculinos, los cuerpos -que en muchos casos debieron de ser sepultados en fardos, dada la posición forzada de los huesos- se suelen encontrar acostados sobre el lado izquierdo, y algunos de ellos junto a un puñal, otra arma (una alabarda o un hacha) y una vasija de cerámica con una porción de carne. Las mujeres descansaban sobre el costado derecho, algunas acompañadas por un punzón, un puñal y una ofrenda en forma de alimento.
Tras fotografiar la tumba desde un dron y georreferenciarla, Camila Oliart y Miguel F. G. Valério retiraron las dos losas que cubrían la sepultura, bajo la atenta mirada de sus colegas Vicente Lull y Rafael Micó y de Celdrán, que fotografiaba el momento, así como de los jóvenes arqueólogos José Vicente Ávila y Vicente Martínez y del voluntario de la Universidad de Córdoba Marco Mazón. Oliart, la antropóloga del equipo, observó con detenimiento su interior mientras unos y otros se asomaban. «Está muy húmedo», apreció. En aquel pozo de cierta profundidad sólo se distinguía una piedra medio enterrada. ¿Estaría vacía la tumba? «Hemos encontrado algún cenotafio, pero no en cistas», respondió Micó a ABC antes de explicar que «lo mejor para la conservación arqueológica es que todo esté colmatado de tierra que se haya filtrado dentro en esos miles de años y esté todo enterrado«.
Tras constatar que ningún elemento reconocible sobresalía, Oliart anunció: «Vamos a excavar». Y dicho y hecho, se puso manos a la obra junto a Celdrán, removiendo con unos palillos y sumo cuidado la tierra, que después aspiraban. Un método que, según aseguran, es más limpio que el de la brocha en espacios húmedos.
El resto del equipo volvió a la parte sur del yacimiento, la más dañada por las excavaciones ilegales, donde han encontrado hasta un botellín de cerveza 'Estrella de Levante' de entre 1963 y 1972, además de otros objetos anacrónicos que ahora sirven para fechar los expolios. Los destrozos ocasionados por los toperos en sus saqueos convertían esta zona en la más idónea para profundizar hasta los orígenes del poblado argárico, un primer periodo del que apenas han excavado un 5%.
Las casas de los primeros pobladores
«Aquí hemos descubierto estructuras completas de la primera fase, de la más antigua y más desconocida de El Argar«, comentaba satisfecho el catedrático de Prehistoria Vicente Lull, quien no oculta su predilección por estos primeros pobladores de La Almoloya. Según los datos que han podido recabar, estas gentes, aunque más humildes, disfrutaron de mayor igualdad, libertad de movimientos y mejor salud que sus descendientes.
Aún no conocían las marineras, el zarangollo o los paparajotes típicos de la cocina murciana, pero su alimentación fue más variada de las generaciones que les siguieron. Ellos no solo comieron gachas de cereales. En una de las casas más antiguas han encontrado guisantes cuyo saco se rompió hace cuatro milenios y que justo ese día Ávila y Martínez recogían cuidadosamente para llevarlos al laboratorio. Hasta han descubierto higos calcinados que Micó mostraba en el móvil.
Con el inestimable trabajo de Fernando Martínez (Peti) y Alejandro Cayuela (Sandro), los obreros que llevan trabajando con el equipo desde que llegaron a La Almoloya en 2013 y aún antes, desde sus investigaciones en la vecina La Bastida, otra ciudad argárica cercana que llegó a tener un millar de habitantes, destaparon antiguos muros y además de recuperar un cuenco cerámico, identificaron una especie de hórreo. A pesar del calor, que obligaba a hidratarse continuamente, apenas se daban tregua y las carretillas de tierra iban y venían, mientras Micó, que se había reincorporado al grupo tras enseñar el yacimiento a un grupo de turistas, iba filtrando los capazos para que nada importante se perdiera.
Desde una de las esquinas de este extremo del cerro, se observan los restos de las tres ciudades que se superpusieron, una encima de la otra, en la Edad del Bronce. Por razones que aún desconocen, la segunda quedó prácticamente arrasada y la última, que ya han excavado en un 80-85%, se levantó de nueva planta, con nueve complejos arquitectónicos separados por once angostas calles que también servían para la evacuación de aguas. «En Europa no hay nada de la Edad del Bronce antiguo como esto, siempre dejando a un lado el Egeo que estaba muy desarrollado«, comentaba Lull mientras ejercía de cicerone por esta abigarrada urbe en la que sus habitantes debían transitar por los tejados.
En uno de los nueve complejos los arqueólogos descubrieron con sorpresa un palacio -¿el primero de Occidente?- con una gran sala de reuniones -¿el primer parlamento europeo?- con capacidad para unas 50 personas. Un banco corrido la recorre, con un tramo elevado en la cabecera para la más alta jerarquía, y cuenta con un podio y un gran hogar. Desde una pequeña dependencia contigua se cree que haría su aparición el personaje principal de la reunión, probablemente la mujer de la tumba principesca que han encontrado en un lugar preeminente de la sala y que hoy se puede contemplar en el Museo de Mula.
Una mujer poderosa
En el interior de una enorme vasija de cerámica los arqueólogos descubrieron a un hombre, de entre 35 y 40 años, y sobre él a una mujer, de entre 25 y 30 años, que parecía mirarles desde el pasado desafiante. La pareja había sido sepultada con un rico ajuar de oro y plata de unas treinta piezas, la mayoría de las cuales pertenecían a la mujer. Brazaletes, dilatadores de orejas, una vasija cerámica chapada en plata… Todo cuanto tocaba ella era de este valioso material. Y sobre todos los objetos destacaba la diadema de plata que la dama llevaba en la cabeza. Se habían encontrado otras similares en solo cuatro enterramientos femeninos del asentamiento almeriense de El Argar, el que dio nombre a esta cultura, y los investigadores sabían que era un símbolo de poder.
Ninguna otra tumba hallada hasta el momento se asemeja a esta principesca. Solo en una vivienda del poblado, la única que cuenta con una pequeña plazoleta de entrada, han descubierto enterramientos de cierta riqueza que llevan a pensar que allí se alojaban personalidades destacadas, quizá de paso. El resto de las tumbas revela la miseria del resto de los habitantes de la Almoloya en su fase final. «Si este fuera un lugar normal pensaríamos que en cada casa vivía una unidad familiar, pero aquí no lo sabemos porque se convertían en lugares de producción», relataba Lull, que para ilustrar la extrema pobreza de esa amplia mayoría aportaba un dato: «Como no hay leguminosas, proteínas y vegetales y no pueden alimentarles bien, pero a la vez necesitan mano de obra, las mujeres están pariendo continuamente y destetando a los niños enseguida, por lo que en la tercera fase, de cada cuatro niños mueren dos al final del primer año». La situación debió de volverse insostenible y el sistema acabó saltando por los aires. Las ciudades de El Argar se abandonaron y en los pueblos que les siguieron no quedó ni su recuerdo.
Hallazgos en la tumba
En la tumba abierta esa mañana había novedades que invitaron al resto del equipo a asomarse y de paso, refugiarse por unos momentos del sol bajo el toldo provisional que la protegía. Habían encontrado un pequeño fragmento de cobre de un puñal y un trozo de enmangue de un hacha, depositados en la tumba tiempo después. «Hay una forma cinco«, añadió Eva Celdrán refiriéndose a un tipo de cerámica que se asomaba entre la tierra. A su lado ya se vislumbraba también un pequeño cráneo que fue cumplidamente fotografiado y dado a conocer a través del móvil a Cristina Rihuete, que se incorporaría días después al equipo pero seguía de cerca los trabajos.
Poco a poco la cista se fue vaciando. La vasija de cerámica, partida en dos, se fue viendo cada vez con mayor claridad, suscitando preguntas (¿por qué está rota si no tenía el peso de ninguna piedra sobre ella?), mientras que junto a ella se empezaron a distinguir los huesos de un niño de unos cinco años que debió de ser sepultado en un fardo, sobre un lecho de madera. Oliart prefirió no ponerle un nombre. «Me parece irrespetuoso no llamarle por el que tuvo en vida y como es imposible saberlo, prefiero documentarlo solo con un número», explicaba.
El ceño de esta arqueóloga se fue frunciendo conforme fueron pasando las horas y se fue acercando el momento de sacar los restos. Si siempre le supone un trago por el temor a dañarlos, en este caso se le hacía más cuesta arriba dado su frágil estado. Decidió conservarlos in situ un día más, para que pudieran secarse mejor. Se limitó a extraer la vasija cuyas dos mitades, una vez fuera, encajaron como un guante. La llevaron a Pliego, donde guardan otras piezas de esta campaña que creen que van a ser muy reveladoras.
Quién sabe si los restos de ese niño prehistórico que aguardó en su tumba un día más ofrecen también alguna sorpresa. Los estudios genéticos realizados a 68 individuos de El Argar han mostrado hasta ahora curiosas relaciones de parentesco entre ellos y han revelado hasta un individuo intersexual.
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Mónica Arrizabalaga
Días después, identificaron junto al lugar de la vasija restos de la pieza de cabrito o cordero, como esperaban. El chico sin nombre de la tumba 149 no se quedó sin ofrenda.
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