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Director de The Globe and Mail

David Walmsley: «Si no pagan por tu trabajo es porque no tiene valor»

UNA VENTANA AL PERIODISMO A TRAVÉS DE ENTREVISTAS A REFERENTES EN EL OFICIO

El periodista norirlandés, curtido en los años de plomo de Belfast, dirige el diario más influyente de Canadá

Walmsley, de 52 años, es un periodista muy conocido y respetado en el circuito internacional Galit Rodan / The Globe and Mail

FERNANDO BELZUNCE

Cuesta verle trabajando en otro oficio. El norirlandés David Walmsley, de 52 años, es un periodista muy conocido y respetado en el circuito internacional, donde su voz se escucha con especial atención en los congresos especializados. Miembro de diversas organizaciones globales, como el Foro de Davos, ha trabajado en nueve medios de Reino Unido y Canadá y se ha labrado un gran prestigio como periodista de investigación. Desde hace ocho años dirige The Globe and Mail, la gran cabecera del plácido país norteamericano, cuyas dimensiones aportan un reto añadido al diario, que cuenta con sede en Toronto y seis ediciones en diversos husos horarios. Se imprime de lunes a sábado y puede presumir de una sofisticada organización digital. Tiene 230 periodistas y 350.000 suscriptores especialmente interesados en la que es la mayor oferta de información económica del país.

–La economía en su periódico tiene una gran tradición. ¿En qué medida es importante para su recorrido digital?

–Es de vital importancia. El 50% de todas nuestras suscripciones digitales provienen de personas interesadas en noticias sobre inversiones empresariales y finanzas personales. Hace más de dos años aumentamos la inversión en información económica e incrementamos el número de periodistas que cubren esta área. Ha sido un éxito.

–El interés por la economía en este momento es enorme.

El mundo entero está analizando lo que traerá 2023 en términos de recesión, aumento de las tasas de interés y otros desafíos del desempeño económico, así que estamos en una muy buena posición para ofrecer respuestas. También nos hemos puesto el reto de poder detectar audiencias y ayudarles a superar los desafíos de todas las etapas de la vida.

–¿A qué se refiere?

–Los periódicos generalmente tienden a inclinarse hacia audiencias mayores. Nosotros queríamos dirigirnos también a adolescentes que están pensando en abrir cuentas bancarias; a jóvenes que quieren invertir una pequeña cantidad de dinero o a otros que contemplan comprar una vivienda, aparte de pensiones o impuestos de sucesiones. Por eso, hemos producido una gran cantidad de vídeos, podcasts y textos explicativos sobre cómo ayudarlos a entender las distintas etapas.

–¿Cómo combinan el protagonismo económico con el resto de áreas?

–La cobertura empresarial no retiene a los suscriptores. Se mantienen gracias a los contenidos deportivos, culturales o políticos, aparte de por la opinión. Creo que tenemos la receta correcta. Los medios que tienen éxito en la suscripción en los diferentes países son los que tienen una cobertura económica muy sólida. El gasto más grande para una familia es comprar una casa, así que suscribirse a un periódico que le permita comprender las tendencias no es un gran gasto. Pero si a alguien le interesa un deporte y el periódico no tiene los derechos de emisión de los partidos no sé si es tan razonable comprar una suscripción.

–El ministro de Justicia de Canadá citaba frases literales de un editorial de The Globe and Mail para defender la despenalización de la homosexualidad en 1967. ¿Cree que la influencia de su periódico sigue siendo tan fuerte?

–Creo que la influencia ahora es mayor. No hay nada que sustituya a la información justa y argumentada de manera convincente y basada en hechos. Muchos medios no son informativos sino de opinión, sin debates. The Globe and Mail representa un refugio seguro y de intercambio de capital intelectual. Nuestro área editorial está separada del entorno informativo. Es muy importante que las informaciones sean irreprochables, con base a hechos, y que los editoriales sean proporcionales y tengan perspectiva. Cuando The Globe and Mail denuncia el impacto es enorme, mucho mayor que si lo hiciera todos los días del año.

–Usted es un experto en temas de investigación. ¿Qué medidas ha tomado para impulsarlos en su redacción?

–He eliminado los plazos, de modo que somos nosotros quienes controlamos la historia y no al revés. Esto fue un gran desafío en la redacción. El periodista puede creer que tiene ya la información lista tras una semana de trabajo, que es mucho tiempo sin publicar, pero igual no es suficiente y a él le cuesta verlo. Cuando publicamos la historia queremos ofrecer muchas capas durante muchos días y esperar tanto es muy difícil para algunos periodistas. Lo hice con una periodista que tenía un buen tema. Estaba dispuesta a esperar y le llevó 20 meses.

–Usted pasó 17 años investigando el accidente de un helicóptero militar británico que causó 29 muertos en 1994. ¿Qué le motivó a seguir la historia tanto tiempo?

–El informe oficial del Ejército señalaba como culpables del accidente a los dos pilotos y lo recogí en mi información. Era un periodista muy joven, un ingenuo, y no se me pasó por la cabeza que la Fuerza Aérea no dijera la verdad. Un par de personas me hicieron ver que había una contradicción en ese informe militar. Me dije que nunca pararía hasta conocer la verdad. Los nombres de los dos pilotos se limpiaron 17 años después porque las pruebas no permitieron al gobierno decir que ellos fueran los causantes. No sabemos cuál fue el motivo del accidente, pero sí que no había pruebas para concluir con esta acusación. Me atrae mucho en el periodismo la idea de que las cosas sean grises, no blancas ni negras.

–Han publicado informaciones muy arriesgadas sobre las supuestas conexiones de algunos políticos canadienses con el Gobierno chino.

–Las informaciones que hemos publicado son precisas. Una de las personas afectadas ha presentado una demanda en nuestra contra, pero mantenemos la cobertura. La primera noticia es de 2015. Mucha gente pensaba que yo era racista o que The Globe and Mail había perdido la cabeza, pero en los últimos siete años cada vez más medios han publicado trabajos que respaldan el nuestro. Desde mi punto de vista, creo que era muy arriesgado. Ha habido dos o tres ocasiones en las que he optado por publicar historias realmente impactantes. Si me equivoco, pierdo mi trabajo.

–¿Las decisiones más difíciles son las que no se ven?

–Detener una información porque no cumple con nuestros estándares es una decisión tan importante como la de publicar una gran exclusiva.

–Parte de la publicidad que se distribuye a través de algoritmos en internet evita aparecer en páginas de contenidos considerados negativos. ¿Existe algún riesgo para las empresas periodísticas?

–Si dejas que los algoritmos y los datos basados en la audiencia controlen tu criterio, entonces ya no te dedicas al periodismo. El criterio periodístico tiene que anularlo todo.

–¿La suscripción es la manera de impulsar el periodismo?

–Sin duda. Si no pagan por tu trabajo es porque no tiene valor. Para que el periodismo sea valioso, por su propia definición, debe tener algo que la gente quiera comprar. Si no, morirás a menos que recibas una limosna del gobierno y no creo que esto sea el ecosistema más saludable para la prensa.

–Es el creador del Día Mundial de las Noticias, un día de acción global para recordar el impacto del periodismo. ¿Cree que el periodismo necesita explicarse?

–Es necesario. Se trata de que hagamos una pausa durante un día y reflexionemos sobre cómo sería el mundo si no tuviéramos periodismo. No hacemos lo suficiente para contar experiencias periodísticas que han resultado vitales para otras personas. Debemos darlo a conocer.

–Pertenece a muchas asociaciones internacionales. ¿Cree que en estos tiempos es indispensable tener un punto de vista global?

–Viajo más de lo que me gustaría, pero es importante salir y entender. Tienes que escuchar a otras personas. En este momento hay enormes desafíos geopolíticos y económicos. Las redacciones que solo están preparadas para hablar con ciertas personas porque están de acuerdo con ellas están cometiendo uno de los grandes pecados del periodismo. Eso quizás provenga de mi formación original como reportero en Belfast. Pasaba de ver la versión de la comunidad lealista por la mañana y la de la comunidad republicana por la tarde.

–Aquel periodo marcado por el terrorismo sería clave en su carrera.

–Fue el mejor comienzo posible porque me enseñó, aunque suene anticuado, que nunca iba a ser el protagonista de la historia, pero que debía estar en el medio de todo. Y fui bendecido porque las personas con las que trabajé, las que me enseñaron, eran muy hábiles, humildes y se basaban siempre en hechos. Se arriesgaron y contaron historias que los periodistas de Europa occidental no sabrían ni cómo tratar, salvo en España, por la situación de ETA en el País Vasco. Otro ejemplo extraordinario.

–Ha trabajado en diferentes medios británicos y canadienses. ¿Cuáles son las principales diferencias entre el periodismo norteamericano y el británico?

–Los periodistas británicos no se toman a sí mismos demasiado en serio y eso es una ventaja. El modelo norteamericano, en cambio, se ha convertido en algo muy académico. Los periodistas han ido a grandes universidades, tienen másteres y todo el mundo debate sobre el oficio, lo que es un problema. El periodismo está en la calle. En mi redacción hay todo tipo de personajes que probablemente no encajarían en otro lugar, fuera del periodismo. Eso es un éxito para mí. Es necesario que los periódicos grandes contraten a personas diversas, no tan establecidas ni similares. Gente con menos experiencia, dispuesta a arremangarse. Eso requiere un cambio en la cultura. Estamos contratando a personas a las que hace 15 años ni siquiera habríamos entrevistado.

–Trabaja con el profesor Anthony Feinstein de la Universidad de Toronto para crear la primera escala de daños morales para periodistas. ¿En qué consiste?

–El daño moral solo está reconocido en el ejército. Un periodista puede estar expuesto a situaciones moralmente perjudiciales. Es el caso de los corresponsales de guerra pero también de otros reporteros que cubren hechos graves. A veces no se dan cuenta de que, con el tiempo, se sentirán afectados. La idea es crear una escala oficial con las preguntas adecuadas para aplicarlas al periodista y asegurarse de que su salud mental está bien, lo que permite prevenir, por ejemplo si no se expone a ese periodista durante un tiempo. Estar herido moralmente no es en sí mismo una enfermedad mental, pero puede ser la puerta de entrada al abuso de sustancias, a la depresión o al estrés postraumático. He pasado 25 años trabajando con periodistas que sufren problemas mentales. Como director, muchas veces no me cuentan sus situaciones. La escala de daños morales es una herramienta para ayudar a las redacciones a establecer un protocolo, elaborar un informe adecuado y prevenir.

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