'Un viaje paralelo': en lo profundo del espíritu de Juan Uslé

Se trata de un conjunto reconocible, pero sorprendente, quizás, porque la comisaria del proyecto es hija del artista y ambos atesoran esa conexión paternofilial que permite apreciar la vida en lo profundo del espíritu.

Este singular centro cultural nos somete y cautiva en cada paso con un recorrido por sus tres plantas y casi cuatro décadas de trabajo que caminan desde la tierra al cielo. No en vano, el idealismo estético de Juan Uslé y sus sólidos principios creativos se manifiestan en cada una de estas mínimas composiciones, estructuradas por familias, ritmos y etapas cronológicas con acuarelas, 'collages' y leves goteos acrílicos que repasan una vida que evoluciona sin pausa, pero sin prisa, creciendo a la par que la humilde actitud del pintor ante la esencia de las cosas, más allá de cualquier desfasado debate entre figuraciones o abstracciones.

Pero, si sus grandes pinturas son metódicas y caóticas, metalingüísticas y orgánicas, pulsantes e instantáneas, estas breves notas son una cosmovisión derivada de la intuición más absoluta, esto es, las huellas dactilares de unas manos que no dejan indiferente a nadie. Se concentran en recuerdos, lugares, paisajes, horizontes, olas, geometrías, signos, símbolos y nostalgias cimentadas en una calidad técnica exquisita, composiciones elaboradas entre el ayer y el hoy, la verdad y la ficción, que vibran con luces y tensiones.

Son cuadernos de viajes henchidos de matices para admirar de cerca –desde muy cerca– y para leer despacio –pero muy despacio– y detenerse, retroceder y recorrer una y otra vez las salas de este viejo edificio de madera y piedra, en un juego especialmente apto para quienes aman la piel de la pintura. Relatos habitados por ecos, sutilezas y armonías casi musicales que se resuelven buscando el equilibrio de cada estructura y su consistencia en el conjunto.

Es, en fin, el posicionamiento ético de un discurso muy coherente, en el ecuador de este intenso 2025 que Juan Uslé arrancó en la primavera de Nueva York con los 'Cien días de abril' (galería Lelong) y que en otoño llegará al Museo Reina Sofía de Madrid para su gran exposición retrospectiva.

El pintor ocupa el verano cántabro con esta delicada muestra, que se prolongará hasta abril del año que viene, y con la instalación que se va a inaugurar dentro de unos días en el Palacete del Embarcadero, en Santander.

Como al artista suele subrayar que la concentración y el silencio son las claves de la cotidianidad de su estudio y que, a menudo, escucha el latido de su corazón al apretar el pincel contra el soporte –por eso trabaja más cómodo de noche– la comisaria y los responsables de la Torre de Don Borja han incluido en el final del recorrido expositivo de Santillana una sala oscura para que el público disfrute de una proyección audiovisual con citas y reflexiones del artista, cerrando el círculo de la aventura de esta travesía secreta y bien resuelta.