CINE
Teresa de Jesús, un cuerpo frágil y una voluntad férrea
Un estreno necesario
Juan Mayorga, autor de 'La lengua en pedazos', base del guion de 'Teresa', esboza un sugerente perfil de la poeta
Mayorga, premio princesa de Asturias de las letras
Juan Mayorga
«La singularidad es subversiva», decía Edmond Jabès. Recuerdo esas palabras cada vez que pienso en Teresa de Jesús. Nos han acostumbrado a verla como centinela de un cierto orden, pero basta abrir sus escritos y recordar el modo en que levantó sus fundaciones ... para reconocer en ella a una insurrecta.
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Teresa, un cuerpo frágil y una voluntad férrea, es un personaje tan fascinante y complejo como el mundo en que vivió. La España del XVI fue rica en hombres y mujeres capaces de empresas que hoy nos producen vértigo. Mas en esa misma España se llamaba perro al converso, como lo era el abuelo de Teresa, y resultaba sospechosa una mujer que escribía —y más si escribía con la imaginación y la inteligencia de Teresa—.
Mujer contemplativa y mujer de acción, no hay en Teresa brecha entre la visionaria y la fundadora de monasterios. En Teresa la oración es acción, y cada acto es un modo de orar. Ambos están atravesados por el amor. Y ese amor hace de Teresa una subversiva que desestabiliza espíritus, pone en crisis instituciones y divide sociedades.
Teresa se nos aparece como personaje a contracorriente, intempestivo en su propio tiempo y en el nuestro. Por eso mismo es Teresa necesaria. Su interés —¿hace falta decirlo?— no depende de la creencia. Como Francisco Brines sobre Juan de la Cruz, pienso sobre Teresa que un ateo, aunque no crea en su mística, puede sentirse fascinado por el ser humano que se apoya en ella. Y puede y debe sentirse interpelado por ese ser humano —al fin siempre será menos importante lo que nosotros podamos decir sobre Teresa que lo que Teresa puede decir sobre nosotros—.
En Teresa la oración es acción, y cada acto es un modo de orar. Ambos están atravesados por el amor
En todo caso, para dejarse arrastrar hacia Teresa es suficiente leerla y advertir lo mucho que le debe nuestra lengua y, por tanto, lo mucho que le adeuda nuestra experiencia del mundo. Sólo nuestros mayores poetas han sometido a tan extrema tensión la lengua castellana, sólo ellos han abierto para nosotros territorios como los que conquistó aquella mujer dueña de una palabra igual de poderosa cuando pinta las criaturas celestiales que cuando habla de las gentes.
Ganar para el teatro esa palabra y el personaje que la acuñó fue mi primer objetivo en 'La lengua en pedazos'. Me propuse arraigar palabra y personaje en una situación ficticia pero verosímil en cuyo centro estuviese el grave gesto de la todavía monja de la Encarnación de abrir, con gran riesgo para sí y para las que la seguían, el monasterio de San José: la primera de sus fundaciones.
El Inquisidor
Entonces apareció, en mi fantasía, el Inquisidor. Que fue creciendo hasta convertirse en el otro de Teresa, su doble: aquel con quien ella estaba destinada a encontrarse y a medirse. El Inquisidor acorrala a la monja con incómodas preguntas, la enfrenta a momentos de su vida que acaso ella querría olvidar y prende en su corazón la duda, que, como todo en Teresa, es un incendio. Y poco a poco en el diálogo entre ambos personajes va apareciendo un tercero: la lengua misma, que transforma vidas y hace y deshace mundos.
La pelea tiene lugar en la cocina del convento. Allí, entre pucheros, anda Dios.
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