PUES DICES TÚ
Un saltito bueno
Las dos personas normales pasean por unos grandes almacenes, cruzados de escaleras mecánicas y, escondidos, un par de ascensores de cristal
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Las dos personas normales pasean por unos grandes almacenes, cruzados de escaleras mecánicas y, escondidos, un par de ascensores de cristal. Todo en la tienda son percheros, espejos poco fiables, chicas guapas que ayudan a chicas feas, chicos guapos que ayudan a chicas guapas y ... señoras que no necesitan ayuda acompañadas de señores que no quieren estar ahí. La primera persona normal dice:
—Yo no sé para qué hemos entrado.
—Pues para estar al día. Para saber qué pasa.
—Para saber qué pasa, ¿de qué?
—De la vida. De las cosas. Para saber qué se compra ahora la gente.
—Y a ti y a mí qué nos importará lo que se compre ahora nadie, digo yo; si ni salimos por la radio ni nada.
—No, si importarnos no nos importa, pero así estamos al corriente.
—Al corriente, ¿de qué? Y ¿para qué?
—Pues de nada y para nada; es por saber. Se puede saber mucho de la gente mirando qué se pone, por ejemplo.
—Ah, ¿sí?
—No sé, supongo. Me lo acabo de inventar. Pero si, por ejemplo, una persona lleva el pantalón para atrás, pues se sabe que es despistada.
—¿Y si lleva calcetines en las manos?
—¿Te estás burlando de mí? Te creerás que no me doy cuenta.
—Pues igual.
—¿Pues igual te estás burlando de mí o pues igual no me doy cuenta?
La primera persona normal ignora a la segunda persona normal:
—Y para saber lo que se pone la gente, ¿tenemos que venir aquí?
—Aquí es donde están las cosas.
—Aquí es donde se las compran. Se las pondrán luego.
—Eso también.
Las dos personas normales se suben a unas escaleras mecánicas y se dejan llevar como aristócratas.
—Pues dices tú, pero a mí esto me da miedo.
—¿El qué?
—Las escaleras mecánicas.
—¿Por qué?
—Por si se me tragan.
—¿Por si se te tragan las escaleras?
—Pues sí.
—Pero eso es imposible.
—Ya. Pero es un miedo. Los miedos son así.
—Y, entonces, ¿qué haces?
—Salto.
—¿Saltas cuándo?
—Al llegar.
—¿Al llegar saltas?
—Pues sí. Al llegar, doy un saltito bueno y: pum. Para que no se me trague la escalera.
—Y ¿al subirte?
—Al subirme, doy un paso largo. ¿No me has visto?
—No.
—Pues ha sido un paso muy bien dado.
—Y ¿no puedes dar otro ahora, para mí?
—Es que ahora me toca salto.
—Ah, ya.
La primera persona normal se impulsa en cuanto huele a horizonte, para evitar las fauces que habitan en la rendija final. La segunda persona normal aplaude. La primera persona normal fruce el ceño.
—¿Por qué aplaudes?
—Porque sí. Para celebrar la vida.
—¿Te estás burlando de mí?
—Pues lo mismo. Donde las dan, las toman.
La segunda persona normal siente que la intención es deportiva y que un empate no está mal.
Luego dice:
—Y ¿esta planta?, ¿cuál es?
—La de caballeros, creo.
—¿En qué lo notas?
—En que está llena de hombres. Y en que ni están sentados ni nada, ni tienen cara de querer morirse.
—Ah, ya...
—Aunque mandan ellas igual, míralos. Mira cómo se derrumban.
Los hombres, por proactivos que parezcan, pierden luz ante la menor admonición. Sus parejas los convencen enseguida de que lo que les sienta bien les sienta mejor a otros y de que lo que les sienta mal en realidad les sienta bien. (Las parejas gays parecen más felices, pero es porque lleva un rato averiguar quién está desincentivando a quién).
—¿Venderán sombreros? —dice la primera persona normal—. Me gustaría regalarle un sombrero a alguien.
—¿A quién?
—Pues a quien sea. Me lo tengo que pensar. De momento, me lo compro y ya.
—Y eso, ¿tiene algún sentido?
—No lo sé. Pero así es como me nace.
—Y, si un día te apetece regalárselo al pequeño y resulta que el sombrero le queda grande, ¿qué?
—Se lo regalo a otro.
—¿A otro hijo?
—A otro señor.
Una de las dos personas normales se detiene bruscamente. Duda. Mira al techo.
—¿Tú crees que nos estarán gaseando?
—¿Qué?
—¿Tú crees que nos estarán tirando gas?
—No, no, si te he entendido; pero es que no te entiendo nada. ¿Por qué van a estar gaseándonos?
—Pues no lo sé. Un experimento o algo. Como lo del apagón.
—¿Y eso?
—Me ha dado por ahí. ¿Tú has visto las tonterías que estamos diciendo?
—Siempre decimos tonterías, ¿no?
—Pero hoy más.
—¿Hoy más? ¿Lo has comprobado?
—Me encuentro mal... Esto no es ni medio normal... Me siento débil...
—A ver si no has desayunado…
—Ah. Pues no he desayunado, es verdad. Se me había olvidado. Es eso.
—Pues ya lo tienes.
Las dos personas normales caminan, a pesar de todo, con más cautela. Se miran el dorso de las manos, analizan los olores, observan con recelo alrededor. La primera persona normal, que se distrae con facilidad, dice:
—Qué cosas se compra la gente, ¿no?
—No me está dado tiempo a fijarme, la verdad.
—Pues ya te lo digo yo.
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