libros
El sabio humor negro de Michel Onfray
ensayo
En 'Ars moriendi', Onfray desarrolla su faceta más rara. Todo gira alrededor de la muerte vista con poco respeto desde el humor negro, al que se le añade un toque de desencanto
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Iniciar sesiónOnfray es uno de los grandes filósofos heterodoxos de nuestro tiempo. En realidad, este calificativo debiera estar implícito en cada pensador, pero sabemos que no es así. Onfray muchas veces nos molesta, nos agrede, nos solivianta con opiniones y criterios no compartidos. Pero no ... hay nada que diga sin justificación y sin que no nos interese. Su revisión de la historia de la filosofía, bajo el título de ‘Contrahistoria de la filosofía’ (varios tomos), es un trabajo gigantesco. Elogiable su afán por releer todo el canon histórico, aportar nuevas ideas y teorías y, para mí sobre todo, sacar a la luz las obras y autores que, por diversos motivos quedaron relegados.
En ‘Ars moriendi’ desarrolla su faceta más rara, la del simple creador. Abandona temporalmente el género ensayístico y se adentra en el narrativo, en la prosa poética, en la anotación, en el diario, en la memoria, en el apunte biográfico. Todo gira alrededor de la muerte vista con poco respeto desde el humor negro, al que se le añade el desencanto. El resultado nos conduce a una gran desesperanza en el existir y en el futuro sin futuro. Pero ahí está la libertad para no callarse lo que se piensa. Humor demoledor de un estoico absolutamente descreído.
ENSAYO
'Ars moriendi'
- Autor Michel Onfray
- Editorial Firmamento
- Año 2022
- Páginas 128
- Precio 19 euros
«Los filósofos rara vez se suicidan, prefieren hablar largo y tendido acerca de la muerte voluntaria, lo que de alguna forma les exime de llevar a la práctica», escribe Onfray. Sin embargo habla de Empédocles, de Lequier que nadó mar adentro hasta que su cuerpo fue encontrado cerca del mismo lugar donde tiempo después Georges Palante se pegó un tiro. El autor ridiculiza las amenazas suicidas de la mayoría de los pensadores, sobre todo la de los franceses del siglo XX. Bataille, Artaud o Genet fueron «transgresores para andar por casa, hasta el punto de que el último fue premiado oficialmente». Althusser ya fue otra cosa. Asesino de éxito, fracasado suicida y guía espiritual de nuestra juventud equivocada.
Los intelectuales se sienten fascinados por los criminales, aquí se aporta una pequeña lista
Sobrevivimos a él, pero su ideología se derrumbó. Los intelectuales se sienten fascinados por los criminales, aquí se aporta una pequeña lista bastante significativa. Pero ¿Qué sucede cuando el criminal es uno de ellos? Poulantzas, otro de nuestros ex santos, se arrojó desde la Torre Montparnasse. Todos ellos fueron los maestros de nuestra generación nacida en los cincuenta, la del propio Onfray pero, curiosamente, él no lo recuerda aquí. Las muertes accidentales también son producto de mofa en este magnífico libro. La mejor definición de la muerte la leyó en un obituario contemporáneo en recuerdo de Nietzsche, escrito anónimamente (¿el autor, él mismo?). «Pasar al otro lado», aunque mejor hubiera sido «saltar». Aquí el escritor Javier Vela hubiera tenido licencia para su acertadísima traducción.
Luego esta «necrológica» se completaba con la frase de Zaratustra, «que mi orgullo pueda al menos, continuar volando con mi locura». La mejor demostración de amor para el filósofo francés nacido en Argentan en el año 1959, es mezclar las cenizas de la persona amada con su comida favorita, la del sobreviviente. Ya nos advirtió Baudelaire que una belleza extinta no es más que un sueño de sí misma. Ramón Llull cambió su vida cuando la mujer a la que amaba y se le resistía, le enseñó sus pechos cancerosos. ¿Qué olor podrá tener el alma en medio de semejante podredumbre? Humor negro el de Onfray que es muy serio y contumaz en sus escritos, pero menos osco en la relación personal.
Novodévichi
En un pueblo de Normandía, el único bar se anuncia así: «Aquí la cerveza es mejor que la de enfrente». Ciertamente, pues es una funeraria. Hace unos años, la mujer más longeva del mundo le dio la razón a Kant. Aseguró que su secreto era el no haberse casado. En el cementerio Novodévichi de Moscú, el autor de ‘Ars moriendi’, ve lo mismo que vi yo, las tumbas de Gogol, Chéjov, Skriabin, Prokofiev o Jrushchov (también están las de Bulgákov, Eisenstein o Mayakovski), tan solitarias como las del resto de desconocidos. Al padre de Onfray le volaron, en la Segunda Guerra Mundial, el meñique de su mano izquierda. ¿Un dedo sin sepultura, una parte del cuerpo insepulta? Su madre tuvo un gravísimo accidente. El médico-Hamlet le enseñó la radiografía del cráneo. Naturalezas muertas que la muerte las hace ya inmortales. Naturalezas tranquilas las rebautiza Onfray quien, únicamente, lleva flores a la tumba de Kierkegaard en el cementerio de Copenhage. No hay otro gesto sentimental en todo el libro. Todo lo opuesto destaca del relato de Maupassant, ‘Junto a un muerto ‘, la dentadura postiza de Schopenhauer le salta fuera del ataúd como el último escupitajo a la humanidad.
«¿Cuántos se alegrarán de mi muerte? ¿Cuántos se asombrarán o se sorprenderán? ¿Cuántos se mostrarán entristecidos, realmente consternados? ¿Y cuánto durará esta tristeza?», se pregunta el filósofo a sí mismo. «Confiado por completo a la nada que sucede a la muerte, más valdría, creo yo, preocuparse de lo que ocurre antes de que esta sobrevenga». Con este libro hubiera estado bien entregar un disco con la grabación del ‘Requiem’ de Jean Gilles. A los mecenas no les gustó y él se lo guardó para su propio funeral.
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