Música
Roberto Alagna: «Los cantantes somos los primeros cansados de las producciones polémicas»
Entrevista
El último gran divo de la ópera defiende su salida de la controvertida ‘Tosca’ del Liceu, considera que ha regresado a La Scala «en el momento justo» tras catorce años de ausencia y admite que la pandemia le enseñó que hay vida más allá de los escenarios
LA CORUÑA
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Iniciar sesiónRoberto Alagna es un seductor. Sobre el escenario, ya sea en el ensayo o durante el concierto, pero también en el camerino durante la conversación. Ha sido el invitado de los Amigos de la Ópera de La Coruña para soplar las velas de su 70º aniversario ... , exhibiendo unos medios envidiables para un tenor con cuarenta años de carrera profesional en la que ha mezclado el éxito, la polémica y la transversalidad. Porque igual canta Puccini que Luis Mariano o se arranca por un musical. No rehúye preguntas, tampoco las relativas a su cancelación de la 'Tosca' del Liceu, disconforme con la producción de Rafael R. Villalobos. A punto de cumplir los sesenta no le molesta que le llamen ‘divo’, porque el don de la lírica es ‘divino’.
—Se atreve con un musical, con una gira de canciones napolitanas, con Luis Mariano, con la ‘chanson française’, con óperas poco conocidas... Usted en general se lo pasa bien
—¿Sí? Si tú lo dices es así (Risas) La música es lo que más amo del mundo. Desde que era pequeño yo cantaba y mi madre me grababa con cuatro años. Cantaba ‘canzonette’. En la familia de mi padre tenían buena voz para las canciones populares, y por el contrario, por la parte de mi madre cantaban ópera. Y yo estaba entre los dos. De ahí viene mi amor. Empecé en el cabaré en París, después estudié ópera, y tras quince o veinte años empecé con estos conciertos populares, porque quería estar cerca de la gente. Cuando recibes un don de la naturaleza, no sé si de Dios, debes buscar dar placer a la gente en general. No a toda la gente le gusta la ópera. De estos conciertos, más accesibles para el público, he conseguido acercar gente a la ópera.
—¿Cómo es ser Roberto Alagna? ¿Siente una mayor presión para gustarle a todo el mundo?
—No lo sé. No se debe, no se puede gustar a todo el mundo. Yo he sido siempre tratado muy duramente por la crítica y algunos melómanos puristas. Atacado durante toda mi vida. Me preguntas quién es Roberto Alagna, y no lo sé. Cuando era un niño, yo era trasparente, invisible. Era muy tímido, mirando siempre a mi alrededor sin que nadie me viera. He comenzado a ser interesante cuando empecé a cantar. Alagna es un cantante, que vive del canto y canta para vivir.
—¿Sigue sin gustarle que le llamen 'divo'?
—Encuentro justo el nombre. Divo no es una palabra peyorativa. ¿Por qué se llaman divos? Porque viene de Dios, el canto es una cosa que no es humana. ¿Cuántos somos, ocho mil millones de personas? ¿Y cuántos pueden hacer lo que hacemos nosotros?
—Pocos, pocos
—Lo entendiste. De ahí lo de divo.
—Oiga, pero si convertimos la ópera en cosa de gente normal, ¿no se pierde algo de la magia de su oficio?
—No, no. La ópera para mí es popular, es la música popular de su época. Por tanto está adaptada a todos. Hoy los media hablan de una cosa elitista y cara. Y yo lo creía también. Cuando era niño le pedía a mi madre ir a la ópera, y me respondía que no podíamos porque éramos obreros. Es un error, porque la ópera es para todos. Y nunca la ópera ha estado tan presente y ha sido tan accesible como hoy, con YouTube, discos, dvd... Cuando yo era joven no había nada de esto. La lírica es una cosa normal, no se debe entender como una cosa accesible.
—¿El canto le ha dado otra vida?
—Y tanto. Yo no he nunca pedido nada a nadie, ni he tenido grandes ambiciones ni sueños. Cuando se lo dije a mi madre me preguntó si estaba seguro de ser cantante de ópera, y le respondí que iba a entrar en un coro. Esa era mi gran ambición. Todo lo que ha sucedido es porque me lo han ofrecido. Cuando me proponían una ópera nueva siempre decía que no, porque no creía tener la fuerza de hacerla. Y no es hasta que la estudiaba cuando me enamoraba de la música, de sus personajes, y entonces hacía todo lo posible por hacerlos míos.
—Por lo que dice, da la impresión de que usted necesita cantar, que es su pasión. ¿Cómo lo llevo durante la pandemia,? ¿Se quedaba callado en casa?
—No, no, yo no quedo callado nunca. Soy como Cyrano de Bergerac, cuando le decían que un hombre no le iba a comprar sus poesías y respondía que le daba igual porque se las leería a sí mismo. Yo canto para mí y soy feliz, como mi padre, que a sus ochenta y tres años canta por todas partes. Debo decir que para mí esta pandemia, por estúpido que parezca, ha sido una bendición. Yo antes pensaba que no podría vivir una vida normal, que mi vida consistía en teatros, en aprender papeles, y me daba incluso miedo la vida normal. Gracias a la pandemia he entendido que la vida normal es bella, hacer la compra, cocinar, estar en el jardín, con la familia, sin hacer nada. Y es bellísimo. Todo ha cambiado en mi cabeza. Sigo trabajando con placer. Pero si sigo cantando es para que mi hija de nueve años, la pequeña, tenga recuerdos de ver a su padre en un escenario, como los tiene mi hija mayor, que me siguió tantos años por el mundo.
—¿Qué le queda por cantar?
—No me queda nada, he hecho demasiado. No he pedido nada, y he recibido mucho. Puede pensar que he conocido todo, la gran época de las casas discográficas en la que se vendían discos, cuando tuve enormes éxitos y grabé muchísimos, he registrado óperas, protagonizado películas, obtenido también gran éxito con la música popular y ligera... He cantado un repertorio enorme, y nunca pensé que podría cantarlo. He hecho casi todo, y he recibido todo. Y ahora voy a hacer un musical, que empezamos a final de enero. Sin subvenciones eh, si el público no responde se acaba. Tenemos 90 funciones en programa, todos los días menos el lunes, y doble función el sábado. Va a ser un ‘tour de force’. Y luego veremos.
—¿En qué momento un cantante descubre que es dueño de su carrera y que puede elegir lo que él quiere, y no lo que quieren los teatros?
—Yo no he elegido nunca. Nunca. No le hemos dicho nunca a un director de un teatro qué queremos hacer. A mí me hacen las propuestas, las estudiamos, y decimos sí o no. Cuando yo quiero hacer algo porque me gusta, lo pago todo yo. Lo hice con 'Cyrano', con 'El Último día de un condenado a muerte', 'Werther', 'Pagliacci'. Estas cosas las pago yo, no le pido a nadie, aunque me meta en créditos o en pérdidas. Mi educación es esa. Mi abuelo me decía 'si necesitas una cosa, pídela una vez; si no te dan, no la vuelvas a pedir. Y si alguien te da algo, devuélvele el doble'. Yo no he molestado nunca a nadie.
«Yo no podía llevar a la 'Tosca' de Barcelona a mi hija de nueve años»
—Lleva cuarenta años cantando ópera. Muy pocos intérpretes de su cuerda lo resisten, sobre todo a su nivel de intensidad. ¿Tiene un secreto?
—Primero, la salud. Sin ella no puedes hacer nada. Es la riqueza más grande de la vida, sobre todo en este oficio tan duro. Cuanto mayor te haces, más duro es. Pero mi secreto es la pasión. La ópera es mi más grande amor, es todo lo que me ha hecho sentir vivo.
—¿Llegó a sentir que le daban por un cantante acabado? ¿Y cómo se gestiona eso?
—Todos esos críticos, tan duros, tan terribles, no son nadie comparados con mi propia crítica. Soy mucho más crítico que todos ellos. Se lo puede decir mi hermana. Cuando me llega un disco lo rompo, no lo puedo escuchar, siempre estoy descontento. No me gusta oír mis grabaciones. No me gusta contar, no sé cuántas funciones he hecho, ni cuántos papeles ni en cuántos teatros. Yo soy un artista.
–Vive ahora con su mujer -la soprano Aleksandra Kurzak- en Polonia. En algunas entrevistas le he leído una profunda preocupación por la guerra con Rusia. ¿Usted ha entendido que algunos teatros pidan a artistas rusos que critiquen a su país?
–No quiero entrar en esto. Los teatros dicen una cosa y luego otra. Solo buscan el ruido. Cada uno debe respetar al prójimo. El resto es bla, bla. Un teatro no puede pedir a un cantante que hable de política. Si este lo hace, es su responsabilidad. Yo nunca he hecho política. No he votado nunca en mi vida, y todos los presidentes de Francia, desde Miterrand a Macron, me han colgado una medalla. Te puedes imaginar, y sabiendo que yo no he votado por ninguno de ellos.
–Tituló su biografía “no soy fruto de la casualidad”. ¿Cuánto de trabajo hay detrás de Roberto Alagna?
–Tanto. He trabajado toda la vida. Me recuerdo cantando de pequeño ya. Soy profesional desde los 17 años, canté mi primera ópera a los 20. Se puede imaginar. El año que viene cumplo 60 años. Una vida entera estudiando, y lo amo. Todos los días estudio, canto, estudio la técnica. Es una pasión. Esta biografía, y otra que salió hace unos años, la compuse en mi cabeza. Yo no dormía por la noche, tenía insomnio. Y toda la noche pensaba siempre sobre mi vida, hasta el día en que hice el libro y me desembaracé de todo. Así pude hacer ese libro con los recuerdos frescos.
–¿Las nuevas generaciones entienden la necesidad del sacrificio para llegar a ser alguien en el mundo de la ópera?
–No deben ser alguien. Si quieres ser alguien no serás nadie. Todos somos alguien. La cosa importante es hacer lo que más amas del mejor modo posible. Incluso en las veladas en que las cosas salen regular, es lo mejor que he podido hacer en ese momento. La cosa es ser sincero. Acabo de hacer un ensayo a plena voz, pero ayer tuve doce horas de vuelo para llegar a La Coruña desde Cracovia, donde tenía un concierto con mi mujer, y no me dormí hasta las cuatro de la madrugada. Esto lo he hecho toda mi vida. Si no ensayo a plena voz, siento que no trabajo, que no hago algo bien, que soy un impostor. Me gusta la sinceridad.
—Ha vuelto a La Scala tras catorce años de ausencia. Las críticas de la Fedora han sido sensacionales. ¿Qué sintió?
–Ha sido muy bonito. Había regresado antes, porque mi mujer cantó 'Le comte Ory' allí, y la acompañé, estuve en la sala. Y todos me acogieron llorando y cariñosos, también los ‘loggionisti’, que me esperaban fuera y me decían que debía volver, que yo había nacido allí, que yo era un hijo de la Scala. Y cuando regresé este año, todos estaban muy felices, y yo también. Me han ofrecido cuatro contratos, pero estoy comprometido con el musical de Al Capone, por si hacemos gira, les he pedido esperar un poco. La Scala lo ha entendido bien. Veremos. Incluso me han llamado para hacer Chenier en mayo, pero estoy todavía con el musical.
—¿Cómo fue el momento de los aplausos?
–Te cuento un secreto. Yo no siento nunca los aplausos. Nunca. No sé qué me pasa. Estoy en mi mundo y como que no los oigo. Cuando acabo y salgo de la escena le pregunto a mi hermana o quien me acompañe que no ha habido aplausos, y me dicen 'estás loco, ha sido un enorme éxito'. Pero yo no lo oigo.
—Tras el éxito en La Scala, ¿quizás debía haber vuelto antes?
–He vuelto en el momento justo. Han pasado los años. Te digo una cosa. Puedes imaginar que yo llegué a la Scala en 1989, y ahora cuando volví yo era el más viejo, no quedaba nadie de aquella época. Se lo dije a todos, que esa era mi casa. Tengo grandes recuerdos de La Scala, he tenido momentos bellísimos, como cuando murió mi primera mujer y canté ‘La Boheme’ con Mirella [Freni], y llorábamos. Son los momentos duros.
—¿Y volver a trabajar con Riccardo Muti?
—Muti y yo tenemos una admiración recíproca. Cuando encuentra a mi hermana suele decirle 'dale recuerdos a mi Roberto'. Su hija me llama de vez en cuando. Es como en las familias, que pasan estas cosas y luego se pierde un poco el contacto. Pero yo no tengo problemas. Es más, estuve a punto de hacer un proyecto con su yerno, el pianista David Fray.
«La pandemia fue una bendición: me enseñó a vivir la vida normal. Podría dejarlo hoy; ya he cantado mucho»
—La ‘Tosca’ de Barcelona. Usted y su mujer se apartaron del proyecto porque no les gustaba la producción...
—No, no, no, nada de eso. Nosotros nos hemos comportados con gran honor. No hemos querido hacerle daño a nadie, ni al teatro ni al regista. Me ofrecieron cambiar la producción y dije que no, porque no quería hacerle daño a un regista joven que está empezando. Nos hemos retirado nosotros, no hemos hecho nada mal. La ópera es una cosa de familia, y yo quiero llevar a mi hija a ver a sus padres cantar ‘Tosca’, que tenga ese recuerdo. Pero a esa producción no puedo llevarla, por todo lo que pasaba en escena. El regista debería haberme enviado un mensaje para agradecerme que puede hacer esa producción gracias a mí, porque si me hubiese negado la habrían cambiado. Y no, no me ha dicho nada. No sé qué dice su entorno. Nosotros nos hemos comportado como señores. Se han dicho mentiras de principio a fin, sabiendo la verdad. Es más, estoy seguro de que van a cambiar cosas de esa producción, porque hay varios cantantes que están cancelando.
—¿Hay un público cansado de producciones controvertidas que buscan la polémica?
—Todos estamos cansados, nosotros los primeros. Todos mis colegas me dicen que están cansados de este tipo de producciones.
—¿Y por qué no levantan más la voz frente a producciones que no les gustan?
—El cantante nada puede hacer, porque pierde dinero y se buscan a otro. Mi mujer y yo hemos perdido doce cachés haciendo esto. El único poder lo tiene el público. Si se levanta el telón y no encuentra lo que esperaba, debería marcharse y pedir el reembolso de sus entradas. Así cambiarían los teatros.
—Vivimos en la cultura de la cancelación. ¿Teme que algún día cancelen a Don José, Canio o Pinkerton por machistas o políticamente incorrectos?
—Esta moda de la cancelación pasará, no se puede seguir adelante así. El teatro es ilusión, debe ser así. Existe el maquillaje, entrar en un personaje. ¿No hacemos Al Capone porque era un bandido? Ahora no dejan pintar la cara de negro de los personajes. La 'black face' de los años 20 ridiculizaba a las personas negras, pero si tú hoy haces ‘Otello’, haces honor a un personaje negro. El teatro debe quedar fuera de estas reglas. Es ridículo.
—La voz del cantante cambia, evoluciona, y hay papeles que se van quedando atrás. ¿Cuál echa de menos?
—No, te digo una cosa. Soy afortunado. Siempre he podido regresar a papeles del pasado. Estoy convencido que podría volver a cantar ‘Rigoletto’. Volví a ‘L'elisir d'amore’, a ‘La Boheme’, hice ‘La Traviata’ en París, en una única función con mi mujer sin un solo ensayo, cantándolo todo y con la ‘cabaletta’ acabando en el do. En realidad, hasta ahora no hay un rol que eche de menos porque ya no pueda cantarlo. Si me llaman mañana para ‘Rigoletto’, lo puedo hacer.
—Se cumplen dos años de su debut en Wagner, el 'Lohengrin' de Berlin. ¿El cuerpo le pide seguir explorando el autor?
—Sí, me gusta mucho Wagner. Pero el problema es que ya no tengo tiempo para estudiar más. Amo la vida. Y voy a hacer sesenta años. No me queda una carrera larga en la que hacer esto o aquello. Ya he hecho mucho, estoy pleno. No me queda nada.
—¿Un tenor sabe parar, decir 'hasta aquí llegó mi carrera'?
—Ese momento llegará por sí solo. Yo podría parar hoy. Sin lamento. He cantado todo lo que era posible. Sigo cantando porque tengo una hija pequeña, dos nietas, y me gusta que vengan conmigo, viajando alrededor del mundo.
—¿Cómo quisiera ser recordado entre los aficionados?
—Como un hombre sincero, generoso en el canto, que nunca ha trampeado. Estando mal, estando enfermo, he salido igualmente. Cuando he cancelado es porque no podía cantar. La más bella recompensa: esta semana me han llamado del Met para hacer el estreno de ‘Aida;’ de Viena, porque estaba enfermo Jonas [Kaufmann]; y de París, para hacer Tosca. En una semana.
—No está mal, no.
—No está mal para ser un viejecito, ¿eh?
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