Un renacimiento otro (y español)

A ello hay que sumar la llegada a Nápoles de la ‘Virgen del pez’ (1512-13), de Rafael, expuesta aquí, que influiría en la monumentalidad y la relación psicológica de los personajes en la pintura.

Exposición

'Otro Renacimiento. Artistas españoles en Nápoles a comienzos del Cinquecento'

Colectiva. Museo del Prado. Madrid. Paseo del Prado, s/n. Comisarios: Andrea Zezza, Riccardo Naldi y Manuel Arias. Hasta el 29 de enero'

La exposición, además, permite preguntarnos acerca de la definición de ‘Renacimiento español’. Es decir, cómo desde las fuentes primarias, desde los tratadistas renacentistas (Diego de Sagredo o Francisco de Holanda), se insistía en el clasicismo y reminiscencia antigua de esos artistas patrios, formados con los más grandes creadores italianos. Esta fabulosa reunión de obras permite, en cambio, vislumbrar no sólo cómo muchas de ellas son deudoras de dicciones personales y libres, también pueden ser fruto de una profunda sensibilidad que podríamos calificar como manierista y, por extensión, ‘anticlásica’.

De hecho, la complejidad e inestabilidad de las composiciones, el fuerte contraste lumínico, así como los escorzos, expresión y turbación de los cuerpos y rostros, va creciendo según se recorren los capítulos finales, precisamente dedicados a los grandes artistas españoles, a aquellos que Francisco de Holanda llamaría en su ‘De la pintura antigua’ (1548) «águilas del Renacimiento». En ocasiones, ese caudal expresivo parece desembocar en una actitud piadosa, más cercana a la pintura flamenca o a las exigencias que estaban por llegar de Trento.

Hemos de destacar cómo Pedro Fernández, algo anterior y menos apegado a esa ‘maniera moderna’, ‘aguanta el pulso’ a las ‘águilas’ Ordóñez, De Siloe, Berruguete y Machuca. No podemos obviar la rotunda presencia de artistas como Giovanni da Nola, Andrea Sabatini, Polidoro da Caravaggio o Girolamo Santacroce, con piezas exquisitas y que permite atisbar la potencia de Nápoles como un centro artístico indispensable del momento.

El recorrido se cierra con un magnífico diálogo, cuando no confrontación, entre De Siloe y Berruguete con sus ‘San Sebastianes’. Si el del primero aún conserva cierta contención en su marmóreo cuerpo, aunque se aprecia lo sinuoso de una línea sepentinata y un eco ‘miguelangelesco’, el del segundo, de reflejo áureo cual metáfora de lo espiritual, destruye la frontalidad y único punto de vista de buena parte de la escultura renacentista.

 Berruguete estira los miembros y torsiona el cuerpo del santo hasta llevarlo a un descoyuntamiento anticlásico que obliga a incorporar nuestro movimiento y tiempo como imprescindibles para una correcta apreciación de la pieza, tal vez manifestando una nueva sensibilidad que habla no sólo de ‘otro Renacimiento’, sino de un ‘Renacimiento otro’ en plena transformación hasta configurarse en algo bien distinto. Y nosotros, sumidos en un ejercicio de delectación, aprendizaje y provechoso cuestionamiento.