CRÍTICA DE:
'Mi refugio y mi tormenta', de Arundhati Roy: fascinante laberinto autobiográfico
MEMORIAS
La autora de la exitosa novela 'El dios de las pequeñas cosas' nos regala una poderosa 'memoir' centrada en su excepcional madre
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Iniciar sesiónGalardonada con el Booker Prize de 1997, una joven arquitecta de Delhi, Arundhati Roy (Shillong, 1959), nacida de madre cristiana de Kerala y padre hindú bengalí, de la que ahora acaban de aparecer sus fascinantes memorias fragmentarias, ‘Mi refugio y mi tormenta’, se convertiría ... en un fenómeno internacional con una obra bellísima: ‘El dios de las pequeñas cosas’ (Anagrama). Una mezcla de novela de iniciación y de amores trágicos en el país de las castas, con un delicado trasfondo de realismo mágico, que la relacionaría desde el principio con García Márquez y Salman Rushdie.
Una autora espléndida que, a pesar de tan exitosos comienzos, abandonaría la literatura durante veinte años, hasta su segunda novela, ‘El ministerio de la felicidad suprema’, en favor de obras muy notables, de enorme clarividencia y ferocidad, relacionadas con la lucha política y el compromiso ecológico y por la paz, el combate por los oprimidos, las injusticias de las castas, así como cuestiones sobre el desarme y la proliferación nuclear, presentes en diversos libros aparecidos en los últimos años, como los excelentes y combativos ensayos ‘El final de la imaginación’, ‘El álgebra de la justicia infinita’, ‘Retórica bélica’ y ‘Mi corazón sedicioso’ (todos en Anagrama) o ‘Espectros del capitalismo’ (Capitán Swing).
MEMORIAS
'Mi refugio y mi tormento'
- Autora Arundhati Roy
- Editorial Alfaguara
- Año 2025
- Páginas 432
- Precio 22,90 euros
Como cuenta aquí, Arundhati, de un decidido espíritu independiente, dejaría el estado del sur de la India donde había crecido para ir a la capital, Delhi, a los 16 años, comenzando una vida bohemia, lejos de su familia, con el objeto de matricularse en la Escuela de Arquitectura. Tras múltiples peripecias, dignas de un relato de picaresca protagonizadas por una heroína que ignoraba la palabra miedo y «con un instinto de sobrevivir día a día» en un país lleno de prejuicios para las jóvenes que decidían alejarse de toda protección («licenciada a los veintiún años, me había convertido en un ser raro, de tendencias un tanto vagabundas») en 1984 conoció a su futuro esposo, Pradip Krishen, un director de cine, que la introdujo en la industria cinematográfica. Pronto se vio interpretando el papel de una joven de pueblo en una película suya, ante la sorpresa de sus amigos: «Lo que más les desconcertaba era mi color de piel. Mi no-blancura».
Fama internacional
En 1992, Arundhati comenzaría a escribir su novela que daría la vuelta al mundo, ‘El dios de las pequeñas cosas’, inspirada en su vida y en su infancia en Kerala. Tras acabarla y comprarse una impresora, se la pasó a un amigo que la envió a varios editores. Empezaron a llover los contratos e inmediatamente se produjo «el caos». Algunos le preguntaron si tenía un número de fax y Arundhati les dio el de un vecino. Poco después la novela la haría famosa en todo el mundo.
Todo esto va apareciendo en maravillosos pasajes del libro, tan divertidos como conmovedores, pespunteados por un humor y autoironía deliciosos, en una vida sorprendente, definida por un carácter terco e indoblegable. Pero el verdadero personaje que domina cada etapa emprendida, aunque estuviera ausente de ella, fue su excepcional y volcánica madre, con la que estuvo años sin hablarse, fugada, aunque sin jamás haber roto «las barreras que le impedían dejar de quererla»: «En aquel pueblo del sur de la India —dirá Arundhati— sofocante y conservador, en el que a las mujeres solamente les estaba permitido cultivar una virtud empalagosa -o fingirla- mi madre actuaba con la chulería de un gánster.
Yo la veía dar rienda suelta a todo lo que era —su talento, su excentricidad, su bondad radical, su valentía militante, su intolerancia, su generosidad, su crueldad, su agresividad, su cabeza para los negocios y su temperamento impredecible y salvaje— con total abandono, en nuestra diminuta y aislada sociedad cristiana siria que, debido a su educación y su relativa prosperidad, vivía al margen de la espiral de violencia y la pobreza lacerante que asolaban el resto del país».
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