A la contra
Entre mesías e iluminados
La cultura era el último espacio en el que se podía convivir en libertad. Parecía, y utilizo el tiempo pretérito, que se salvaba de la ideologización extrema que salpica hoy hasta lo más cotidiano
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Iniciar sesiónParecía que la cultura era el último espacio en el que podían convivir en libertad y cierta armonía las diferentes sensibilidades ideológicas. Una especie de territorio comanche en alto el fuego, con sus pequeñas y salvables, por pintorescas y prescindibles, excepciones (recuerden a Eduardo Casanova ... diciendo que no quería que nadie de Vox fuera a ver su película 'La piedad'). Parecía, y utilizo el tiempo pretérito, que se salvaba de la ideologización extrema que salpica hoy hasta lo más cotidiano. Pero ahora algunos dan un paso más allá y, de la guerra cultural, avanzan hacia una guerra por la cultura.
Para algún periodista, los Monty Python serían patrimonio exclusivo de la izquierda y la derecha se estaría apropiando de su obra. De la película 'La vida de Brian' en concreto, y para atacar a la izquierda. Para alguna escritora (más conocida por una intervención polémica en TV3 que por su obra), que Ana Iris Simón (esta sí, archiconocida por su trabajo) cite a Pasolini o que Andrea Levy escuche a Yung Beef es «la derecha apropiándose de nuestra gente». Añade a la lista del supuesto expolio cultural a Gramsci y a Miguel Hernández.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, siempre a la última, lo hacía con Luis Martín-Santos a propósito de la exposición dedicada al escritor en la Biblioteca Nacional, reivindicando al autor como «un socialista del PSOE» y un «antifranquista por socialista». Y que ni el viento lo toque. Surgen aquí dos preguntas. Por un lado, si la obra de un autor no trasciende a este y debería, por lo tanto, poder ser disfrutada y apreciada incluso por aquel que no comparte su particular postura política o personal sensibilidad social, puesto que con quien se va a relacionar el público es con la obra, y no con el creador.
Por otro lado, si son los autodenominados herederos ideológicos del autor sujetos, políticos o sociales, autorizados para decidir sobre supuestos derechos de uso y disfrute de la cultura que, por otro lado, es patrimonio de todos. Más allá de que se trate de un 'rebotito' más o menos infantil, más o menos irreflexivo, de personajes hiperpolitizados, la idea de que tengamos que compartir marco de pensamiento político con todo autor para poder disfrutar legítimamente de su obra, sin una carga atribuible de activa intencionalidad política, parecería más limitante que militante.
La cultura debería gozar de toda la libertad para ser disfrutada
¿Tiene algún sentido blindarse ante cualquier manifestación cultural únicamente por no compartir ideas políticas? ¿Conseguimos algo impidiendo al que no piensa como nosotros tener acceso a esas manifestaciones, negándoles incluso que conozcan ideas que consideramos correctas? ¿No estaríamos entonces negándoles el derecho a rectificar las que defienden de manera equivocada?
Como apuntaría el filósofo Manuel Ruiz Zamora, autor de los imprescindibles 'Notas de la razón' y 'Sueños de la razón: ideología y literatura', lo que se estaría haciendo es tomar por sustantivas realidades adjetivas. «Los conceptos de derecha y de izquierda son adjetivos, lo que son sustantivas son las ideas», dice Ruiz Zamora. «Y no son, por tanto, ni de izquierdas ni de derechas. Son ideas. Lo que ha habido a lo largo de la historia son momentos en los que ciertas ideas han sido defendidas por la izquierda.
Y luego, por su propia deriva ideológica, esas ideas han sido abandonadas y ha pasado a ser la derecha, de manera legítima y, de igual modo, por su propia evolución, la que las ha defendido. Si a eso se le quiere llamar apropiacionismo, adelante. Pero se trataría entonces de un maravilloso y deseable apropiacionismo, porque las ideas no pertenecen a nadie, como tampoco la verdad. Son ideas, las defienda quien las defienda».
Ideologizadas manos
Se le estaría negando a una parte de la población, por una cuestión meramente ideológica, el legítimo acto de rectificar unas ideas equivocadas y reemplazarlas por otras acertadas. ¿Y quién debería ser el guardián de las esencias culturales y determinar quién puede y quién no disfrutar de estas? ¿Una escritora ligeramente popular por montar un pollo en una televisión autonómica? ¿Un periodista cultural? ¿El presidente del gobierno de cada momento? Sería como afirmar que 'El Quijote' (si así lo dicen la escritora, el periodista y el presidente) solo puede ser leído, interpretado y esgrimido por el conjunto de personas de una determinada ideología. Y por nadie más. Bajo ningún concepto.
La cultura debería gozar de toda la libertad para ser interpretada y disfrutada por cualquiera de nosotros desde el presente. Y quizá los Monty Python en 'La vida de Brian' de lo que nos alertaban, más que de la religión, era de los mesías y los iluminados. O quizá, en su oposición férrea frente a toda censura, los Monty Python no estarían muy de acuerdo con evitar el acceso a ciertos contenidos a una parte de la población. ¿Serían hoy de derechas por defender lo mismo que entonces?
Puedo imaginarles perfectamente defendiendo que, unos y otros, saquen sus sucias e ideologizadas manos de la cultura. O respondiendo, ante la pregunta '¿qué le debemos al imperio romano?', que nada. ¡Nada! ¡No podemos deberle nada, porque sería apropiacionismo!
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