A LA CONTRA
Una lengua que une
En la Madre Patria non enredamos en polémicas que a miles de kilómetros otros tienen superadas
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Se celebraba estos días en Santo Domingo el primer festival internacional de literatura en la región del Caribe, Mar de Palabras. Durante tres días, en la ciudad colonial, muy cerca de la catedral primada de América, se reunían y compartían ideas, por primera vez ... pero no última, autores llegados desde México, España, Cuba, Puerto Rico, Colombia, Nicaragua, Costa Rica, Perú y Argentina.
Y todos tenían en común algo: una lengua. No todos escriben en español. Algunos lo hacen en inglés y otros en portugués. O en francés. Había quien se expresaba mejor en otro idioma, incluso. Pero a todos les unía el conocimiento y uso de una lengua que facilitaba el diálogo y el entendimiento.
Cuando Junot Díaz no fue capaz de encontrar la frase exacta en español, el público, entusiasta, le ayudó entre risas a encontrar la construcción precisa. Algún regionalismo y alguna expresión en inglés, incluso en ‘spanglish’, salpicaron las intervenciones.
Sorayda Peguero contaba cómo, al narrar en Barcelona una anécdota sobre su Haina local, en la que los ‘tigres’ (golfo, buscavidas) andaban comiendo gatos, alguien pensó que en El Caribe los tigres (felinos carnívoros de gran tamaño) se paseaban, libre y peligrosamente, por sus calles.
A veces necesitamos escuchar dos frases más para deducir por el contexto el significado de una palabra (un maco, un chin, a la brigandina) que nos suena familiar (esa fonética también es nuestra) pero no somos capaces de definir exactamente. A veces, la misma palabra significa cosas distintas. Otras, palabras distintas significan lo mismo.
Nueve países fueron capaces de compartir, orgullosos, una rica lengua de todos
Unos prenden la luz y otros la encienden, unos jalan mientras otros tiran, hay cosas que se dañan y cosas que se estropean. Pero 500 millones de personas se entienden al hablar. ¿No es eso incluyente?
Pensaba en eso al ver a unos y otros hablando, aquí y allá, escritores y lectores, de diferentes procedencias y con distintas sensibilidades, de gustos dispares y dispares circunstancias: un foro de ideas compartidas en una lengua común con el fin de reflexionar unidos.
Y, claro, inevitablemente, pensé también en los pinganillos, allá (aquí) en España. Donde, para ser incluyentes, no se nos ha ocurrido otra cosa que dejar de utilizar la lengua común precisamente en el lugar donde reside el poder legislativo, donde se encuentra representado el pueblo español. Allí, donde más falta hace el entendimiento y la inclusión.
Señores que tres minutos antes, en los pasillos, hablan entre ellos en una lengua que comparten, rechazan utilizarla una vez suben a la tribuna para dirigirse a todos los presentes. Y obligan al otro, a ese con el que tiene un código compartido, a escucharle hablar en otro diferente que no tiene la obligación de conocer.
Voladura
Y a eso le llaman cultura, y le llaman inclusión, y le llaman conciliación e, incluso, convivencia (la riqueza del español es tanta que incluso la misma palabra puede ser utilizada para designar todo lo contrario). Pensaba en todo eso, digo, y en qué habría ocurrido si desde cada uno de todos estos países que comparten una lengua hubiesen exigido expresarse en alguna indígena. O, simplemente, que alguno de los presentes se hubiese negado a hacer el esfuerzo de abandonar por un momento la lengua en la que suelen expresarse para utilizar otra que dominan pero ya no es su lengua principal.
El resultado habría sido la voladura del entendimiento fluido de un encuentro como este: habría sido un fracaso. Pero nueve países fueron capaces de entenderse y compartir, orgullosos, una rica lengua que es de todos. Y mientras tanto, en la Madre Patria…
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