A la contra
El día del tebeo
No me gusta utilizar la palabra cómic y tampoco novela gráfica porque no creo que los tebeos necesiten ser dignificados con otro nombre
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No me gusta utilizar la palabra cómic y tampoco novela gráfica, porque no considero que los tebeos, como los he llamado siempre, necesiten ser dignificados mediante una denominación que suene a algo serio, que permita a adultos leerlos sin sentir que andan perdiendo el tiempo ... con chiquillerías. Que haga de su afición algo respetable. Tebeo, además, es una palabra preciosa. Y muy nuestra. ¿Por qué no utilizarla?
Se adoptó para designar las historias contadas con dibujos y mediante secuencias de viñetas gracias a la revista ‘TBO’, cuyo primer número fue publicado el 11 de marzo de 1917. ¿A qué se debía tan enigmático nombre? Durante algún tiempo se apuntó a que sería el acrónimo del nombre y los apellidos del mallorquín Tomeu Bauzá Oller, pues su editorial (editorial Bauzá) fue socia de la revista. Algunos apuntan a que proviene de la voz latina ‘thebaeus’ (originario de Tebas) y, otros, a una representación fonética del sintagma ‘te veo’, que haría referencia al acto de mirar u observar.
Pero parece que ni los aficionados a la antroponimia, ni los de la historiografía clásica, ni los de los jeroglíficos párvulos estaban en lo cierto y el nombre de ‘TBO’, todo así lo indica, fue tomado de una obra lírica firmada por Eduardo Montillos y Ángel Torres del Álamo, con música del maestro Arturo Lapuerta, estrenada el 29 de abril de 1909 en el Coliseo del Noviciado de Madrid. «T.B.O. Revista lírica en cuatro o cinco cuadros (a gusto del consumidor)», rezaba la portada del libreto.
Estoy con Luis Alberto de Cuenca: el tebeo empieza en la cama, cuando un niño está enfermo y los devora por horas
Y arrancaba la obra con la ajetreada jornada anterior a la salida del primer número de un periódico imaginario: el T.B.O. «¡Ánimo, señores! A trabajar», clamaba el director. «Mañana saldrá el primer número de T.B.O. y hay que lucirse. Ya saben ustedes que éste no será un periódico vulgar. T.B.O. viene a llenar un vacío».
Y vaya si lo llenó: ‘tebeo’ pasó a ser la voz que designaría a todo un medio narrativo. Uno que no necesita justificarse, ni precisa adoptar extranjerismos para ser designado, ni siquiera ya ser reivindicado. A estas alturas: dicen que el tebeo aparece en 1875, cuando el New Yorker World ‘At the Circus in Hogan’s Alley’. Otros consideran que en 1896, con ‘The Yellow Kid’ en el ‘The World’ de Nueva York. Hay quien traslada ese inicio hasta el siglo XIV, con la Biblia de Velislav, un manuscrito que relata el Antiguo Testamento mediante 747 ilustraciones (en 2009, Robert Crumb, el gran autor del ‘underground’ americano, publicaría su ‘Genesis’).
Yo, que vuelvo a 'Krazy Kat' como tebeo totémico cada vez que algo se tambalea a mi alrededor y creo en Herriman por encima de todas las cosas, en esto estoy con Luis Alberto de Cuenca: el tebeo empieza en la cama, cuando un niño está enfermo y los devora por horas. Por eso siempre regalo tebeos a mis pequeños amigos y a los hijos de mis amigos grandes, porque ahí se empieza siempre.
Y algún día, si nada lo impide, caerán en sus manos las obras de David Mazzucchelli, de Manu Larcenet, de Art Spiegelman, de Alison Bechdel, Chris Ware, Daniel Clows, Alan Moore, Frank Miller, Charles Burns, Julie Doucet o Posy Simmonds. Y Paco Roca, Max, Bartolomé Seguí, Pere Joan, Sergio Bleda y Miguel Gallardo.
Y, con suerte, los seguirán llamando tebeos. Y recordarán que el primero de todos, entre toses y fiebres, fue uno de Goscinny y Uderzo, y que estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos…
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