A LA CONTRA
Despertar del despertar
¿Qué ha podido fallar? ¿Cómo es que algunos demócratas han renegado del movimiento del que habían hecho bandera? La cultura 'woke', en el banquillo
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Mujeres blancas, latinos, negros y jóvenes preferían votar a Donald Trump frente a Kamala Harris en las últimas elecciones estadounidenses. Acentuaban así la grieta por la que hacía aguas eso que se ha dado en llamar 'lo woke' y cuyo primer síntoma de declive, ... aquel que vaticinaba cambio ya hace unos meses, era la aparición, tímida pero constante, de intelectuales de izquierdas publicando ensayos y artículos que señalaban al movimiento 'woke' como eminentemente de derechas (la filósofa norteamericana Susan Neiman publicaba 'Izquierda no es woke', por ejemplo) o directamente, negaban su existencia (Ernest Urtasun, ministro de Cultura, negaba su existencia, asegurando que son solo fabulaciones de la ultraderecha). Ahora, un buen número de votantes pertenecientes a las propias minorías, instrumentalizadas durante tanto tiempo para implementar políticas y medidas DEI, les dan la espalda en la cuna misma del fenómeno, evidenciando el rechazo.
¿Qué ha podido fallar? ¿Cómo es que algunos demócratas han renegado del movimiento del que habían hecho bandera? Es posible que haya cristalizado el definitivo hartazgo ante un exceso de corrección política, una exacerbada inclusividad impuesta (e impostada) y un exasperante puritanismo. Pero aquí, de momento, la ideología 'woke' y las políticas DEI continúan instaladas cómodamente en la academia, las instituciones, las empresas y los medios. Desde aquí, contemplamos lo que está ocurriendo en Estados Unidos como si de una especie de 'como me ves, te verás' se tratara, intuyendo que lo que allí ocurre acabará siendo el canario en la mina de lo que nos vendrá.
Es posible que haya cristalizado el definitivo hartazgo ante un exceso de corrección política
Y lo que nos vendrá, si nada cambia, es ese mismo hastío por un movimiento que, desde la izquierda más radical (le pese a quien le pese y por muy sofisticada que sea la exculpación), se apropió de ciertas causas para pervertirlas e imponer una supuesta justicia social reparadora (revanchista, más bien) que justificaba todo abuso y atropello, imponiendo unas estructuras de poder que dividían a la sociedad en oprimidos (siempre víctimas) y opresores (siempre culpables) y que ahora se desmoronan.
Muchos de los que despertaron entonces, simpatizando con el movimiento, lo hacen ahora de nuevo, repudiándolo. Como si de muñecas matrioshkas de lo ideológico se tratara esto. Y contemplan, estupefactos, el resultado de años de tropelías reaccionarias y tribalistas que contaminaron todo el sistema con sus delirios identitarios. Ya en 2023 y tras la victoria de Milei en Argentina, se podía atisbar un declive. Uno que no venía propiciado exclusivamente por la derecha, sino también por la no izquierda y por una izquierda que no se siente representada por esta minoría, fanatizada y ruidosa, desilustrada e intolerante.
Y ahí es donde cambia el panorama, donde la izquierda radical pierde el pie al no saber cómo hacer frente, de pronto, a los que deciden no descuidar lo que llamamos 'batalla cultural', pero tampoco perder de vista la razón y la sensatez, prescindiendo del aspaviento y el golpe de pecho. Y es que las dictaduras de las minorías poco tienen que hacer sin la intransigencia del fanático ruidoso.
Quizá lo que estaría bien es aprender de lo ocurrido y evitar caer en falsarios dilemas que nos obliguen a elegir, por narices, entre lo malo y lo peor: que nos repugne el uso espurio que se ha hecho de ciertas causas por parte de una militancia entusiasta y sectaria no debería ser motivo para entregarnos alegremente a los brazos del populismo contrario. Lo peor no convierte en bueno a lo malo, ni lo malo lo logra con lo peor.
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