A LA CONTRA
Lo que no debe ser nombrado
La gran familia del cine citó muchas causas en los Goya, pero no tuvo tiempo, por lo que fuera, para los guardias ejecutados, las mujeres agredidas en el metro o los trabajadores del campo
Rebeca Argudo, nueva firma en ABC
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Iniciar sesión¿Imaginan una gala de los Goya en la que el presentador empezara dando las buenas noches a todos los «señoritos del cine español»? ¿Imaginan un Ricky Gervais patrio, irreverente e iconoclasta, presentando la ceremonia como aquel hizo con los Globos de Oro? Uno que ... recordase al respetable que Penélope Cruz llegó a Hollywood de la mano de Harvey Weinstein y que, ya condenado, se refería a él como «una persona complicada». Que a continuación mandase un cordial saludo, donde quiera que esté escondido, a Carlos Vermut. Como quien no quiere la cosa, preguntaría qué tienen en común hoy todos nuestros actores y directores: el miedo a Gregorio Belinchón.
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Rebeca Argudo
Risas nerviosas y cuchicheos entre los asistentes. «Va a por vosotros, pervertidos». Que hiciese chistes sobre sociedades opacas tras la interpelación de Almodóvar a García-Gallardo a cuenta de las subvenciones. Parece difícil para una gala que este año empezaba con un 'sketch' digno de 'Escenas de Matrimonio' y en la que lo más irreverente fue Marisa Paredes autohomenajeándose con un breve diálogo de 'Todo sobre mi madre' donde se decía «polla».
¿Imaginan a Buenafuente entregando el Goya a mejor dirección novel y diciendo a los varones nominados que pueden relajarse, que no tienen la más mínima posibilidad? Por mucho que su película se titule 'Matria'. Risas. Ganará una mujer, como siempre desde 2017. «Mala época para debutar en la dirección siendo hombre. Aprovechad la ley trans y cambiad de sexo. Ni siquiera tendréis que cambiar de nombre y podéis ser lesbianas». Que no lo digo yo, lo dice el improbable presentador inventado, que ahora está preguntando si no será transfobia elegir a una niña, para hacer de niño trans, en lugar de a un niño trans. ¿O es que no hay tantos niños trans?
¿En su mundo de ilusión, no caben los asuntos que preocupan al ciudadano de a pie?
No parece muy probable a la vista de que, si algo ha conseguido la gala este año, es que ni el momento de los obituarios resultase emocionante. Aun cuando todos teníamos la lagrimilla lista por la pérdida de Concha Velasco. Eso, y evidenciar como nunca antes la fractura entre el mundo del cine y el tejido social. Mientras ese día la conversación pública discurría entre los Guardias Civiles asesinados en Barbate por narcotraficantes, las mujeres brutalmente agredidas por un magrebí en el metro de Barcelona y las reivindicaciones de agricultores y ganaderos, en Valladolid nuestros artistas se hallaban consternados por la situación en Gaza y los supuestos abusos a mujeres en el cine español.
Solidarios con las tres mujeres anónimas que han denunciado en un medio de comunicación, que no en sede judicial, a un cineasta semipopular, ellas se abanicaban, consternadas, con el típico paipái pucelano (serigrafiado para la ocasión con el sintagma 'Se acabó'). Ellos, sospechosos cuando no culpables, aplaudían complacidos (mejor verdugo que ejecutado), comprometidos todos, sin fisuras, con un #metoo a la española, esa caza de brujas posmoderna.
Sin autocrítica
Más de tres horas y media de adhesión a toda causa: los homosexuales, los trans, el cambio climático, la memoria histórica, los niños de la Cañada Real, los enfermos de Alzheimer, los resultados electorales en Argentina, la asistencia a las salas de cine, las subvenciones al cine, la precariedad en el cine, la mujer en el cine. Hasta las tetas fueron reivindicadas. Como si de 'Las Noches de Ortega' se tratase, los artistas, valientes, enumeraron, una por una y casi en orden alfabético, toda causa loable susceptible de situarles en el lado correcto en un apresurado juicio moral. Pero se les fue el tiempo y no pudieron recordar, ni por descuido, a los Guardias Civiles ejecutados, a las mujeres agredidas o a los trabajadores del campo. Por lo que fuera.
¿Vive nuestra ficción atrapada en su propia ficción, ajena a nuestra realidad? ¿En su mundo de ilusión, no caben los asuntos que preocupan al ciudadano de a pie? ¿Está realmente convencida de que sus desvelos describen el sentir de la ciudadanía, de que nos representan? Nuestros artistas parecían más bien una suerte de Norma Desmond crepuscular, convencida solo ella de que España entera, al pie de la escalera de su fiesta grande, vibraba ante tanto 'glamour', talento y conciencia social. Apartada, no solo de la realidad, sino de cualquier atisbo de sentido del humor o autocrítica. Complacida consigo misma. Nada (ni nadie) fuera de tono, políticamente correcto todo.
Nuestros artistas parecían más bien una suerte de Norma Desmond crepuscular
Nuestra industria cinematográfica es incapaz de levantar la voz para rescatarse a sí misma de un sistema de subvenciones, injusto y discriminatorio, que obliga a los creadores a preocuparse más por cumplir cuotas que por la excelencia de su producto. Es cautiva de ciertas asociaciones y personajes a los que beneficia este contexto y sobre los que se pronuncian en privado, pero a los que no se atreve a contradecir en público por miedo a señalamientos. Todo eso no debe ser nombrado. Significarse es aquí sinónimo de no volver a trabajar más. Y si hay que mirar hacia otro lado mientras se lapida a un compañero (uno no demasiado relevante), se hace. Confiando en no ser el siguiente. ¿Cómo esperar de ella que sea políticamente incorrecta o se ría de sí misma? El que tiene miedo no ríe y, el que no lo tiene, es porque se beneficia. Por eso se lo toma tan en serio.
Tampoco descartemos que sea su tramoya lo cierto y, nosotros, los desligados de la realidad. Contaba Fellini que, una vez, una señora en Cadillac, con un trozo de nariz de oro y un mono en el brazo, le preguntó por qué en sus películas nunca salía nadie normal. Al fin y al cabo, como dijo el que parafraseó a Aristóteles (y tampoco debe ser nombrado), la única verdad es la realidad. Y esta parece ser la suya.
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