A la contra
Lo 'chuminero' no es cultura
El advenimiento de 'Sálvame' a RTVE no significa la llegada de la cultura popular a «la casa de todos»
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Convendría no confundir ‘cultura’ y ‘entretenimiento’, lo que no significa que la cultura no pueda ser entretenida o que el entretenimiento no pueda ser cultura. Por decirlo de otro modo: el advenimiento del universo ‘Sálvame’ a la televisión pública no significa la llegada de ... la cultura popular a «la casa de todos», como están intentando vender ciertos iluminados, sino la degradación de un servicio público.
Y no se trata del eterno debate sobre si existe o no (o si se debería o no diferenciar) entre alta y baja cultura; se trata, directamente, de que lo ‘chuminero’ (zafio, chusco, vacío, insustancial) no es cultura y no es ese su espacio. Si embargo, asistimos al lamentable espectáculo de una defensa de esta colonización de lo pueril de un ente que debería estar a otra cosa.
Porque no es una televisión privada, es la televisión pública, y en ella no se deberían priorizar productos audiovisuales que se alejan tanto de la responsabilidad que debería asumir como tal: una televisión pública debería ser útil para la ciudadanía, plural, neutral, independiente y rigurosa.
«Es historia de la tele», afirmaban en redes los que no hace tanto se tiraban de los pelos cuando, los mismos y haciendo lo mismo, desfilaban por Telecinco (la antigua Telecinco). Ahora, es historia de la televisión.
La cultura por fin se democratiza, dicen. Pero, si es fiel reflejo de nuestra sociedad, lo cierto es que es preocupante. Si de lo que es reflejo es de la idea que este gobierno tiene de lo que debe ofrecer desde la televisión pública a los ciudadanos, todavía lo es más.
De momento, las audiencias parecen dar la espalda a este nuevo modo de entender el servicio público. Pero, paradójicamente y de manera simultánea, defender su emisión (la necesidad de esta) a capa y espada parece haberse convertido en la nueva prueba del pañuelo que demuestra la verdadera pureza de sangre en cuanto a ‘izquierdabilidad’.
La cultura puede ser entretenida y el entretenimiento puede ser cultura. Pero no así
Así, si no verle la gracia a Broncano, a Giró o a Lalachús era síntoma de no ser suficientemente de izquierdas (o de no serlo bien), ahora lo es considerar que el desfile histrión, saltimbanqui y mamarracho de las Lozanos, las Patiños, las Esteban, los Bobpops y los Matamoros no es cultura.
Y así, ante el interminable y carísimo publirreportaje institucional, en formato encomio esperpéntico a la incultura, la ignorancia y la desilustración, nos van a intentar convencer de que es imprescindible y justo entretenimiento popular. Lo que el pueblo quiere y merece. Y aquí vendría, de creerles y ser así, la pregunta: ¿Debería la televisión pública rebajar su calidad hasta ofrecer al ciudadano un producto que puede digerir sin dificultad o es su obligación mantener la calidad y que el ciudadano tenga la oportunidad de elevarse?
Fealdad del espectáculo
O, dicho de otra manera. ¿Debe rebajarse la cultura al nivel del más tonto de entre sus potenciales usuarios, aun a riesgo de dejar de ser precisamente cultura? Cuando se democratiza, ¿se iguala por abajo? Lo peor es que ni siquiera se nos permite agarrarnos, a la desesperada, a la excusa de la belleza, de lo estético. Tal es la fealdad del espectáculo.
Y como, cuando todo es falso, la primera víctima es la verdad y lo verdadero termina siendo más falso que lo falso, precisamente por su carácter de cierto, acabaremos viendo, me temo, cómo la vulgaridad de los Kikos, las Lydias y Belenes, de las Inés Hernand de la vida, se convierten en referencia cultural para una parte de la sociedad capaz de comulgar con ruedas de molino si con eso se aseguran estar (parecerlo al menos) en el lado bueno de la historia
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