A LA CONTRA
El arte de reír mientras podamos
La serie 'Bellas Artes' parte de una premisa subversiva e iconoclasta: la elección de un hombre blanco heterosexual (y escéptico ante los movimientos identitarios) como director de un museo
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Iniciar sesiónLa nueva serie que Movistar estrena este mes de abril, 'Bellas Artes', parte de una premisa tan subversiva como iconoclasta para los tiempos que corren: la elección de un hombre blanco heterosexual (y bastante escéptico ante los movimientos identitarios) como director de un museo ... de arte contemporáneo. Lo normal hoy (lo conservador, como reconoce el propio protagonista) sería seleccionar a una mujer feminista y disidente sexual, a poder ser racializada, dispuesta a descolonizar el mundo del arte desde la transversalidad y la perspectiva de género.
Pero no: precisamente para huir de todo aquello que pueda remitir a lo conservador, el elegido es un hombre de mediana edad con sobrada y demostrada experiencia. Qué incendiario eso del mérito.
Esta ficción, contra todo pronóstico, parece ir en la línea de la sorpresiva 'American Fiction', rompiendo con la hegemonía de productos audiovisuales políticamente correctos, en perfecta sintonía con la línea de pensamiento imperante, y un humor que incomode poco a minorías gregarias. Una grieta esta, pequeña todavía, por la que se cuela un leve soplo de aire fresco. Y si 'American Fiction' se atrevía a ironizar con la literatura negra y sacar punta a sus clichés, 'Bellas Artes' lo hace con el mundo del arte contemporáneo. Y lo hace sin necesidad de caer en la hipérbole zafia y esperpéntica, manteniendo un tono templado, entre la indolencia y la perplejidad pero sin aspavientos.
Porque no los necesita: la realidad hoy es ya imparodiable. La burla se hace sola. La simple contemplación es hilarante. ¿O no lo es el vídeo de la curadora que muestra y explica una obra de arte consistente en dos bloques de granito y una lechuga? ¿No lo fue la ronda de pensamiento y acción gráfica del Museo de América con motivo del Día Internacional de la Mujer? ¿No lo eran los carteles del 15M expuestos en el Reina Sofía? Si antes la función del museo era, lo teníamos todos más o menos claro, la de promover el conocimiento y el acceso del público al arte y garantizar la exhibición, protección y conservación del patrimonio artístico, ahora ese enfoque y los usos del espacio son (deben serlo) cuestionados, reformulados y descolonizados. Estamos en eso de «repensar los museos». Y todo ello, por supuesto, con perspectiva de género y de manera transversal, resiliente y ecosostenible.
Estamos en eso de 'repensar los museos'. Y todo ello, por supuesto, con perspectiva de género
¿Y el arte? El arte es lo de menos. Lo importante es la construcción de nuevas narrativas museales (sic) y su conversión en «espacios de ciudadanía»: que acuda democráticamente todo cristo. Desde el académico más reputado, y realmente interesado en el arte, a la pareja joven que no sabe bien qué hacer un sábado por la tarde. La experiencia museística convertida en entretenimiento de masas, en el mejor de los casos, y en espacio de divulgación ideológica, en el peor de ellos.
Y en esa colisión entre el museo como espacio de conocimiento (que encarna el nuevo director del museo) y el museo como centro de 'artentertainment', de nuevas dialécticas y marco de resistencia y consigna moral de fácil deglución (artistas, curadores, activistas) es donde encuentran un buen charco en el que chapotear Gastón Duprat y Mariano Cohn, creadores también de la imperdible 'El encargado'. Y vaya si lo hacen, sin dejarse arrastrar por lo que se espera del humor hoy y permitiendo que en nuestro córtex se agolpen las preguntas: ¿Qué es arte? ¿Qué es un museo? ¿Cuál es su función? ¿Cuál no? ¿Dónde empieza y dónde acaba la tomadura de pelo?
El arte queda, pues, supeditado al programa ideológico
Contaba Will Gompertz, ensayista y director de Arte de la BBC, una anécdota sobre el arte contemporáneo: en el año 1972, la Tate Gallery de Londres compró una obra que consistía en un rectángulo de ladrillos refractarios compuesto por 120 piezas. La prensa puso el grito en el cielo. Treinta años después compró una obra consistente en la acción performativa de colocar a un grupo de actores formando una fila en actitud de expectante espera. La prensa no dijo nada. El arte moderno había pasado en tres décadas de despilfarro injustificado y chiste de mal gusto a respetada y celebrada creación.
¿Qué había pasado? El dinero. Los mercados bursátiles caían y los del arte subían. Se invertía en arte. Si trasladamos la anécdota a este momento, con la agenda 2030 en el horizonte y el capitalismo convertido (junto con el heteropatriarcado) en causa y razón de todos los males, lo que cotiza al alza es la moralidad. Así que de ella se llenan los museos: de causas justas y movimientos identitarios. Vuelta a invertir, capitalismo moral. El arte queda, pues, supeditado al programa ideológico: lo importante es el mensaje y no la realidad específica de este. Pero es arte y es su lugar. Y si el arte es, como sostienen numerosos teóricos, uno de los sustitutos hoy de la religión por su condición sacra, sería el museo el sustituto del templo, el lugar desde el que evangelizar.
Así que riámonos ahora, mientras podamos.
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