Crítica de:
'El realismo íntimo de Isabel Quintanilla' en el Museo Thyssen: a veces, la magia del arte
MUSEOS / PINTURA
La deliciosa muestra que el Museo Thyssen organiza obliga a revisar todo lo escrito y sabido sobre los Realistas de Madrid
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'El teléfono', obra de 1996 de Quintanilla
«Sus cuadros y dibujos me han procurado esas emociones estéticas, esas satisfacciones legítimas, esa complacencia del espíritu que sólo el objeto artístico nos puede proporcionar», (Francisco López Hernández, 1992); el gran escultor realista, cuando observa a su mujer pintando, sabe que está buscando « ... esa luz pasajera que la ha cautivado». Y esa luz –y el modo en que la artista la atrapa para que podamos seguir viéndola cincuenta años después– es la que despierta la emoción estética. En este caso, la que nos embarga, una o dos veces en la vida, cuando algo nos saca de nuestro ensimismamiento y abrimos los ojos a 'la realidad'.
En su texto curatorial, Leticia de Cos afina aún más: «La obsesión de Isabel Quintanilla es la captura del rastro que la luz deja al tocar los objetos». Dícese esto porque hace unos días alguien me confesaba que nunca había llorado frente a una pintura –sí ante otros productos artísticos– y este cronista, al que no todo le emociona, ha derramado aquí alguna que otra lágrima; obviamente, es imposible saber por qué pasa eso. El propio Paco López guarda silencio: «Con mis suposiciones me abrigo y eso me basta».
Imagen y semejanza
Hay una segunda cuestión en la que no insiste demasiado (y me parece bien) el discurso de esta maravillosa exposición, que es la semejanza –técnica y táctica– entre el modo en que Isabel Quintanilla y Antonio López se acercan a lo que llamaremos «la luz cruda de lo real»: hay un modo de hacer, un modo de avanzar desde la impresión hasta lo particular, tributario del Impresionismo y por tanto revolucionario y emancipador frente al academicismo, que es la aportación más importante de López García y sus compañeros de aventura, y que en los fabulosos, mágicos –y numerosos– dibujos de esta cita se aprecia plenamente.
Hay también, siempre, un poso existencialista –lo real al desnudo, uno mismo desvalido– en la pintura de los bien llamados 'Realistas madrileños' y en el hiperrrealismo y el Fotorrealismo americanos de aquellos años (y que se consagran como movimiento contemporáneo en la Bienal de Venecia de 1973).
Pero hay un matiz que los separa –y que en cierto modo es el mismo que distingue al Informalismo europeo del americano, según Greemberg– y es el peso –y el poso– de la tradición o lo que De Cos llama «carga emocional y narrativa»: el mejor Realismo americano (Estes, Close, Bravo…) no atiende a la Historia –pensemos en la relación de López y Quintanilla con los paisajes domésticos y urbanos del Desarrollismo–, ni a las huellas del tiempo, del uso, sobre las cosas, algo que es esencial en la cruda realidad de nuestros realistas, y es más heredero del Pop que de la tradición de la gran pintura porque le interesa la imagen fotográfica como objeto de consumo de masas: «No teníamos nada que ver con ellos […], culturalmente éramos países distintos. […] Ellos copian de la fotografía, incluso la amplían y luego colorean», declara Quintanilla.
Leticia de Cos, que curó la gran exposición 'Realistas de Madrid' (2017), ha realizado un trabajo magnífico, que sitúa a Quintanilla a un nivel tan alto que obliga a revisar la historia del grupo. Se la conocía mal: la inmensa mayoría de las obras provienen de colecciones alemanas. En las obras y en su texto 'La emoción hecha pintura' analiza sus obras tempranas –'La lamparilla' (1956), que contrapone a 'Los melocotones y las rosas' de Antonio López, del mismo año–; luego, la influencia en sus primeros bodegones de los frescos pompeyanos que estudió durante sus cuatro años en la Academia de Roma.
Llamativas similitudes
En 'Pintura de proximidad', las características de los humildes y comunes objetos representados –los vasos de Duralex, el bote de Ajax… «¿Un guiño pop?», se interroga– y las evocaciones de su madre o de sí misma; en los años 70, esta pintura adquiere una calidad tal que sobrecoge: su forma de aprehender la luz, tanto natural como artificial, tanto con el lápiz como con el óleo, en los interiores domésticos, nos confrontan con algo tan poco común como es la magia del arte.
Junto a obras espectaculares, como 'Paco escribiendo' (1995), deliciosos estudios y obras de mediano formato. Vuelven a contraponerse aquí, es obligado, sus cuadros de cuartos de baño a los de su colega Antonio: las similitudes son llamativas. Se les dedica una sala a sus compañeras del grupo de realistas: Esperanza Parada, esposa de Julio López Hernández, el hermano de Francisco; Amalia Avia, esposa de Lucio Muñoz; María Moreno, esposa de Antonio López... «Éramos un grupo, pintábamos juntos, nos casábamos unos con otros», dice en el vídeo.
Isabel Quintanilla
'El realismo íntimo de Isabel Quintanilla'. Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid. Paseo del Prado, 8. Comisaria: Leticia de Cos. Hasta el 2 de junio. Cuatro estrellas
Y finalmente, otra sala a sus exteriores y paisajes con una última evocación de Roma (1998) que cierra el círculo. Una muestra excepcional y perturbadora.