CRítica de:
'Un puñado de polvo', de Evelyn Waugh: un hombre perdido
NARRATIVA
Reeditan una de las cumbres del autor londinense, su autobiografía alternativa. No confundir con autoficción
Otras críticas del autor

Se dice 'Evelyn Waugh' y, casi refleja y automáticamente para muchos, se evoca una serie de la BBC llamada 'Retorno a Brideshead' y el férreo descubrimiento de un tal Jeremy Irons. Otros —un tanto más curtidos en la obra del autor nacido en Londres ... en 1903 y fallecido en 1966— se arriesgarán a definir al díptico escolar compuesto por 'Decadencia y caída y Cuerpos viles' como la versión flemática de lo que había casi patentado en USA el primer Francis Scott Fitzgerald y, más tarde, el danzarín y musical Anthony Powell y el desatado Bret Easton Ellis.
Algunos lo acusarán de, con su trilogía guerrera 'Sword of Honour' haberse inspirado un tanto demasiado en los logros e intenciones de Ford Madox Ford en su 'Al final del desfile'. Y tal vez alguno mencione a la cáustica y funeraria 'Los seres queridos'; o a sus sátiras africanas más allá de que Waugh jamás se haya considerado satírico; o (a destacar) la alucinada y alucinatoria y autobiográficamente paranoide-traumática 'La prueba de fuego de Gilbert Pinfold', que se adelanta a mucho de lo que hoy hace el formidable Jonathan Coe.
NOVELA
'Un puñado de polvo'

- Autor Evelyn Waugh
- Editorial Impedimenta
- Año 2025
- Páginas 296
- Precio 23,95 euros
Yo —que las leí todas— siempre me inclino, reverente, ante esta rescatada 'Un puñado de polvo' (1934). Novela que se las arregla para hacer comulgar todo lo mejor de todas las anteriores con las idas y vueltas de su protagonista: el aristócrata Tony Last.
Un inconformista y desilusionado con su entorno añorando esplendores victorianos quien (más o menos directamente inspirado en el explorador y coronel británico Percy Fawcett, desaparecido en la jungla amazónica en 1925; un libro de David Grann y una película de James Gray lo estudian y actúan; Waugh ya había anticipado su figura en un relato publicado dos años antes que la novela y que, con decisivas alteraciones, desechando ese final feliz pedido por una revista norteamericana por considerarlo «demasiado espantoso», incorporó como el capítulo VI de 'Un puñado de polvo)' acaba prisionero de un psicópata. Un tal Mr. Todd quien lo condena a leer, en una jungla brasilera sin mapa ni brújula, una y otra vez, y hasta su último aliento y visión, las obras completas de Charles Dickens.
También introdujo en la novela el agridulce dolor que le produjo el abandono de su esposa
Waugh, también, introdujo en la novela el agridulce dolor que le produjo el abandono de su esposa y —marca de la casa— todo lo que sabía acerca de los malos modales de la clase gobernante yendo y viniendo por pasillos de la ancestral Hetton Abbey y las salas tribunalicias donde se cuecen casi a escondidas los divorcios de los poderosos. Algo así como —puntualizó un crítico— «realismo desilusionado».
Y también (muchos de sus personajes brotaron de contrapartes reales que identifica con precisión la biografía de Waugh firmada por Christopher Sykes) autobiografía alternativa que no es lo mismo que auto-ficción. Todo potenciado por Waugh muy preocupado por la sensación de «sentirme prisionero» (y acaso ya intuyendo su fuga-conversión al catolicismo) y ver cómo hacer funcionar todos eso, novelescamente, en el que Cyril Connolly definió como «el único libro que entiende el verdadero horror del fin del amor experimentado desde el punto de vista de la parte inocente en un matrimonio».
El efecto de todo esto —a diferencia de lo que sucedía en las novelas anteriores de Waugh— no es el que provocan las más sofisticadas farsas sino el de una apenas burlona y algo resignada y cínica melancolía que recuerda a la magistral 'El buen soldado' del ya aquí invocado Ford. Sí: otra de esas «historias más tristes» que jamás hemos oído pero a leer con la más grande de las alegrías.
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