'Praga mágica', de Angelo Maria Ripellino: en el café de los sueños de Praga

Ciudad-libro, de los mil y un escritores, músicos, pintores, magos, alquimistas, peregrinos, rabinos fabricantes de gólems, tugurios y cafés de las efervescentes vanguardias de entreguerras, o tabernas donde vegetaban día y noche un gran número de personajes estrafalarios, socarrones y, como dirá Ripellino, «cagasentencias» que contribuían a animar a los parroquianos, compitiendo con su ingenio y originalidad, Praga es, según se nos dice en este viaje laberíntico enemigo de los clichés turísticos, «una trampa que, cuando te atrapa con sus brumas, con sus malas artes y miel venenosa ya no deja, ya no perdona». Una ciudad, la de Rilke, Nezval, Kolar, Holan, Seifert, Kisch, Werfel, el Rabbi Löw, Kubin, Meyrink o Rodolfo II de Habsburgo, que según Ripellino sigue viviendo eternamente, sobre todo, bajo el signo de dos escritores, Franz Kafka y Jaroslav Hasek: «Ellos expresaron mejor que nadie su condena sin remedio, y por tanto su malestar, su malhumor, las dobleces de su astucia, su fingimiento, su ironía carcelaria».

 Considera la última representante de la mítica «literatura alemana praguense» la magnífica escritora checa Lenka Reinerová (Praga 1916-2008) sería la autora de varias impresionantes y deslumbrantes obras de inspiración autobiográfica. Su libro ahora aparecido, 'Visita al lago de los cisnes', reúne tres espléndidos relatos: el que da título al volumen, dedicado a su regreso emocionante y lleno de dolor a los campos nazis, en los que perecería su familia, en especial su querida hermana pequeña, muerta en Auschwitz, tras su paso por Ravensbrück, donde se cruzó fatalmente con la sádica criminal nazi, espía a varias bandas, llamada 'el ángel de la muerte', Carmen Mory; un segundo relato, 'En Praga estoy en casa (y a veces en otros sitios)' en el que evoca sus años de exilio, y un último autorretrato, sentimental y nostálgico, 'El café de los sueños de una praguense', en el que, escogiendo como inspiración los célebres cafés de Praga, inicia una conversación privada, al modo de una bella elegía, en memoria de los muchos escritores desaparecidos (Egon Erwin Kisch, gran amigo suyo, con quien compartiría exilio en México y París, Max Brod, Franz Kafka, Jaroslav Hasek, o Franz Werfel) que iluminaron a lo largo de las épocas aquella ciudad, de imparable agitación cultural. Una ciudad y unos cafés de los que la autora de esos diálogos imaginarios se siente tiempo después una sobreviviente solitaria: «Me pregunto a menudo cuando paseo por Praga qué habrá sido de las cafeterías donde podías pasar medio día o el día casi entero charlando y fraguando planes, poniéndote al día, observando o conociendo a personas interesantes, forjando amistades o encontrando un gran amor delante de una taza de café».

Periodista hasta la invasión nazi de Checoslovaquia, la extraordinaria vida nómada de Reinerová estaría sin cesar atravesada por cárceles, exilios, huidas y nuevos encarcelamientos. Refugiada en Francia y poco después internada en el campo de mujeres de Rieucros, conseguiría emigrar a México, tras pasar por Marsella y Casablanca. De regreso a Praga en 1945, caería víctima de las purgas estalinistas y encarcelada durante 15 meses (algo que narrará en 'Todos los colores del sol y de la noche', Libros del Asteroide). Rehabilitada en 1964, sus obras serían de nuevo prohibidas tras la Primavera de Praga. Inmersa en tres culturas, la alemana de su madre, el checo de su padre y el hebreo de sus antepasados, Reinerová elegiría escribir en alemán.

Desde comienzos de los años 60, Bohumil Hrabal (Brno 1914 - Praga 1997) se convertiría en uno de los escritores más populares de su país. El volumen, de nuevo genial y delicioso, ahora aparecido, 'Señor Kafka', con historias escritas principalmente en los años 50, durante la época comunista, toma el título del primer y desternillante relato, de fantasía enloquecida y desbocada.

Una vez más se trata de encadenamientos deslumbrantes de pequeños aconteceres fugaces protagonizados por personajes entre marginales, pintorescos y pícaros, con delirantes ocupaciones y vagabundeos, que los rescatan a diario de la pesadumbre cotidiana y del orden establecido. «A partir de hoy —dirá el señor Kafka, que acaba de descubrir que comparte apellido con una vieja desdentada, echadora de cartas— ya no puedo librarme de la brecha en el cerebro, porque ser libre es una alegría. Así que me ahogo en la mismísima felicidad, en bodas, en placeres. ¡No se puede espulgar a una persona de la libertad!».