Pienso, pero no existo: la maldición del intelectual contemporáneo
¿Los hombres y mujeres que cultivan el pensamiento influyen en su tiempo? ¿Desde dónde toman posición los intelectuales del siglo XXI? ¿Cuál es su epicentro? ¿la universidad, la prensa escrita o los libros?
Atlas de la resistencia: cartografía del pensamiento independiente
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Iniciar sesiónEnvuelto en la confusión sobre quién es y a qué se dedica un intelectual, el oficio de pensar e intervenir en el espacio público con ideas propias nació bajo sospecha. Desde finales del siglo XIX, emergió como criatura sojuzgada, presa de sospechas y reproches que ... no prescriben. Al cuestionamiento de su naturaleza y sus acciones han dedicado páginas Guy Debord, Pierre Bordieu, Maurice Blanchot o Michel Foucault. Antonio Gramsci le adjudicó una condición orgánica y Miguel de Unamuno los acusó de castrados. La glosa de su ocaso está en su génesis.
¿Desde dónde actúa el intelectual contemporáneo? ¿Dónde hace vida y cuales son sus tribunas? ¿La cátedra universitaria, la columna periodística, el escaño político, los libros, la radio y la televisión o las redes sociales? ¿Se les conoce y sigue? ¿Esperan los ciudadanos algo de ellos? Hay quienes lo dan por extinto, mientras otros refutan los discursos pesimistas heredados de generación en generación. La desaparición del intelectual ya fue abordada por Ortega y Gasset en 'La rebelión de las masas' y retomada por el Nobel Mario Vargas Llosa, que acabó devorado por la «sociedad del espectáculo» que él mismo acuñó.
Los hay impresores, editores y agitadores como Giulio Einaudi, iconos y faros del exilio como María Zambrano, tótems como Jean Paul Sartre, libérrimos como Albert Camus o los capaces de refutarse a sí mismos como Octavio Paz. Desde el «J'acusse'», de Zola, hasta hoy, las siluetas de los hombres y las mujeres de ideas parecen desdibujados. ¿Ocurre tal cosa como la invisibilidad de quienes piensan el mundo que habitan? ABC Cultural ha propuesto estas interrogantes a un grupo de investigadores, catedráticos, filósofos, escritores y humanistas. De la «muerte del intelectual» señalada por Joan Fuster a la «caza del intelectual» de César Antonio Molina.
Réquiem por el intelectual
«Tengo reservas con respecto a la etiqueta de intelectual. ¿Eso presupone que los demás no pueden serlo? Se circunscribe a personas de letras, cuando quienes modifican el mundo pertenecen a las ciencias», ese es el primer trallazo del filósofo y catedrático Félix Ovejero al momento de dibujar cuál el espacio del intelectual contemporáneo. Para el autor de 'El compromiso del creador. Ética de la estética' (2014) ya no existen personajes totales como Jean Paul Sartre, a quien «De Gaulle se atrevió a pensar en meter en la cárcel», rezonga Ovejero. «A su entierro acudieron de miles de personas. Eso hoy es impensable». La capacidad de influencia de un humanista a través de la prensa escrita o los libros pertenece aun mundo extinto, según Ovejero. «Dentro y fuera de España se ha atomizado el debate público. Hoy cada uno vive en su burbuja particular y escucha el eco de su propia voz».
El ensayista, poeta, novelista, filólogo y catedrático de la Universidad de Alcalá, Jon Juaristi, traza una línea histórica para ilustrar la crisis de tal cosa como un intelectual. Si en el antiguo régimen la corporación de mayor influencia se concentraba en los clérigos, en la Francia del siglo XVIII estos fueron desplazados por los filósofos, que resultaron a su vez suplantados en el romanticismo por los poetas y los escritores. «A partir del caso Dreyfus pasan a ser relevados por lo que llamamos intelectual, gente que escribe en los periódicos y forma la opinión pública». De acuerdo con Juaristi, esa figura que tiene como ejemplo a Zola, se perpetúa durante la primera mitad del siglo XX, pero acaba destronado. «Con la sociedad del espectáculo queda relegado a los periódicos y los periódicos quedan relegados frente a los medios electrónicos. Desaparece su sitio y pierde su lugar social. Hoy un director de cine como Almodóvar tiene más influencia social que un escritor. No hay un lugar para el intelectual: la universidad es un refugio muy abrigadito, interactúan entre ellos, y cada vez con menos influencia. El nuevo poder espiritual hoy es el del espectáculo».
«La idea del intelectual es un término absolutamente fechado», el filósofo y escritor Gabriel Albiac también identifica el ocaso de la categoría con la extinción del mundo que la alumbró. «Durante el primer tercio y hasta la mitad del siglo XX, el intelectual se hace el sucedáneo del sacerdote, a la manera de un sacerdote laico», explica el Premio Nacional de Ensayo 1988 y González Ruano de Periodismo 2009. «Después de Sartre hay un análisis definitivo de la arqueología, pero también el entierro del término del intelectual». La primera desacralización que oficia y su posterior sacralización marcan, según Albiac, su desaparición.
La academia y la 'res publica'
La universidad es el lugar natural de la docencia y núcleo de pensamiento. Allí se gestan e interactúan los actores que se incorporan al debate público. Para Inés Fernández Ordóñez, catedrática de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española, «la figura del intelectual como individuo con conocimientos transversales está quizá en declive». El fenómeno se debe no solo la cultura del espectáculo, sino a la progresiva especialización de las áreas de conocimiento. «Más que 'intelectuales' hoy existen expertos (…) Afortunadamente, esos expertos han incluido entre sus tareas la de la divulgación y, desde ese punto de vista, sí que contribuyen a formar estados de opinión en la prensa y en los medios. Lo que está en decadencia son los intelectuales que podían opinar con buen juicio de casi cualquier cosa», afirma Fernández Ordóñez.
«Mesurar el conocimiento es algo extraordinariamente difícil». Así contesta Diego Garrocho, profesor de Ética y filosofía política y vicedecano de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, a la pregunta sobre si es posible poner límites al campo del intelectual. «Desde una perspectiva formal, si identificamos producción del conocimiento con la l I+D+i, la respuesta sería clara: la universidad produce casi un 60% de las publicaciones científicas, por delante de otras instituciones como la empresa privada, las instituciones privadas sin fines de lucro o la administración. Sin embargo, hay una masa ingente de conocimiento informal que se genera en los márgenes: desde un poemario editado en un sello independiente hasta una compañía de teatro o un club de lectura entre amigos. Y, por supuesto, el entorno digital y las redes sociales, al menos como vehículo de comunicación».
Exégesis y desafío
El escritor, profesor e investigador de la Universidad Complutense David Jiménez Torres acaba de publicar 'La palabra ambigua' (Taurus), un libro que recorre la forma en la que han sido percibidos los intelectuales en España desde 1889 hasta 2019. Se trata de un trabajo historiográfico que refuta la idea de un fin de ciclo. «Llevamos diciendo que el intelectual ha perdido su sitio desde los años 50 del siglo XX. Partimos de la paradoja de una decadencia que dura 70 años. Si tal cosa es cierta, todo cuanto ocurre en los años 60, 70 y 80, y que abarca la generación que incluye desde Vargas Llosa hasta Gustavo Bueno, forma parte de esa decadencia. Sinceramente, es algo que no podemos pensar. Ese discurso sin verificación del intelectual en declive ha estado ahí siempre», asegura Jiménez Torres.
«Tenemos una idea distorsionada de la intelectualidad de la edad de oro, como si en los años 20, 30 y 40, Ortega y Unamuno hubiesen hecho caer y formar gobiernos. Y eso no era así: escribían para un público que no era masivo. No tenían la importancia, por ejemplo, de los sindicatos o del ejército, actores mucho más influyentes en la España de aquellos años». La amplificación y confusión del papel que tuvieron Unamuno y Ortega es la tesela de un mosaico que David Jiménez Torres explora desde la ambigüedad de lo que un intelectual ha supuesto desde su irrupción a finales del siglo XIX.
¿Torre de marfil, decadencia o desfase en la idea de lo que un intelectual hace? ¿Es parte de la elite o un vaso comunicante? Garrocho comparte con David Jiménez Torres un análisis que refuta el apocalipsis. «En una sociedad democratizada en la que la distinción entre alta cultura y baja cultura no siempre resulta verosímil, el éxito de un discurso, de un libro o de un autor lo marca el gran público. Sí creo que siguen existiendo, y lo celebro, mecanismos de validación algo más exquisitos. Recuperar la legitimidad de la crítica, o si se prefiere, una crítica legítima, neutral e informada, es imprescindible».
La escritora, periodista y crítica literaria Mercedes Monmany ha dedicado toda su obra a desarrollar un recorrido exhaustivo por la literatura europea de los siglos XX y XXI. Ha estudiado a los principales pensadores y escritores Stefan Zweig, Josep Roth, Vladimir Nabokov o James Joyce hasta María Zambrano, Manuel Chaves Nogales, Luis Cernuda o Antonio Machado. «No quiero pecar de optimista, pero yo diría que el lugar del intelectual hoy puede llegar a ser un verdadero y apasionante desafío, sumamente interesante», contesta Monmany.
La autora de 'Por las fronteras de Europa' y 'Sin tiempo para el adiós', ambos ensayos publicados por Galaxia Gutenberg es la única que alude a la libertad como marco y principal garantía de quienes dedican su vida a la producción de pensamiento. «Alejándose del sectarismo totalitario, dogmático y esclerotizado de otros tiempos que impide avanzar a una sociedad, que crea tensiones y crispaciones realmente inútiles y que, sobre todo, impide el desarrollo de una crítica lúcida, auténticamente comprometida y, por encima de todo, llevada a cabo en libertad. El intelectual de hoy (y el de siempre) tiene que ser fundamentalmente libre, desagradar en ocasiones y ejercer un contrapoder constante ante los abusos y desvaríos».
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