PUES DICES TÚ

Las piedras del hambre

Rodrigo Cortes nos siguen deleitando con sus diálogos de fino humor e ironía entre dos personas 'normales'

Ilustración de Nieto para este relato

Las dos personas normales se encuentran en el ascensor. Una tiene que sujetarle la puerta a la otra para que se incorpore sin sobresaltos.

—Ah, gracias. Muy amable.

—No hay de qué. ¿A qué piso va?

—De tú, de tú.

-¿A ... qué piso vas?

—No, no, si bajo.

—Ah, claro. Yo también bajo. Qué tontería, ¿no?

—Pues igual sí.

—Tampoco se pase, ¿eh?

—Puedes llamarme de tú.

—Te pases. ¿Al bajo, entonces?

—Sí.

La segunda persona normal aprieta el botón y el ascensor desciende (qué paradoja).

—Está el tiempo loco, ¿no?

—Sí. No sabes qué ponerte.

—Ya no sabes si es verano o qué. Unos días hace frío, otros días hace calor…

—Otros días vuelve a hacer frío…

—Es justo lo que iba a decir. A veces hace frío por la mañana, vas, te pones un jersey, y luego te sobra.

—A veces llueve…

—Sí, es un lío.

—Es lo que tiene el tiempo, que es un lío y luego qué.

—Y para qué.

—Y para qué.

—Pues dices tú, pero ahora, con la sequía, han aparecido las piedras del hambre.

—¿Y eso qué es?

—Unas piedras que había en los ríos, cuando se secaban. Decían: «Si me ves, llora». O: «Menuda hambre que hace». O no sé qué ponía. Para que la gente supiera que, si se secaba el río, pues eso, que iban a pasar hambre.

—Pero ya lo sabían, ¿no?

—Sí, pero para los siguientes.

—¿Y las ponían allí o ya estaban?

—Estarían ya puestas, digo yo. En lo hondo. Escribirían encima con un hierro. Cuando se secara el río. Y ahí se quedaban, para otra vez.

—¿Y son piedras antiguas?

-Lo normal. Del siglo XII o así. O de antes. De cuando había —caballos.

—Las pondrían, seguro, por los peligros del cambio climático. Para alertar.

—Pues fijo.

—¿Hacía ya calor, entonces?

—Pues parece. Del de antes.

—Lo que te decía.

—Pues dices tú, pero lo que me da a mí hambre es pasear.

—Es que pasear es muy importante. Lo dicen los médicos.

—Más que correr, parece.

—Mucho más. Yo no he corrido en la vida. Ni con prisas. A mí no me digas de correr, yo no pinto nada corriendo.

—Ni yo.

—Ni andando.

—Ni yo, ni yo.

Las dos personas normales rebuscan temas en silencio, casi con calma aburrida (que es la buena). El edificio es alto y el ascensor va despacio.

—Pues dices tú, pero decían en la tele el otro día que en los siglos de antes las mujeres no pintaban nada.

—¿No había pintoras?

—Creo que no.

—¿Y escritoras?

—Creo que tampoco. Ni directoras de cine.

—Antes había poquísimo de todo, no es como ahora. Antes había menos mujeres en general.

—Por el patriarcado, me parece.

—Y no se podía hacer nada. Antes estaba prohibido escribir, si no eras monje. Aunque supieras.

—Ojalá también ahora.

—Ojalá. Y, si eras mujer, más prohibido estaba.

—Antes, si eras mujer, no te dejaban curar a nadie, por ejemplo. Aunque se te diera bien. Menos las brujas. Pero luego las quemaban.

—Si acertaban, no.

—Si acertaban, no. Pero si le decían a alguien que se pusiera esto o lo otro y luego se moría igual, menudos se ponían los padres.

—Normal. Yo conozco a mi familia y es mucho mejor acertar.

—Ya, pero no tu familia, digo, la familia de cualquiera. Antes, digo. Cuando las piedras del hambre.

El ascensor llega a la planta baja y la segunda persona normal le sujeta la puerta a la primera. Atraviesan el vestíbulo.

—Pues dices tú, pero ahora vas al hospital y son médicas todas.

—Pero pintoras, muy pocas.

—En el hospital, poquísimas.

—Pues al hospital justo iba yo. Vente, si quieres.

—Pues igual sí, que me encuentren algo, ¿no?

—Algo tendrás.

—Lo único que, sin cita…

Alcanzan, a paso lento, el portal. Ahora es la primera persona la que le sujeta la puerta a la segunda. Salen a la calle.

—No, no, pero te vas a Urgencias y listo. Ahora ya no es como antes, lo han democratizado mucho. Y me haces compañía en el bus, que me bajo siempre donde no es.

—Normal, es que no pone nada. Tendría que ser como en el metro, que allí lo dicen todo.

—En el metro viene todo bien.

—En el metro lo ponen en las paredes. Que si por aquí, que si por allá. ¿Vamos en metro?

—No, no, que me hago un lío.

—Y yo.

—El metro me da como claustrofobia. Igual es porque va por debajo.

—Pues lo mismo es eso. Vamos mejor por arriba.

—Mejor por arriba, sí.

—Te aclaras mucho mejor. Y te da la luz del sol. Y ves las cosas.

—Ves las casas al pasar. Y los monumentos. Y los árboles.

—Y los semáforos.

—Y te paras donde es. No tienes que ir por los pasillos, que parecemos ratas.

—Lo único que, para el hospital, no hay parada en la puerta puerta. Luego toca andar un poco, ¿te da igual?

La primera persona se lo piensa un poco…

—Mejor vamos en metro

—Pues igual sí.

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