EN Perspectiva
Educación y resistencia
El pensamiento crítico y la Universidad se ven amenazados por el utilitarismo del mercado. Pero el saber resiste como guía frente a la desinformación
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Iniciar sesiónEstamos viviendo tiempos aciagos en lo que se refiere al pensamiento crítico y a la racionalidad científica. Los movimientos antivacunas crecen, se multiplican teorías conspirativas tan absurdas como que el terraplanismo existe, y el gobierno de Trump marca la pauta persiguiendo y desfinanciando a ... las universidades y a muchas organizaciones que se dedican a la investigación política y de las ciencias sociales.
Pero hay otras formas menos directas o menos brutales de atacar el saber. En una sola semana leí, escandalizada, dos editoriales de reputados periódicos que proponían que lo que necesitan los jóvenes hoy es desarrollar habilidades que les permitan «de manera rápida y ágil» responder a las exigencias del mercado. Y que para eso bastan cursos exprés y no ir a la universidad, que es una institución obsoleta, que no solo exige años de estudio, sino que ya no goza de reputación ni garantiza buenos ingresos.
Este raciocinio, que parte de la lógica capitalista más crasa, olvida que se estudia no solo con fines pragmáticos y para satisfacer las demandas del mercado, sino para responder a una vocación y para transitar los caminos del aprendizaje, que exigen pensar, dudar, preguntarse, investigar.
Este raciocinio olvida que se estudia no solo con fines pragmáticos y para satisfacer las demandas del mercado
Para los tecnócratas —y nada tengo contra ellos— lo que cuenta es gestionar problemas puntuales. Pero si su saber no está inscrito en un marco de reflexión ética y social, y si no hay un discernimiento crítico sobre el sentido del conocimiento, lo suyo quedará convertido en repetición mecánica o mero uso de la información, ese fetiche contemporáneo.
Ahora bien: para que la universidad sea una opción apetecible debe renovarse. No solo modernizando sus prácticas pedagógicas e innovando en sus programas sino también tratando de escapar, precisamente, de las lógicas del mercado, para, como lo dice el filósofo Markus Gabriel, «darle al pensamiento un significado nuevo, una dirección para orientarnos en nuestra época actual, ya que como de costumbre está perturbado por una gran variedad de corrientes ideológicas y propaganda asociada».
(A propósito de las confusiones a las que induce esta época llena de fanatismos, ‘fake news’ y sobreinformación, vale la pena leer un libro brevísimo, desafiante y polémico de Alain Badiou, ‘Observaciones sobre la desorientación del mundo’).
Rutger Bregman, en su hermoso libro ‘Utopía para realistas’, afirma que «de forma lenta pero segura, la calidad está siendo reemplazada por la cantidad». Y profundiza: «Lo vemos en el periodismo, que retrata la política como una competición donde lo que está en juego no son ideales sino carreras. Lo vemos también en el ámbito académico, donde todo el mundo está demasiado ocupando escribiendo como para leer, y demasiado ocupado publicando como para debatir.
De hecho, la universidad del siglo XXI se parece más que a ninguna otra cosa a una fábrica, y lo mismo puede decirse de nuestros hospitales, escuelas y cadenas de televisión». No le falta razón: la sociedad de consumo devora todo lo que toca. Y sin embargo, el saber desinteresado que se alimenta de la curiosidad está siempre ahí, siempre sin prisa pero listo para resistir.
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