iluminaciones
'Jeanne Dielman': absortos ante la cámara
Esta película de Chantal Akerman, elegida como la mejor de la historia, suscita un efecto hipnótico sobre el espectador

Pocas veces la elección de una película ha sido tan polémica como cuando, hace un par de meses, la revista 'Sight & Sound' elevó un filme de la directora belga Chantal Akerman a la categoría del mejor de la historia de cine por delante de ' ... Vértigo' y 'Ciudadano Kane'. Fue el resultado de una votación de 1.639 críticos, que optaron por designar un título que ya de por sí suscita una mezcla de perplejidad y curiosidad: 'Jeanne Dielman, 23 quai de Commerce, 1080 Bruxelles'. Un nombre, la de la protagonista de la narración, y una dirección, su domicilio en la capital belga.
Chantal Akerman estrenó esta película en 1975 cuando había cumplido 25 años. Nacida en el seno de una familia judía de origen polaco, masacrada en el Holocausto, era una autodidacta que decidió dedicarse al cine por su admiración hacia Godard. Se formó durante varios años en Nueva York, donde se sintió muy atraída por la estética de Warhol. Era feminista y lesbiana.
Denuncia del patriarcado
Todos estos datos son necesarios para contextualizar 'Jeanne Dielman', un trabajo absolutamente personal que ha sido encuadrado por los críticos como una obra de denuncia del patriarcado sobre las mujeres. Sin duda lo es, pero el filme es mucho más. La misma Akerman confesó que la estructura de la película se le había ocurrido durante un sueño. Es un ejercicio de estilo con una cámara que funciona como una ventana indiscreta a través de la que podemos observar tres días de la vida de un ama de casa que vive en el centro de Bruselas en los años 70.
La actriz francesa Delphine Seyrig, elegida por Resnais como protagonista de 'El año pasado en Marienbad', encarna el papel de esta mujer, cuyos actos y cuyos gestos son filmados por una cámara fija en su cocina, el cuarto de estar, el dormitorio y el baño. A lo largo de tres horas y 20 minutos, somos los observadores indiscretos de la vida de Jeanne Dielman, una viuda que vive con su hijo adolescente. La vemos en secuencias que duran más de cinco minutos preparar el café, hacer la cama, salir a comprar un botón, frotarse con una esponja en la bañera, rebozar unos filetes y pelar minuciosamente patatas. Y asistimos a los largos silencios en la comida con su hijo, que le formula preguntas cuya respuesta ella elude.
El contrapunto que da sentido a la historia es que esta mujer, que carece de recursos, ejerce la prostitución
El contrapunto que da sentido a la historia que nos cuenta Akerman es que esta mujer, que carece de recursos para vivir, ejerce la prostitución en su domicilio por las tardes, cuando recibe a hombres maduros que le entregan unos billetes al dejar la casa. Unas imágenes filmadas con frialdad en las que el acto sexual es un ritual más de la ordenada vida cotidiana de Jeanne Dielman, que repite cada día los mismos gestos a la misma hora.
La realizadora belga nos muestra un mundo cerrado y asfixiante, presidido por un orden inmutable del que la protagonista está cautiva. Todo es presentado con frialdad y distanciamiento, sin que la cámara se mueva un milímetro cuando la protagonista se sale del plano. Akerman no quería que Seyrig realizara una interpretación entrando en la psicología del personaje, sino que lo pretendía era que la actriz adoptara una expresión hierática e impasible. Las escenas parecen en muchos momentos cuadros de Hopper en las que la mirada se fija más en el escenario que en el personaje.
Gesto de tristeza
La paradoja es que, mientras avanza la película, el espectador queda hipnotizado por las imágenes de la vida anodina de esta mujer, de la que va surgiendo una angustia que sólo es mostrada explícitamente al final cuando surge un gesto de tristeza y derrumbe mientras está sentada en la mesa de la cocina.
Es muy discutible la decisión de los críticos de considerar 'Jeanne Dielman' por encima de las obras maestras de Ford, Hitchcock, Dreyer o Wilder e incluso hay una cierta provocación en la elección. Pero ello no resta méritos ni desmerece este extraño filme en el que el espectador es llamado a una contemplación casi mística, en la que el piso de Dielman se transmuta en la celda de un monasterio. En suma, una gran película de Chantal Akerman, una iluminación que muestra las posibilidades expresivas del cine y el poder de la imagen.
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