ILUMINACIONES
Hemingway, Pamplona, amor y desolación
El escritor norteamericano dibuja en 'Fiesta' (1926) la existencia de unos seres errantes y desgraciados que luchan inútilmente contra su destino
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Iniciar sesiónFue Ernest Hemingway quien afirmó que el hombre no está hecho para la derrota y que un hombre puede ser destruido, pero no derrotado. Tal vez tuviera razón, aunque los personajes de ‘Fiesta’, novela publicada en 1926, son a la vez seres errantes destruidos ... y derrotados.
Escrita en París desde el desgarramiento de una crisis matrimonial con su primera esposa, Hadley Richardson, y cuando todavía aspiraba al reconocimiento literario, no hay probablemente otra obra más personal que ‘Fiesta’, inspirada en su propia biografía. Tres años después, vería la luz ‘Adiós a las armas’, centrada en su relación con Agnes von Kurowsky, enfermera de la que se enamoró cuando convalecía en un hospital italiano a causa de las graves heridas de metralla sufridas en la I Guerra Mundial. Hemingway la esperó en Estados Unidos, pero ella nunca volvió a sus brazos.
La protagonista de ‘Fiesta’ es también otra enfermera inglesa, de nombre Brett Ashley, que ha perdido a su marido y que no sabe qué hacer con su vida. Es una mujer insatisfecha que estuvo enamorada de Jake Barnes, al que conoció en un hospital mientras se reponía de una herida de guerra. Ambos habían vivido un intenso y apasionado amor, frustrado porque Barnes es informado por el médico que ha quedado impotente por el impacto de un proyectil. La narración comienza cuando los dos antiguos amantes se encuentran casualmente en París, cuatro después de acabar el conflicto.
No hay probablemente otra obra más personal que ‘Fiesta’, inspirada en su propia biografía
Hemingway estructura la historia en dos partes y un epílogo. En la primera, esboza la vida bohemia parisina, donde Barnes ejerce de corresponsal de un periódico americano. Vive en un entorno frívolo en una ciudad a la que afluyen en esa época escritores y artistas como Scott Fitzgerald, su amigo y protector, Gertrude Stein, James Joyce, Ezra Pound y otros creadores de la llamada Generación Perdida. En la segunda parte de la novela, la acción se traslada a la semana de fiestas de San Fermín en Pamplona, a donde peregrinan Barnes, Brett y todos sus amigos. Por último, el relato concluye en Madrid.
Allí acude Barnes para rescatar a su atribulada examante, recluida en un hotel cuya cuenta no puede pagar. Jake es un hombre destrozado por su incapacidad física de amar a las mujeres, Brett es una viuda a la deriva que pasa de una cama a otra en una permanente insatisfacción, Mike, su novio escocés, es un alcohólico fanfarrón y pendenciero que se ha arruinado y Robert Cohn, pretendiente de Brett, es un escritor judío que ha sido boxeador y que cae mal a todo el mundo. Los cuatro son seres golpeados por la vida, que vagan sin rumbo por un mundo en el que nada es lo que era después del final de la guerra. Hay también en ‘Fiesta’ una prodigiosa recreación del mundo taurino cuando aparece en escena Pedro Romero, un torero del que se encapricha Brett. Hemingway analiza sutilmente en su novela el ambiente de los toros y la distinta personalidad de los toreros.
Según explica Luis Enríquez en el prólogo de la reciente reedición de la obra por Reino de Cordelia, Romero es la trasposición de Cayetano Ordóñez, ‘El Niño de la Palma’, cuya figura es evocada hoy por una estatua junto a la plaza de toros de Ronda. Hemingway describe también magistralmente la decadencia de Belmonte, que contrasta con el empuje juvenil de Romero.
Resulta difícil catalogar esta novela, pero hay en ella una reflexión que conecta con el existencialismo. Todos sus personajes aparecen en busca de algo que jamás consiguen porque están destrozados por la angustia de vivir. Hemingway fue el primer existencialista ‘avant la lettre’, teniendo en cuenta que Sartre no publicaría ‘La nausea’ hasta 12 años después.
Diálogos sin artificio
Como en todos sus relatos, el escritor de Illinois muestra en ‘Fiesta’ su prodigioso oído para captar la forma de hablar de la gente. Sus diálogos son un portento de naturalidad, fluyen sin el menor artificio y sirven de hilo conductor a una narración que avanza envolviendo al lector. No hay la menor duda de que Hemingway, que se suicidó en 1961 con el disparo de una escopeta, fue uno de los mejores escritores del siglo XX, a la altura de Scott Fitzgerald o Faulkner.
Cuando vi la película de Henry King a finales de los años 70, con la maravillosa Ava Gardner en el papel de Brett, sentí el impulso de leer la novela. Y naturalmente no sólo no me decepcionó, sino que superó en mucho la impresión del filme. Recuerdo esa agradable sensación de estar embebido en la lectura y seguir pasando compulsivamente las páginas hasta un final en el que todo queda abierto o, mejor dicho, en el que el autor sugiere que sólo un destino trágico puede aguardar a Jake y a Brett, empeñados en un amor imposible mientras recorren las calles de Madrid en un taxi, rumbo a la nada.
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