donde habita el olvido
Faro de Thridrangar: una espina en el océano
La construcción del faro más solitario del mundo sobre una roca en la costa sur de Islandia fue una verdadera hazaña

En una roca sobre el océano y azotado por gigantescas olas, se alza el faro más solitario del mundo: Thridrangar. Construido en 1938 en la costa sur de Islandia, la luz que proyecta en las frías aguas del Atlántico Norte se confunde con el ... brillo de las estrellas sobre el firmamento.
El faro se edificó en el promontorio de una roca de basalto, que no cabe calificar de isla, de 36 metros de altura, una especie de punta que surge del mar a ocho kilómetros de la costa. Allí se construyó una caseta de ladrillo de 10 metros cuadrados de superficie, pintada de blanco, con apenas espacio para una cama y una mesa. En el techo, se colocó una lampara incandescente, que se enciende automáticamente al amanecer. Nadie puede vivir en este remoto lugar, sólo accesible para las gaviotas y las aves marinas.
Los islandeses bautizaron este paraje con el nombre de 'Pridrangaviti', que significa tres pilares de piedra porque Thridrangar es el bloque basáltico que descolla junto a otras dos rocas hermanas. Hay unos 150 kilómetros de distancia desde la capital Reikiavik, pero no es posible visitar el pequeño archipiélago, extremadamente peligroso por sus agitadas aguas. Es también un observatorio privilegiado para avistar las ballenas, que se alimentan de krill y crustáceos.
Hace varias décadas, se construyó un minúsculo helipuerto para el mantenimiento del faro, al que se sube por un empinado sendero con escaleras desde el mar. Los técnicos ya no tienen que jugarse la vida cuando tienen que desplazarse para reparar las averías.
Cuando se decidió instalar el faro antes de la II Guerra Mundial, los obreros eran llevados en barco. Tenían que escalar con cuerdas hasta la cima de la roca y luego subir los materiales mediante poleas. El trabajo estaba siempre condicionado por los vientos y el mal tiempo, que convirtieron en una verdadera hazaña el empeño.
Arni Thorarinsson, el arquitecto que dirigió el proyecto, declaró a un periódico islandés: «Lo primero que tuvimos que hacer es un sendero para llegar hasta arriba. Contratamos a montañeros para poder llevarlo a cabo. El terreno era muy resbaladizo y no había ningún sitio en el que agarrarse. Procedimos a instalar una cadena con perforadoras y martillos para asegurar el acceso. El primero que llegó a la cima lo hizo sobre la espalda de un compañero, sujetado por otro. Era increíblemente peligroso». Las obras duraron dos años.
Quien quiera comprobar la veracidad de las palabras de Thorarinssson puede ver los videos, tomados desde un helicóptero, en las redes sociales. La belleza del paraje es hipnótica. Hasta el punto de que el grupo Kaleo grabó en 2020 un disco, titulado 'Break my baby', que popularizó el faro en Islandia. Están también los trabajos del fotógrafo Arni Saeberg que, desde el aire, captó la impresionante grandiosidad de estas rocas, que, rodeadas de espuma, parecen desafiar el poder del océano.
La leyenda reza que Leif Erikson, el intrépido explorador vikingo, apodado 'El Afortunado', navegó por estas rocas en torno al año 1.000 con el ánimo de alcanzar las costas de Norteamérica. Dice la tradición que lo último que vio fue el promontorio de Thridrangar antes a llegar a Terranova, donde las sagas islandesas cuentan que estableció un asentamiento.
Sea como fuere, en este lugar en el que el mito y la naturaleza se funden, la luz ilumina cada noche a los barcos que bordean Islandia camino de Groenlandia o Canadá. Visible a diez millas de distancia, la pequeña lámpara de Pridrangaviti evoca la gesta de aquellos hombres que hace casi un siglo se jugaron la vida para construir el faro.
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