ÁNIMA NEGRA
Domingo Villar, la luz antes del anochecer
El último barco', la novela del escritor gallego es la recreación moral y sentimental de la ría de Vigo a través de la historia de una misteriosa desaparición
Otros artículos del autor
El libro permanecía en mis estanterías desde hace seis años. Es el primer ejemplar de ‘El último barco’, la novela de Domingo Villar. Lleva en la contraportada la advertencia: «Copia promocional. Prohibida su venta». Lo abro en un día lluvioso y desapacible de marzo ... de 2025. Desde la muerte de su autor, el 18 de mayo de 2022 en Vigo, no lo había tocado. Como si el hecho de negarme a hojear sus páginas prolongara su vida. Tampoco he borrado su número de mi móvil.
Había olvidado incluso la dedicatoria, trazada con un rotulador negro: «Para mi amigo Pedro G. Cuartango, esta singladura por las Rías Baixas, nuestro paraíso común. Con el cariño de siempre. Domingo Villar. 2019». Cuando me entregó el volumen impreso, ya había leído el primer borrador. Le había sugerido que cortara 200 páginas, a sabiendas de que no me iba a hacer ningún caso.
‘El último barco’ es la última de las tres novelas de Domingo Villar y, también, la que más me gusta. Por encima de ‘La playa de los ahogados’, cuyos escenarios me eran familiares no sólo porque los compartíamos cada mes de agosto sino porque él me había explicado cómo se forjó esa novela en su mente. En una ocasión, me enseñó la casa en el monte Lourido en el que vive uno de los protagonistas de la narración.
Era un perfeccionista, un artesano de la pluma, un autor que rumiaba las tramas antes de comenzar a escribir
La gestación de ‘El último barco’ fue tan lenta como laboriosa, llena de dudas y altibajos. Se iba a titular ‘Cruces de piedra’, pero cambió de opinión. Tardó cinco años en acabarla. Hacía y deshacía los capítulos, los reescribía, cambiaba el orden e ideaba nuevas escenas. En nuestros paseos, le decía que la diferencia entre un periodista y un escritor es que el primero trabaja con un plazo: el cierre. Le reprochaba su concienzuda minuciosidad y le urgía a entregar el texto a Siruela, su editorial. Afortunadamente, tampoco me hizo caso.
Domingo Villar era un perfeccionista, un artesano de la pluma, un autor que rumiaba las tramas antes de comenzar a escribir. Nada quedaba al albur de la inspiración pese a que no le faltaban ni imaginación y talento. En su interior, ligaba el mérito al esfuerzo, algo paradójico que disimulaba tras su bonhomía y su carácter afable, que traslucía un ‘carpe diem’ en sus gestos.
‘El último barco’ es una obra que encaja en los canones de la novela negra en fondo y forma. Narra la desaparición de la hija del doctor Andrade, un reputado médico, que desaparece tras tomar el barco que une Moaña con Vigo. El doctor encarga la investigación al inspector Leo Caldas, que pronto descubre que las cosas no son como parecen mientras profundiza en una oscura trama.
La novela es un recorrido por la ría de Vigo, por parajes tan maravillosos como la aldea de Tiran, su iglesia y su cementerio, las calles y los parques de Vigo, el Eligio, su restaurante favorito, el mundo de los pescadores y la asfixiante atmósfera construida en torno a la casa de la mujer desaparecida.
Domingo me insistió en varias ocasiones en que hiciéramos el mismo recorrido de la víctima de su libro, trazó un croquis del lugar de la acción sobre una servilleta y me habló de la génesis de sus personajes. Nunca pudimos llevar a cabo el plan porque murió de repente, unos días después de uno de nuestros largos paseos por el barrio de Chamartín.
Fue un día de agosto del año de su muerte cuando su mujer y sus amigos cogimos el último barco desde Moaña a Vigo. Estuvimos sentados en un petril de la iglesia de Tiran, echamos flores al mar y escuchamos sobrecogidos el sonido de las campanas al atardecer. En ese momento, todos creímos escuchar su voz en un silencio turbador.
‘El último barco’ no es sólo el testamento literario de Domingo Villar. Es también la radiografía de un territorio, de un espacio físico, de un paraíso sentimental al que aludía en su dedicatoria. Y es una declaración de principios del código moral que rigió su existencia. No hace falta conocerle mucho para intuir que el inspector Leo Caldas era su alter ego.
Las mejores novelas negras, y pienso en Hammett y en Chandler, tienen un aliento moral que siempre está presente en la obra de Domingo Villar, un amigo que hacía mejor el mundo y que nos ayudaba a amar la vida que tanto disfrutó. Nos quedan sus libros y los recuerdos de esos paseos por Madrid y Playa América, donde hablamos del Celta, de Cunqueiro y de los vinos de Galicia sin saber que el último barco estaba a punto de partir.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete