Entrevista
Paul B. Preciado: «Soy persona trans por disidencia de este régimen binario aberrante»
Es uno de los pensadores de referencia del movimiento 'queer'. Ahora da el salto de la escritura al cine con 'Orlando. Mi biografía política', una cinta en la que postula que estamos viviendo un momento orlandesco
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Madrid
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Iniciar sesiónPaul B. Preciado (Burgos, 1970) es un filósofo que habla a borbotones y nunca ha dejado de buscar nuevas maneras de contar, de pensar, de sacudir: en el arte, en los libros, en el cine; aquí y allí. «La forma en la que he llegado ... a hacer una película es casi una comedia», dice ahora, al poco de estrenar 'Orlando. Mi biografía política', una cinta en la que se sirve del personaje de Virginia Woolf para reflexionar sobre lo trans y los trans y las trans, siguiendo aquello de Walt Whitman: yo contengo multitudes. Y es cierto que tiene gracia el camino que lo ha llevado hasta este punto filosófico-fílmico. Un día se enteró de que la cadena francoalemana Arte estaba haciendo un 'biopic' sobre él, pero le pareció que el relato que tenían en mente estaba «muy estereotipado», que querían contar su transición de manera «binaria y normativa», en términos de antes y después. Así que tras intentar por todos los medios que no sacaran aquel proyecto adelante, decidió ofrecerles una alternativa. «Les dije: si quieren hacer un 'biopic' sobre mi vida lo mejor sería hacer una adaptación documental del 'Orlando' de Virginia Woolf. Y entonces, para mi sorpresa, el comité dijo: pero qué idea más buena. Y el director dijo: pues que lo haga Paul».
—¿Era una oferta que no podía rechazar?
—Supongo que otro en mi lugar hubiera dicho que no. Pero yo veo la filosofía como una práctica mutante, me interesa la filosofía que pasa la frontera de lo que se supone que tienes que hacer, de lo que se supone que tienes que pensar. Me gusta pensar desde otro lugar. Así que acepté y empezaron ya las torturas mentales de pensar cómo iba a hacer esa película. La productora me decía, ¿qué es una adaptación documental? Y yo decía: no lo sé. En filosofía o en matemáticas sucede mucho que a veces encuentras intuitivamente la resolución de un problema pero no sabes cuál es el proceso que te lleva a ella. Y luego todo consiste en hacer ese proceso que te lleve hasta ese lugar. Había cosas definitivas, claras. Una era la intuición de que yo era Orlando y que había salido de la novela de Virginia Woolf. Y que quería escribirle una carta filmada a Virginia Woolf para decirle: mira, tu personaje de ficción, contra todas las expectativas, está vivo y coleando por ahí; además no solamente soy yo, sino que hay miles de Orlandos. Quería decirle que estamos viviendo un momento orlandesco.
—Al principio de la película, con voz en off, le reprocha a Virginia Woolf que haya encerrado lo trans en un mundo aristocrático y burgués.
—Ha sido maravilloso trabajar con el lenguaje de Virginia Woolf. Era casi como una lengua franca que nos permitía separarnos de otros lenguajes mucho más estereotipados. Pero eso no quiere decir que el libro de Virginia Woolf no tenga mil problemas. Es un libro, en el fondo, escrito desde una perspectiva inglesa, muy imperialista, muy colonial. Supuestamente, Virginia Woolf se inspiró en la vida de Vita Sackville-West, que era una aristócrata de su época. Y por tanto, en realidad ese proceso de transición aparece como una especie de proceso de libertad aristocrática. Aunque también es un proceso de caída desde la aristocracia a un lugar mucho más bajo, porque Orlando pierde sus privilegios al convertirse en mujer… Pero bueno, era una manera de decirle a Virginia Woolf que hay muchas maneras de ser Orlando y que son mucho menos aristocráticas y mucho menos literarias de lo que escribió. Y que son bastante más duras.
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—Entonces, ¿Orlando ha triunfado en nuestros días?
—Hay una relación causa-efecto entre una mayor normativización y una mayor reacción: cuanto más binario es un sistema, en el fondo más aparece lo trans. Contrariamente a lo que podríamos imaginar, el sistema binario se ha ido convirtiendo en un sistema cada vez más rígido y cada vez más normativo. Con lo cual, las personas trans aparecen todavía como más visibles, porque están más patologizadas. La gran diferencia es que desde los años noventa hasta ahora ha habido un gran proceso de emancipación política. Habíamos estado siempre en la posición de objetos del discurso médico, de objetos del discurso psiquiátrico, y de repente nos convertimos en productores de discurso. Habíamos estado excluidos del contrato social, excluidos del ámbito democrático, y de repente decimos: no, perdón, somos sujetos políticos también, como las personas binarias.
—«Nuestros cuerpos son tejidos discursivos (...) Nunca operamos el cuerpo individual, operamos la historia política», dice al final de la película, en el quirófano, mientras repasa la historia de lo trans. ¿Cuál es su utopía?
—Estamos en un momento de transición casi ineluctable. Estamos pasando de un régimen binario y con una taxonomía jerárquica racial muy fuerte, que fue inventado durante la modernidad colonial, a otro régimen. Si tenemos suerte será un régimen que amplíe el horizonte democrático: es posible que pasemos a un régimen que sea no binario de verdad. Es decir, que no necesitemos asignar sexo femenino o masculino en el momento del nacimiento. Pensamos que es normalísimo que cuando un bebé llega al mundo, de repente haya un momento de diagnóstico clínico en el que se dice si es masculino o femenino y eso se inscribe en el documento de identidad. Yo creo que esa inscripción en el documento de identidad es un acto de discriminación política. Mucha gente dirá: está totalmente loco. Bueno, démonos cita en cien años. Antes nadie veía que fuera un acto de discriminación política que se inscribiera en un pasaporte, por ejemplo, si alguien era judío o cristiano. Hoy miramos con la misma certeza el hecho de que haya hombres y mujeres. Nos creemos que es algo tan cierto como en el siglo XV lo era la sangre pura e impura. Y esto lo digo como filósofo, aparte de como persona trans, porque yo soy persona trans, en el fondo, por disidencia de un régimen que considero aberrante.
—¿Cómo ha vivido ese debate del feminismo tradicional contra lo trans?
—Lo veo lamentable, porque nuestra lucha, la lucha de las personas trans, se inscribe en la lucha feminista, es decir, en la lucha por la soberanía que cada cuerpo tiene sobre sus propios órganos, sobre su propio nombre. Es exactamente la misma lucha que cuando las feministas luchan por tener acceso a medios de anticoncepción. Para nosotros la lucha por el acceso libre a las hormonas es exactamente lo mismo, y de hecho son exactamente las mismas hormonas. De la misma manera que ninguna feminista, creo, está de acuerdo con que su nombre desaparezca en favor del nombre de su marido. Pues es exactamente lo mismo cuando uno lucha por la capacidad de llamarse Manolo o Patricia. O por tener un nombre que sea no binario.
—Uno de los protagonistas de la película hace una reflexión sobre cómo el hecho de haber ampliado su lenguaje había ampliado sus posibilidades de identidad. ¿Qué peso tiene la palabra, la literatura y la filosofía en lo trans?
—No es solo en lo trans. Como filósofo no puedo ser sino un defensor de la potencia del lenguaje para transformar el mundo. Y hablo de todos los lenguajes, no solamente del lenguaje hablado, sino también del lenguaje fílmico. Además, vivimos en un mundo totalmente poético. Tú tienes tu tarjeta de crédito que lleva tu nombre: eso es un poema conceptual que llevas en el bolsillo y que te da acceso a una cosa totalmente absurda y abstracta que no existe, que es otra poesía totalmente ridícula, el dinero. Vivimos en un mundo que es un mundo totalmente ficcional, pero lo pensamos como si fuera natural. Lo que hace la película en muchos sentidos es desnaturalizarlo. Para empezar a tomar conciencia de los privilegios que tienes por el hecho de que la poesía que tú llevas en el bolsillo sea considerada como real.
—¿Qué le ha dado el cine que no le habían dado los libros?
—Si damos mucha más importancia al cine que a todo lo demás es porque el cine es la industria cultural hegemónica. Pero hacer una película tampoco es que sea más difícil o más fácil que hacer un libro, es un proyecto como cualquier otro. Lo que sí que me ha llamado la atención es el modo en el que se recibe una película, ver cómo la película se transforma en un debate. Durante dos horas la gente está de alguna manera en esa situación de hipnosis colectiva. Y al salir personas muy heterogéneas, que vienen de ámbitos muy distintos, cis, no cis, bisexuales, binarias, no binarias, hetero, no hetero, de todo tipo, se miran y se dicen: estamos juntos en esto. El otro día vino mi padre, que tiene 92 años, fue a ver la película en San Sebastián. Él siempre me dice: hijo, tú eres muy apreciado en el extranjero, pero yo no entiendo nada de lo que dices. De repente vio la película, se emocionó y al final de la película me dijo: por fin te he entendido.
—¿Qué querría preguntarle a Virginia Woolf si aún viviese?
—Llegó un momento durante el proyecto en el que pensaba que Virginia Woolf prácticamente vivía en mi casa. Y he conversado mucho con ella. Leyéndola. he acabado llegando a la conclusión de que Virginia Woolf era una autora no binaria. Y la hemos intentado encasillar en mil cosas… Si viviera ahora me gustaría preguntarle cómo se siente. Si se sentiría mejor viviendo en 2023 que en 1923.
—Parece que en los últimos años abundan los relatos sobre lo trans en el cine y las series, algunas con mucho éxito, como 'Euphoria' o '20.000 especies de abejas'. ¿Ha cambiado el relato ya?
—Imágenes sobre personas trans ha habido en el cine prácticamente desde 1943. Pero tú coges la película 'La historia de Christine Jorgensen', de 1970, y coges '20.000 especies de abejas' y no ha cambiado nada. Lo que hay hoy es un debate mucho más intenso, y por primera vez hay una batalla en la representación, porque durante muchos años hubo solamente películas como '20.000 especies de abejas', es decir, obras que cuentan la historia de la persona trans desde la mirada normativa. Esa mirada que conforta al público normativo: qué horror tener a una niña trans en casa... A mí me dio mucha rabia ver esa película. ¿Por qué se mete la gente cis que no tiene ni idea de las cuestiones trans a hacer una película sobre lo trans? ¿Para qué? Al menos ahora el ámbito de la representación ya es un ámbito heterogéneo, un ámbito de debate, un ámbito de conflicto. Y eso me parece muy bien porque eso es lo propiamente democrático.
—Cierra la película hablando de la infancia, casi cantando al futuro.
—Yo siento que mi biografía es también la suya y que la suya es también la mía. Me siento profundamente comprometido tanto con la historia de Jenny Bel'Air, que tiene casi setenta años, como con la historia de Arturo, que es la persona más pequeña, que tiene casi seis años en la película. Es como una genealogía política que continúa. Y luego hay otra cosa: la emergencia de los niños como sujetos políticos. ¿Cuándo nos vamos a tomar en serio a la infancia? Los hemos apartado totalmente de la historia como si no sirvieran para nada. Lo mismo que han emergido las mujeres como sujeto político, que han emergido las personas colonizadas y las personas trans, emergen los niños como sujeto político. Es lo que ha ocurrido con Greta Thunberg, que de repente dice: oye, no, perdona, pero el mundo que estáis gobernando es el mío. También el género y el sexo que estáis gobernando es el suyo.
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SuscribeteO Grove, 1992. Periodista. Experto en el Todo y la Nada. Licenciado en Humanidades y Comunicación Audiovisual. Le gustan los libros, el cine y otras cosas del comer. En cultura de ABC desde el principio.
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