Historia
Pasado imborrable
La absolución o la verdad de la conquista
Para el catedrático en el campus londinense de la Universidad católica de Notre Dame, el error básico de todo intento de renunciar a la Historia radica en que el pasado es imborrable
Entrevista con el autor
Felipe Fernández Armesto
Según los críticos laicistas, la iglesia constituye un anacronismo y el Papa carece de relevancia. Los dicasterios, u organismos de la curia romana dedicados a «cultura y educación» y «desarrollo humano», acaban de confirmar tales opiniones, al intentar anular, o «cancelar·, en el argot de ... la corrección política, tres proclamaciones de Papas que datan de hace más de 500 años. Como si el Vaticano habitara en un pasado lejano y viviera una pasión por lo obsoleto. Por supuesto, de la Santa Sede siempre irradian buenas intenciones o, por lo menos, estrategias astutas.
Ya que las controvertidas bulas ahora canceladas autorizaban las exploraciones y la expansión marítima de las monarquías portuguesa y castellana, es comprensible que, desde la óptica de ciertos burócratas mundanos de la Santa Sede, tal gesto sirva para alinear a la iglesia católica con las peticiones actuales de supuestas víctimas de eventos históricos y así otorgue sentido a reclamaciones de los que pretenden ser sus descendientes o portavoces. Hasta es posible que las autoridades de esos dicasterios piensen que el repudio de la historia sirve para mostrar la humildad de la sede romana y apoyan de ese modo a los miserables y perseguidos de la tierra. Desgraciadamente, tres defectos arruinan esta estrategia: ignorancia abismal, deficiencia lógica y focalización torcida de los autores de la declaración.
Injusticias antiguas
El error básico de todo intento de renunciar a la historia radica en que el pasado es imborrable. Las injusticias antiguas no cambian por las declaraciones del Papa, sino que permanecen tan visibles como los forúnculos y abscesos en el cuerpo de San Lázaro. Cada censura o animadversión moralizante despierta indignación y multiplica el número de víctimas sedicentes, o autocalificadas como tales. Los juicios morales y aún los excesos sentenciosos suenan bien en el púlpito, si se centran en los pecados de los oyentes. Sin embargo, si los sermones resuenan sólo en relación con pecados ajenos, o tratan de personas pertenecientes a otras culturas u otros tiempos, el efecto es una distracción de la necesidad de la propia reforma. Se fabrica una autocomplacencia eximente, mientras se exhibe a cambio la increpación del ajeno.
Juicios morales
Si queremos contemplar la historia, los juicios morales no sirven para aclarar los hechos ni enriquecer nuestra comprensión. A la edad de quince años fui designado secretario del círculo de debates de mi colegio inglés. Los archivos que atesoraban me resultaron fascinantes. Hasta mediados del siglo XIX, todos los temas de los debates eran históricos y morales. Que si Carlos I de Inglaterra fue buena persona. Que si los vicios de Napoleón pesaban más que su grandeza; o tal o cual mártir merecía veneración. Luego, de repente, intervino la doctrina decimonónica, desarrollada principalmente por el alemán Leopoldo von Ranke, según la cual la historia debía estudiarse 'wie es eigentlich gewesen ist' – tal como ocurrió en realidad–. Para conocerla bien, había que prescindir de normas modernas. El objetivo debía ser entender y emular los sentimientos de otros tiempos y valores. El relativismo cultural –punto de partida de la corrección política– exige lo mismo. Si vamos a juzgar a las culturas ajenas actuales, sin imponerles nuestras valores y reglas, debemos lógicamente mantener el mismo respeto que cuando contemplamos las culturas del pasado. Como desea el propio Papa Francisco, «que la comunidad cristiana no se deje contaminar nunca más por la idea de que existe una cultura superior a otras». Tampoco aquella que abandera la corrección política y la cancelación.
A su disposición
La declaración de los dicasterios mantiene que el motivo del rechazo a las bulas es su supuesta responsabilidad por la «doctrina del descubrimiento», según la cual los imperios blancos tenían el derecho de apoderarse de tierras de otros pueblos por el mero hecho de haberlas encontrado, o por la ficción legal según la cual los terrenos no labrados se hallaban desocupados y, por tanto, a disposición de colonos europeos. «Algunos estudiosos», reza textualmente la declaración, «han sostenido que la base de la llamada 'doctrina' se encuentra en documentos Papales, como las bulas Dum Diversas (1452), Romanus Pontifex (1455) e Inter Caetera (1493)».
El Papa reconoce la legitimidad de esclavizaciones «por trato legal»,
Resulta evidente que ni los miembros de los dicasterios ni los supuestos «estudiosos» a quienes citan han leído los textos. Ninguno hace referencia alguna a la «doctrina del Descubrimiento». En Dum Diversas, el Papa Nicolás V no hizo sino confirmar el principio de la guerra justa y autorizó al monarca portugués a conquistar las tierras de «enemigos ... agresivos ... resueltos a extinguir la fe cristiana». No aparece ni una palabra sobre descubrimientos ni otra justificación de la cruzada, de lo que trata es de la defensa de las vidas y la fe de los cristianos. Sostiene, eso sí, el derecho de esclavizar a «reyes y príncipes» enemigos. A finales de la Edad Media era obvio que un cautivo de guerra quedaba a disposición de quien le hubiera permitido sobrevivir.
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'Romanus Pontifex' trata de la exclusión de otros europeos de las regiones ya reclamadas por los portugueses. El Papa reconoce la legitimidad de esclavizaciones «por trato legal», más hay que tener en cuenta también otros documentos Papales que intentaban proteger la libertad de toda persona, de cualquier raza o color, que fuera «cristiana o en el camino de convertirse», una categoría interpretada en un sentido amplísimo por la iglesia y la corona española para intentar prohibir la esclavización de todos los miembros de comunidades expuestas o señaladas como objetivo de la evangelización misionera.
Lo fácil e injusto
'Inter Caetera' se halla entre las bulas más notorias, en parte por ser obra de Alejandro VI, casi universalmente condenado como uno de los Papas más desgraciados que profanaron la cátedra de San Pedro, y en parte por ser tan partidario de España, al privilegiar las ambiciones territoriales de los Reyes Católicos sobre las de sus rivales. Alejandro VI sí les concedió el dominio sobre nuevos descubrimientos en el océano Atlántico –siempre que no fuesen de cristianos y bajo la condición de que pusieran en marcha programas de conversión de los habitantes al cristianismo–. Eso no fue equivalente a una aplicación de la doctrina del descubrimiento. Los derechos concedidos se justificaban por la intención piadosa de efectuar conversiones, no por el mero hecho de tropezarse con tierras previamente desconocidas por los europeos. La doctrina del Descubrimiento existió en la jurisprudencia civil romana, o en las justificaciones elaboradas más tarde por imperialistas ingleses. Pero tuvo poco que ver con las pretensiones de los Papas de ejercer una jurisdicción universal, o con los orígenes de los imperios español y portugués.
Las controvertidas bulas ahora canceladas autorizaban las exploraciones
Es fácil e injusto condenar a nuestros antepasados, a quienes falta una condición básica y absoluta de la justicia natural, tener la oportunidad de defenderse. Si abandonáramos tales condenas, y nos fijásemos en las injusticias actuales –con raíces bastante más recientes que las que se hallan supuestamente en documentos renacentistas– podríamos, tal vez, mejorar el mundo. Y ayudaríamos a algunos miembros de la curia romana a retornar a los deberes que les son propios.
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