CARTAS A MI AMIGO NICKIE
Otoño: manual de instrucciones
Y vuelve la literatura. Yo no sé cómo haréis las cosas en el condado de Yorkshire, pero aquí lo que más nos gusta para romper cualquier monotonía es sacar las cosas de su hábitat para llevarlas a la calle
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Iniciar sesión¿Cómo va todo, amigo mío? Ya ha terminado el verano y aún sin escribirte. Espero me sepas disculpar; créeme que me resultaba imposible hacer nada bajo la tristeza mórbida que sale de los mojitos y las bachatas. Aún puedo sentir en la boca el ... regusto a lágrimas del salitre, como una especie de magdalena de Proust que me eriza hasta el vello de las cejas. Gracias a Dios todo eso terminó, y a la vulgaridad de la sandía y del melón les ha sucedido la elegancia de las uvas y los higos. Desde luego, no me compares la enfermiza canícula del verano con el leve sol del membrillo, que nos calienta por dentro, hartos ya de arder por fuera.
Ha llegado el otoño a Madrid, Nickie. Con todo lo que ello implica. Tú no lo puedes entender del todo porque eres de Sheffield y allí el otoño no es un acontecimiento sino un trámite administrativo. Pero no pasa nada, aquí estoy yo para explicarte que, en España, el otoño no es una estación sino un género literario. Y está cargado de connotaciones. El otoño invita al café y al silencio. Aparece el orden, vuelven las comidas serias y las sonrisas de los niños pueblan de nuevo las calles.
Las puertas de los colegios se engalanan en tonos ocres y volvemos a revivir los nostálgicos, los que recordamos en el otoño la felicidad de una infancia que no sólo no se ha perdido, sino que ahora vive en otros ojos. En mi hija, que es más bonita aún cuando el dorado de la piel se le vuelve cobrizo y el azul marino le sienta todavía mejor —y ya es decir— que el año pasado. Haz feliz el otoño de un niño y crearás una persona feliz, puede que un escritor, Nickie. Pero definitivamente matarás a un dominguero. El otoño es vacuna contra el espanto.
Y vuelve la literatura. Yo no sé cómo haréis las cosas en el condado de Yorkshire, pero aquí lo que más nos gusta para romper cualquier monotonía es sacar las cosas de su hábitat para llevarlas a la calle. Por ejemplo, los mercados. En verano, una ardilla puede cruzar España de mercado medieval en mercado medieval. Se trata de una sucesión de tenderetes sucios, con espadas, burros y crema para la psoriasis en la que venden cúrcuma, billeteros de cuero y cazuelas de barro. O sea, lo de siempre, pero simulando una feria del año 1000. Desde luego, huele parecido. En invierno esos mismos caballeros de la orden de Malta se disfrazan de elfos y convierten las Cruzadas en mercados navideños.
Me da tranquilidad ver muchos libros, Nickie. Sobre todo, si no sé de dónde vienen
Los encuentros de moteros, los maratones populares, las verbenas: todo, en España, se arregla saliendo a la calle. Supongo que, por eso, ahora, en el paseo de Recoletos de Madrid han puesto la feria del libro viejo y antiguo, que es un encuentro de libros ‘outdoor’. Por cierto, la diferencia entre viejo y antiguo no es el respeto, sino el precio; el viejo es el ‘Trópico de Cáncer’ que tenía mi abuela en aquella colección de Salvat y que vale cinco pavos. El antiguo es un incunable de la época de Carlos V, que viene encuadernado en cuero y que cuesta cinco mil. Por ahí van los tiros.
Pero qué maravilla es recorrerlo. En Inglaterra no sabéis hacer estas cosas, porque se trata de pasear sin rumbo, como si tú no tuvieras que encontrar el libro sino, en todo caso, fuera el libro el que te tuviera que encontrar a ti. Yo sé que allí tenéis librerías de viejo porque las he visto. En una de ellas casi compré una edición del 'Quijote', en inglés, del siglo XVIII.
Pero me hizo sospechar el precio: si yo lo podía comprar, seguramente fuera falso. Aunque luego me dijo Luis Alberto de Cuenca que eso no es así y que cuando hay que sospechar es cuando te piden millonadas. Te confieso que lo que quería, en realidad, era rescatar a Cervantes de los ingleses para llevarlo de vuelta a Valladolid, es decir, traerlo de vuelta a casa para enterrarlo en sagrado.
Pero no pudo ser y, en todo caso, la feria no va de eso, esto no es como adoptar un perrito. O quizá sí, quizá solo se trate de eso, de conservar un libro, de encargarte de cuidarlo, de asumir tu parte de responsabilidad en su cadena de custodia, aceptar el lugar que la historia te ha dado y garantizar que pase a quien tenga que pasar en las mejores condiciones. Para que, a su vez, pueda hacer lo propio. Yo no quiero conservar la Cultura, eso me parece un asuntos serio y pretencioso. Solo quiero tenerlos, poseerlos, verlos cada mañana haciéndome compañía. Me da tranquilidad ver muchos libros, Nickie. Sobre todo, si no sé de dónde vienen.
Los miro y me invento sus historias, a veces llevado por una señal, por un billete de tren, por una dedicatoria o por un subrayado sin demasiado sentido. Pero es importante que no vayas con nervios: a la feria hay que ir con tiempo para perder, sin un plan definido y abierto al caos. Sé que no es fácil para ti, que vives dentro de una hoja de Excel. Pero si quieres ver todo solo vas a conseguir un inmenso mareo de tanto girar la cabeza.
Y una enorme culpa por no llevarte ese libro con las cartas de Scott Fitzgerald a Zelda. Se actúa por impulso, como llevado por el Espíritu Santo. Y se asume que te vas a dejar muchas cosas en el camino. Lo más probable es que salgas con algo de Camba, de Ruano, de Umbral, un libro de la repoblación del Duero en el siglo XI, unas crónicas taurinas y una biografía de Larra. Poesía de José Hierro, teatro de Ibsen y un Tintín. Algo así.
Entre mapas
Esa bolsa la dejarás en la mesa, como reposando, hasta que, por fin, pasado un tiempo prudencial coloques los ejemplares en el lugar que el tiempo ha decidido para ellos. Es como cuando llega un perro nuevo a casa: los otros lo huelen, lo observan, le enseñan la jerarquía y, finalmente, lo aceptan. Y tú mirarás la estantería orgulloso antes de perder la tarde entre mapas y hojas viejas. Un libro te llevará a otro, un recuerdo al siguiente y así, como haciendo zapping, llegará la noche.
Óptimamente con una lluvia tibia calándonos los huesos, el viento que venga a secarlos, los días cortos, las tardes largas, las miradas profundas, la luz violeta de Castilla, el otoño Velázquez madrileño, los despertares frescos que incitan a ponerse una boina, a ser feliz y a sentirse vivo, la chaqueta de lana pidiendo aventura a gritos y el cocido haciéndonos señas para que salgamos a celebrar la primera gran tormenta, como un Gene Kelly desatado que no puede coger el paraguas porque, en la mano, tiene una bolsa llena de libros.
Cuando vengas te lo explico todo. Aunque sé que me vas a decir que es más cómodo ir a una librería. Y yo te digo que, si la cosa va de eso, más cómodo aún es quedarse en casa. Yo no quiero cosas cómodas, cartesianas ni prácticas, Nickie. Yo no soy inglés. Soy español de Castilla y quiero el tiempo para perderlo. Porque ese tiempo nunca es del de antes, sino el de después. Y, además, el futuro no nos interesa. Te mando un abrazo y un libro de Marías. Siempre tuyo.
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