LIBROS
Ortega ante el 'arte nuevo'
aniversario de un clásico
A cien años de 'La deshumanización del arte' se revisa el diagnóstico del filósofo español sobre las vanguardias. Un ensayo clave que anticipó la ruptura estética del siglo XX y la aparición de un lector distinto. Una muestra en Madrid recupera el contexto y el legado
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Iniciar sesiónCien años ya de la publicación por parte de Ortega de ‘La deshumanización del arte’ (1925), también se incluiría ‘Ideas sobre la novela’. Y en la deriva literaria convienen algunas notas. Deriva de singular trascendencia ante el guirigay estético que habían provocado las vanguardias ... artísticas de entreguerras, tras el ‘Manifiesto Futurista’ de 1909 de Marinetti. En España lo publicaría Ramón Gómez de la Serna, ese mismo año, en la revista ‘Prometeo’. Dadaísmo, Fauvismo, Expresionismo, Constructivismo, Vorticismo, Ultraísmo, Creacionismo, Cubismo, Estridentismo, hasta el último movimiento, en 1924, Surrealismo. Ese mismo año, en ‘Revista de Occidente’, Fernando Vela, Secretario de Redacción publica el primer texto sobre el movimiento y el ‘Manifiesto’ de Breton.
Ortega, como señaló en 1993, Ignacio Gómez de Liaño en ‘Revista de Occidente’: «Lo que el filósofo propone (…) es reflexionar, intentar comprender en profundidad un fenómeno cultural tan singular como el de las vanguardias artísticas». Un hecho es que este ‘Arte Nuevo’ rompe una cierta unidad del público: los que lo entienden y los que no. Es decir, los que lo entienden son una minoría. Y, entonces, habrá que explicarlo. «Arte es todo aquello que no se puede resumir», escribe en una de sus notas de trabajo.
Todo sucede a velocidad de vértigo, como lo son las primeras décadas del siglo: vanguardias estéticas, eclosión del cinematógrafo, crisis económicas, guerra mundial, totalitarismos emergentes, ciudades convertidas en metrópolis, irrupción de los medios de masas como la radio, y la configuración de una estética acorde con lo que pasa: «Nuestras palabras son en rigor inseparables de la situación vital en que surgen».
En busca de una ‘nueva sensibilidad’. ¿Qué lugar ocupará el Arte Nuevo? ¿Qué papel será el de las vanguardias? ¿Dónde se sitúan las minorías cultas? ¿El arte-para-artistas? ¿Y la metáfora como suma y resumen del suceder estético?: «Mi libro no era una apología, tampoco un pronóstico, simplemente un diagnóstico».
Ortega, como señaló con exquisita precisión José Luis Molinuevo, describe en este ensayo: «Lo que va de las metáforas de la existencia a la existencia metafórica misma» y destaca en él, de manera sumamente acertada, cómo esta obra de Ortega es «una sugerente forma deshumanizadora de ser humanos».
La deshumanización alcanzó su objetivo. hoy toda lectura de los clásicos no es inocente
La huella de cierto y singular Nietzsche se advierte en ‘La deshumanización del arte’: ‘Humano, demasiado humano’ (1878). Desde la ladera literaria, ‘Ulises’ de Joyce, el volumen ‘Sodoma y Gomorra’, último publicado en vida de Marcel Proust correspondiente a ‘En busca del tiempo perdido’, y ‘El castillo’ de Kafka, todos publicados en el año 1922 apuntan, entre otros, al final del modelo narrativo decimonónico. Ortega lo advierte al citar a Joyce, Proust y, no tan curiosamente, a Ramón Gómez de la Serna como escritores que «atienden, lupa en mano, a lo microscópico de la vida».
La serie de narraciones que se publican entre 1926 y 1929 en la Editorial Revista de Occidente, bajo el título de ‘Nova Novorum’ va por ahí. Pedro Salinas, ‘Vísperas del gozo’ (1926); Benjamín Jarnés, ‘El profesor inútil’ (1926); ‘Paula y Paulita’ (1929), ‘Pájaro Pinto’ (1927) y ‘Luna de copas’ (1929), de Antonio Espina, y la pieza teatral de Valentín Andrés Álvarez ‘Tararí’ (1929) componen ese intento orteguiano de abrir la literatura a las nuevas sensaciones. Con escasa proyección, aunque con notable significación histórica.
De un lado a otro. No es casualidad que Jean Cocteau publique un año después ‘Le rappel à l’ordre’ (1926), una llamada al orden y a fundir tradición y vanguardia, algo que, en España, tendrá como consecuencia la recuperación de Góngora por parte de los jóvenes vanguardistas que formarán la Generación del 27. Lo cierto es que ese diagnóstico de Ortega tiene consecuencias. La transformación de la narrativa y la asunción de que ya no podrá continuar el modelo, de tanto éxito, por cierto, que se había consagrado desde Cervantes. Joyce, Proust no sólo «atienden lupa en mano», sino que, en más de un sentido, significan un ‘cul de sac’, agotan el modelo, lo fragmentan, lo diluyen. ¿Qué hacer después de ellos?
La intuición de Borges
Los hallazgos científicos también tienen sus consecuencias literarias: Einstein y la relatividad les ha permitido escribir dos obras literarias en los que la relatividad del tiempo es el elemento clave de su creación. Uno, el irlandés, al dilatar el tiempo en un día y cientos de páginas, que podrían haber sido más o infinitas: otro, el elegante francés, a consagrar una vida al impacto de la memoria, a un fogonazo azaroso que le conduce a un tiempo sin fin. Queda el arte, la literatura, incluso la filosofía, como un mero aparato formal, un juego de palabras, de orden de las palabras que configura, o añade, en su deshumanización, realidad a la vida. Una realidad ficticia pero que se interpreta como una realidad añadida a la realidad de verdad.
Borges, que no congeniaba demasiado con Ortega y, sobre todo, con la prosa orteguiana, sin embargo, fue de los pocos que intuyó las consecuencias de la deshumanización. La literatura no refleja la realidad humana, la literatura inventa la realidad, hasta lograr, en palabras más o menos de Borges, que «lo creado por la imaginación de uno se convierta en la memoria de otro».
Uno, es el escritor; otro, es el lector. Ahora, con esa conciencia de que la literatura es un juego se puede perpetuar la creación. No refleja nada, salvo lo que el autor invente. Es decir, para el lector determinados grandes personajes consiguen ser más reales que sus propios familiares. La deshumanización, en un sentido, tal vez, ni sospechado por Ortega, alcanza su objetivo.
Hoy cualquier lectura de los clásicos no es inocente. Recuérdese esa genialidad del profesor Francisco Rico cuando le pedía a un alumno que explicara «la influencia de Vallejo en Quevedo», o el tantas veces citado relato ‘Pierre Ménard, autor del Quijote’. En ambos, lo que ha cambiado es una forma de leer la obra, la creación de un nuevo lector.
Que hoy la literatura atraviesa un período estéticamente conservador es obvio. No es ni mejor, ni peor, es con las palabras citadas de Ortega, producto de «la situación vital en que surgen». Acaba de inaugurarse ‘Cien años de ‘La deshumanización del arte’’, una exposición conmemorativa comisariada por Azucena López Cobo, experta en la época, en Ortega y en la literatura de ese crucial momento en la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón. Manuscritos, notas, libros, paneles, revistas, fotos recrean cómo surge, cómo nace, en qué contexto, el libro de Ortega. La cita es un viaje en el tiempo que permite descubrir, gracias a una exhaustiva investigación, los entresijos de una obra que ha permanecido presente a lo largo de una centuria.
‘La deshumanización del arte’ —e ‘Ideas sobre la novela’—es un ensayo que, junto a ‘La rebelión de las masas’ (1930), atendía, como él mismo había definido a los Joyce, a los Proust y a los Ramones, lupa en mano, a los profundos, e irreversibles cambios que se producían en aquellos ‘Años de vértigo’ (2010), como ilustra el espléndido libro de Philipp Blom. Años tan decisivos como memorables.
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