LIBROS
Olga Tokarczuk, Nobel de Literatura: «Una buena novela de terror es como una sesión de psicoanálisis»
ENTREVISTA
La Nobel de Literatura polaca repasa sus paisajes y sus obsesiones en esta entrevista. Su última novela, 'Tierra de empusas', nos lleva a la Europa de los sanatorios y la tuberculosis
Lea aquí la crítica de 'Tierra de empusas'
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónDigamos, para empezar, que Olga Tockarczuk (Sulechów, Polonia, 1962) avisó de que podría tardar meses en contestar a estas preguntas: así fue. Su vida, dice, sucede entre viajes y la naturaleza, lugares donde el tiempo pasa distinto y ella cultiva sus obsesiones, muchas extraídas ... de la tradición oral centroeuropea y otros márgenes, como la cábala, el gnosticismo o el tarot (de esto habló con Dua Lipa). Su peinado, un nido de rastas llamado kołtun, protege a quien lo lleva de enfermedades y maldiciones, según la tradición de la Baja Silesia, el lugar en el que creció y aún vive: tiene una casa en un pequeño pueblo donde los árboles tienen ojos –se los pinta ella, también su hermana– y el paisaje pide a gritos ser descrito. No muy lejos de allí se sitúa el sanatorio de 'Tierra de empusas' (Anagrama), su nueva novela, conectada geográfica, temática y tuberculosamente con 'La montaña mágica'.
—Cuando tenía usted nueve años, su familia se trasladó al sur de Polonia, a la Baja Silesia, que forma parte del eje de sanatorios europeo. ¿Hasta qué punto un escritor es hijo de un paisaje?
—Creo que el espacio, la geografía, tiene una enorme importancia. A mí mi lugar –la Baja Silesia– me ha formado como escritora. Fue un gran regalo del destino, porque la Baja Silesia y mi Valle de Klodzko piden a gritos ser descritos. Son lugares que apenas existen en la literatura polaca y en la lengua polaca. Es una cuestión de historia, la Baja Silesia pasó a Polonia tras la Segunda Guerra Mundial, en virtud de lo establecido en los acuerdos de la Conferencia de Yalta. Durante su larga historia, esas tierras pertenecieron a diferentes estados, eran un territorio fronterizo. Se puede decir que la literatura convierte lo local en global. Una experiencia individual pasa a ser una experiencia colectiva. Es increíble cómo funciona eso.
—¿Cómo es ese lugar?
—Vivo cerca del lugar (Sokołowsko, antiguamente Görbersdorf) que sirvió de escenario y de paisaje de mi 'Tierra de empusas'. Hoy está considerado un sitio 'de culto' para artistas y otras 'almas inquietas' de todo el país. Las ruinas del antiguo sanatorio del doctor Brehmer impresionan enormemente; recuerdan la esperanza que en tiempos se ponía en los métodos naturales para la cura de la tuberculosis, y que hoy, en el mejor de los casos, consideraríamos insuficientes. Un solo descubrimiento científico, el de los antibióticos, borró de un plumazo aquella esperanza. Esas ruinas son la prueba de que incluso las cosas aparentemente duraderas y estables son en realidad frágiles y están sujetas a la destrucción, como todo lo demás… La cultura de los sanatorios es en sí misma fascinante: los sanatorios creaban una realidad alternativa que daba origen a relaciones humanas particulares y a una cultura específica de personas condenadas a la enfermedad y, finalmente, a morir. Era como el forro de un mundo sano, activo, un modo emergencia en el que se manifestaba de una manera especialmente nítida lo que en la vida normal a menudo pasaba desapercibido.
—Hace tiempo que vive en el campo, y de hecho su literatura se regodea en los paisajes: el aire cortante de la montaña, la luz sobre los lagos, el aroma a tierra húmeda…
—Sigo pasando temporadas en la ciudad, pero creo que lo esencial es que mis primeros años de vida los pasé en una aldea, en una época en la que los niños tenían mucha más libertad que ahora. Caminaba libremente no solo por la aldea, sino que me adentraba también en los campos y llegaba hasta el río Óder. Esas escapadas solitarias por los alrededores eran aventuras extraordinarias, me familiarizaban con la naturaleza y me enseñaban a tratarla como algo sujeto a una permanente transformación, maravillosa y segura. Necesito la naturaleza para vivir, mi vista necesita el verde. Todos los días hago largas caminatas con mi perro y veo que cada día es diferente al anterior; todos esos cambios sutiles que se producen en el paisaje, en la vegetación resultan realmente fascinantes. Incluso el invierno polaco –largo, oscuro y frío– es bueno. A veces pienso que el invierno es para concentrarse, serenarse y trabajar creativamente.
—¿Le gusta viajar?
—Viajo mucho y, de hecho, una parte del año la paso en el extranjero. Me siento una europea abierta al mundo, es decir, tengo conciencia de que mi contexto cultural es en su mayor parte europeo. Es fruto de mis lecturas, de la participación en la cultura. Considero que hay una sola literatura, pero que nace en diferentes lenguas. Las cuestiones nacionales son secundarias, por lo que trato toda la tradición europea como propia. La cultura es una de las riquezas naturales de Europa.
«Creo que hay una sola literatura, pero que nace en diferentes lenguas. Las cuestiones nacionales son secundarias»
—Es una gran lectora de Borges. De hecho, ha contado varias veces que su generación se formó con la narrativa en español.
—Me gusta que diga literatura en español, sin subrayar ni los países ni los estados… Sí, Borges es todo un universo y hoy situaría sus libros entre los libros formativos que han conformado mi sensibilidad intelectual. Vuelvo continuamente a Borges a pesar de que, de hecho, ya lo conozco. En su caso, la relectura supone una nueva emoción. Y he leído ávidamente a Cortázar, a García Márquez, a Donoso, a Vargas Llosa. Sin esas lecturas no sería quien soy.
—En una de sus visitas a España, cuando presentó en Barcelona 'Los libros de Jacob', dijo: «Europa es la mejor idea del siglo pasado». ¿Lo sigue pensando?
—Sigo pensando lo mismo. O quizá incluso deseo todavía más que Europa se convierta en una unidad y que se estrechen los lazos entre los países.
—Es difícil leer una novela sobre un sanatorio y no pensar en 'La montaña mágica', de Thomas Mann. En su libro también acompañamos a un joven que está siendo tratado de tuberculosis en un balneario en vísperas de la Primera Guerra Mundial.
—Todos mis libros tienen su origen en algo que yo denomino imagen básica, que induce a pensar y a construir una historia. En el caso de esa nueva novela fue una reflexión relacionada precisamente con 'La montaña mágica', porque es posible ver 'Tierra de empusas' como una paráfrasis irónica de la obra del Nobel alemán. Para mi generación es una obra muy significativa; para nosotros era como una introducción, una invitación a la verdadera literatura, a una literatura relevante y creadora de cultura. No sé si sigue siendo así. Para mí lo fue. Lo leí varias veces y cada vez descubría algo nuevo. En una de esas lecturas comprendí de repente lo raro que era ese libro: no había en él mujeres, el mundo era definido únicamente por los hombres. Esa ausencia de mujeres me resultó oscura, hostil. ¿Cómo se puede describir el mundo excluyendo la existencia en él de mujeres?
—Muchos de los comentarios misóginos de su novela están sacados de grandes obras de la literatura. ¿Los coleccionaba?
—Tengo un recuerdo, una imagen de mí misma como adolescente, una chica de trece o catorce años que se encuentra frente a la pequeña biblioteca de sus padres y va echando mano de distintas obras de la literatura universal. Con anterioridad, esa niña había establecido en su cabeza el orden en el que las iría leyendo y seguía su plan a rajatabla. Hasta que finalmente realiza un triste descubrimiento: resulta que en esa literatura universal que lee, en ese canon que el mundo ha establecido como el conjunto de las obras literarias más importantes, no hay para ella ningún espejo, nada en lo que se pueda mirar o verse reflejada como mujer joven. Que se trata de un mundo, de una civilización patriarcal, de hombres, en la que las mujeres representan por lo general roles sociales que les han sido asignados por el patriarcado. Las mujeres aparecen como estelas, como etiquetas, como roles. Esa dificultad que yo, como joven lectora, tenía para identificarme con los personajes y los temas de la literatura con mayúsculas, era en aquel entonces algo no del todo consciente. Y chicas como yo había muchísimas. Esa experiencia me llevó más allá. Empecé a releer libros escritos por grandes nombres literarios, por hombres; el puñado de citas sobre las mujeres que recogí en esos libros me aterrorizó. Era algo que de tan horroroso que resultaba incluso ridículo: una misoginia oculta, venenosa y acomplejada. Empecé a prestar mayor atención al tema y fue así como nacieron muchos de los diálogos de mi libro.
—El subtítulo de 'Tierra de empusas' reza: «Historia de terror balneoterápico». Me sorprendió esa etiqueta. ¿Qué buscaba en el género de terror?
—Lo que aprecio en el género de terror es que saca a la persona de su autosatisfacción metafísica y de su sensación de que es capaz de controlarlo todo. Ese género desempeña hoy una función algo religiosa: recuerda que el ser humano puede ser percibido en unas dimensiones distintas a la dimensión material y a la dimensión realista. Que existen fuerzas que no controlamos y a las que tenemos que hacer frente. Una buena obra del género de terror es aquella que crea una sensación de incomodidad existencial que a veces nos atemoriza y a veces nos deja con la reflexión de que el mundo es mucho más complejo de lo que a nosotros nos parece. Y también tiene un efecto terapéutico porque ese tipo de obras se enfrentan a lo reprimido y lo inconsciente. Son una sesión de psicoanálisis gratuita.
«El realismo no es capaz de reflejar la realidad porque el mundo está lleno de cosas metafísicas»
—Por cierto: usted estudió psicología en la universidad. ¿En qué medida le ha influido esa formación?
—La psicología es especialmente buena como cimiento, es una ciencia para estudiar que proporciona una base, un fundamento. Sensibiliza, muestra los principios y las relaciones, enseña un lenguaje, en pocas palabras, nos formatea para toda la vida, al igual que otras carreras de humanidades. La psicología no está lejos de la filosofía y de las ciencias naturales, ni tampoco de las humanidades en sentido amplio. Es un buen punto de partida. La psicología me ha dado mucho, sobre todo los últimos años de carrera, cuando ya tenía contacto con pacientes y proporcionaba ayuda psicológica.
—La vuelvo a citar: «El realismo no puede narrar la realidad porque el mundo es también una ilusión. Más aún, el realismo es imposible». Y lo dijo después de hacer una residencia en el Museo del Prado…
—Efectivamente, dije que el realismo no es capaz de reflejar la realidad porque el mundo no es únicamente lo visible y lo tangible. El mundo es también lo inasible, lo que parpadea en la frontera entre el sueño y la vigilia. El mundo está lleno de cosas intuitivas, irracionales, metafísicas. El realismo, si bien durante mucho tiempo ha sido la corriente dominante en la literatura, crea cierto tipo de ilusión objetivista. Pero nosotros, la gente, experimentamos el mundo no solo de una forma lógica, lo hacemos también con imágenes, sueños, asociaciones, emociones, con lo no expresable.
—¿Y puede la literatura revelar una verdad que sería inaccesible, por ejemplo, para la ciencia?
—La literatura, especialmente la que no teme echar mano de otros órdenes narrativos –el mito, el sueño, el símbolo– es capaz de tocar la realidad de una manera en que la ciencia no puede hacerlo. La ciencia descompone el mundo en partes elementales, intenta comprenderlo a través del análisis, mientras que la literatura compone el mundo, une aquello que está separado, encuentra significados ocultos, habla con el lenguaje de la totalidad. Por eso creo que la literatura puede revelar ciertas verdades, no en un sentido literal o científico, sino verdades que sentimos, pero que no conseguimos expresar si no es a través de la narración.
«Me gusta ir contra lo evidente. Las evidencias son aburridas, peligrosas, hacen que dejemos de pensar»
—Sus libros se parecen poco entre sí: siempre busca un lugar singular desde donde mirar, escribir y contar. ¿Hasta qué punto le preocupa como escritora la originalidad, ese reto de no repetir lo que ya es?
—Me gusta actuar en contra de lo evidente. Las evidencias son terriblemente aburridas y peligrosas, hacen que dejemos de pensar. Mi método es sencillo: siempre intento encontrar un punto de vista no evidente para cuestiones que parecen simples y precisamente evidentes. Siempre busco una forma de contar distinta para cada libro nuevo. Soy incapaz de escribir dos veces de la misma manera. La repetición me cansa. La búsqueda de la forma es un esfuerzo considerable y no siempre se consigue, por eso la escritura me lleva más tiempo que a otras personas que escriben. A veces espero durante años una voz que me permita contar una historia que ya tengo.
—¿Cómo trabaja sus libros?
—Suelo tener varios libros embastados: empiezo, esbozo y con el tiempo vuelvo a aquellos que reclaman mi atención con más fuerza. Es así como trabajo. Si me paro a pensar, el inicio de este libro podría situarse alrededor del año 2008, es decir, hace más de quince años, antes que 'Sobre los huesos de los muertos' y mucho antes que 'Los libros de Jacob'. (...) Para escribirlo recuerdo que la pandemia me ayudó mucho. Gracias a ella pude retomar mi antiguo estilo de trabajo: tranquila, concentrada. El mundo se detuvo, cesaron durante mucho tiempo los contactos internacionales, el virus me obligó, al igual que a muchos de nosotros, a cancelar viajes y encuentros previstos. Y eso, a pesar de todo el horror de la situación que experimentamos, dio resultados concretos.
Chimamanda Ngozi Adichie: «En los 70 y los 80 la literatura molestaba más; hoy hay demasiada cautela»
Bruno Pardo PortoLa escritora vuelve a la ficción más de una década después con 'Unos cuantos sueños'
—¿No se ha cansado nunca de escribir? ¿Qué le aporta todavía la escritura, después de tantos años y tantos libros?
—Desgraciadamente, poco a poco empiezo a sentir las limitaciones de mi cuerpo. Escribo despacio, hago muchos cambios, y eso exige tiempo y estar sentada. Empiezo a tener problemas con eso. Creo que poco a poco voy a ir tendiendo hacia formas cortas. Nunca he sufrido de falta de ideas, más bien al contrario, tengo demasiadas ideas. Escribir me sigue suponiendo una gran alegría.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete