LIBRos
La novela gominola de Jennifer Egan
narrativa
En su nueva obra, 'La casa de caramelo', la historia de Bix Bouton, un empresario informático en horas bajas, se abre la puerta para salir a jugar con ella misma como su propia influencia
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Iniciar sesiónResumen de lo publicado: 'El tiempo es un canalla', de Jennifer Egan (Chicago, 1962), ganó en el 2011 el premio Pulitzer y el que otorga el National Book Critics Circle (que todos pensaban serían para 'Libertad' de Jonathan Franzen) y figuró en ... las listas de lo mejor del año en publicaciones como 'The New York Times', 'Los Angeles Times', 'Salon' y 'Time' donde, además, su autora entraba en el 'ranking' de las cien personas más influyentes del mundo.
Aquí y ahora—y luego de la menos pirotécnica y más formal Manhattan Beach—, 'La casa de caramelo' no es exactamente segunda parte o secuela de 'El tiempo es un canalla'. Egan prefiere entenderla y proponerla como 'novela hermana'. Y, sí, es una percepción correcta de parte de alguien quien, a su vez y en su obra, siempre pareció proponer vínculos aparentemente irreconciliables a partir del centrifugado de las más polimorfas y perversas influencias: Robert Stone, Pat Conroy, Don DeLillo, John Fowles, Renata Adler, Haruki Murakami, Jonathan Franzen, E. L. Doctorow y David Foster Wallace y...
NOVELA
'La casa de caramelo'
- Autora Jennifer Egan
- Editorial Salamandra
- Año 2023
- Páginas 430
- Precio 23 euros
Y no es que Egan sea una escritora sin límites sino que opta por ignorarlos y transgredirlos con una mezcla de eficacia admirable, inspiración atendible y astucia eficaz.
Así, en 'La casa de caramelo' —era inevitable—Egan se abre la puerta para salir a jugar con ella misma como su propia influencia. Y así, de nuevo, novela-en-relatos coral-polifónica y multi espacio-temporal (como las de Michael Cunningham y David Mitchell y Colum McCann y Emily St. John Mandel y Hari Kunzru y siguen las firmas flirteando con un método que remite al de tantas miniseries en las que acabarán convirtiéndose). En su momento, el tan ingenioso como genioso Douglas Coupland se refirió a todo eso como 'Translit'. Es decir: tramas elásticas que no se limitaban a una época o a un lugar y que preferían expandirse, gaseosas y masticables, a lo largo de varias generaciones o lugares.
Aquí y ahora y en todas partes, más de un personaje son los de 'El tiempo es un canalla' (Lulu, Mindy/Miranda Kline, Lincoln, Lou Kline, Bennie Salazar y su hijo Chris), pero el tiempo es otro y se ha impuesto lo mecánico y algorítmico sobre lo humano y lo musical. Y el segmento que en la novela anterior estaba presentado como PowerPoint aquí es un hilo de Twitter (publicado previamente en ese formato antes de la salida del libro y enumerando instrucciones para la alguna vez niña Lulu y aquí ya adulta espía 'à la William Gibson'). Y Bix Bouton (personaje mínimo en 'El tiempo es un canalla' apareciendo en una noche de 1993) ahora es el 'zuckerbergiano tech-magnate' al frente de la corporación Mandala adquiriendo peso y contundencia a partir de invención de red social y preguntándose años después si ha hecho bien con lo que hizo.
No es exactamente segunda parte o secuela de 'El tiempo es un canalla'. Egan la propone como 'novela hermana'
La respuesta, claro, es no. Pero aún así —luego de haber 'intercomunicado' a la humanidad toda— su siguiente paso de gigante ha sido el de externalizar y revisitar y compartir ideas y recuerdos mirándose al más paralizante y solipsista de los 'black mirrors'. Una mente global para una mundo globalizado y la hiper-consciencia colectiva del inconsciente individual. Una suerte de adictiva golosina existencial que convierte a todos en ninguno y a nadie en todos al mismo tiempo. Así, 'La casa de caramelo' (que fascinará a más de alguno que se aburre leyendo porque apela a soportes más cercanos a las de la pantalla espasmódica, y que irritará un tanto a aquellos más clásicos que sientan que aquí, de nuevo en Egan, que la forma acaba imponiéndose al fondo) no sólo trata de los efectos de semejante fenómeno caleidoscópico.
Pasados compartidos
Además, la novela se convierte y se propone, formalmente (por ahí se advierte y se divierte con una ya entre nosotros 'algebraización' de la imaginación narrativa) como la puesta en práctica del síntoma en cuestión. Y, de algún modo, condena sus desperfectos y taras con celebratorios efectos que se quieren entender como logros literarios. Tanto para sus personajes como para sus lectores. Unos y otros revisitando sus pasados compartidos en/con 'El tiempo es un canalla' a la vez que experimentando lo mismo que alguna vez experimentaron Hansel y Gretel: tentación y, también, castigo y, si hay suerte, ese tipo de aprendizaje/redención que sólo se adquiere más o menos superada una experiencia menos o más ingrata y peligrosa. Así —como en libros recientes de Dave Eggers o de Kazuo Ishiguro—he aquí más un cuento de embrujados electrónicos que un cuento de hadas 'unplugged'. No un Había una vez... sino un Habrá una vez para que ya no hayan otras veces... No inmunidad de rebaño sino vulnerabilidad de manada. Y unos y otros —tanto los que leen y los que son leídos— tienen algo de inmaduros niños grandes con el mundo en sus manos y mentes y, al mismo tiempo, tan extraviados en uno de esos bosques donde no se pueden ver los árboles.
Una espesura donde el opioide de los pueblos es la comercialización de la nostalgia para luego, una vez consumida, poder caer, consumidos y enganchados, en el consuelo del olvido y así distraerse pero no evadirse. Y no pensar demasiado en que cada vez se piensa más en que la artificial gominola de la información es lo mismo que el sabor natural del conocimiento. Pero no.
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