ELOGIO DEL POETA
Mosaico hallado en la ciudad de Madrid: Luis Alberto de Cuenca, el héroe de las mil caras
HOMENAJE
Hemos pedido a sus amigos un recuerdo del poeta, y con esas teselas hemos construido un retrato colectivo del hombre que escribió aquello de: «Hola, mi amor. Soy yo, tu lobo»
Juan Manuel de Prada, Loquillo, Manuel Vilas, Karina Sainz Borgo, Jon Juaristi, Ángel Antonio Herrera, María José Solano y José F. Peláez celebran y homenajean al poeta
Un aluvión de votos en blanco deja fuera de la RAE a Luis Alberto de Cuenca: «Ha sido decepcionante para todo el mundo»
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Iniciar sesiónLo primero es que Luis Alberto de Cuenca no es un hombre. ¿No? «No, es un compendio de libros que decidieron hacerse humanos. Esa fachada que veis, ese hombre elegante, ese hombre culto, educado, no es un ser humano», dice Juan Carlos Pérez de la ... Fuente. Un día dobló la esquina de un libro de bolsillo, y entonces ese poeta que no es un ser humano se transformó en hidra.
«Me dijo: «¿Mi libro ha sido subrayado, mancillado?». Y yo pensaba que era una puesta en escena, porque era un libro barato, que debía costar veinte euros. Pero no. Ahí descubrí que todos los libros son sagrados para Luis Alberto de Cuenca». Este era un ejemplar de las 'Confesiones' de San Agustín.
Luis Alberto tiene una casa para los libros, una casa que fue casa y hoy es toda biblioteca (hasta el horno está lleno de libros). Y un lugar mitológico. O un templo. Luis Mateo Díez dice que el piso de Don Ramón de la Cruz es un mundo encantado, y que ese mundo está dentro de Luis Alberto. Por eso Juan José Lanz iba allí los domingos por la mañana a investigar su obra y compartir croissants del Mallorca. En esa biblioteca reina un desorden que, como afirma Miguel Ángel Martín, solo él conoce. Cuenta la leyenda que en una fiesta alguien escondió sustancias ilegales dentro de un libro, y que dentro de mucho alguien lo encontrará –es un libro con premio entre más de cincuenta mil– y tendrá una historia que contar…
Allí, también, se forjaron como un anillo algunas de las letras de la Orquesta Mondragón, esas que Carmen Iglesias recuerda con cariño. Javier Gurruchaga no ha olvidado cómo escribieron 'Caperucita feroz': se les ocurrió mientras ojeaban en la biblioteca su colección de libros ilustrados por Gustavo Doré. Con aquella canción («hola, mi amor, soy yo, tu lobo») despertaban a Loquillo en la mili, día tras día. «Entonces juré que iba a pasar a navaja al escritor de aquella letra en cuanto lo tuviera delante», prometió el artista. Los responsables de las barras eran dos: Jaime Stinus, que acabó produciendo su disco sobre Luis Alberto de Cuenca, y el propio Luis Alberto, amigo íntimo desde entonces… Y enemigo en la bibliofilia. «Recuerdo que un día le escribí indignado porque alguien me quitó en una subasta una primera edición de 'Susan Lennox', el poemario de Cirlot. Y me dice: «Loco, he sido yo»... Esta es una lucha de caballeros». «Para mí es un caballero de los que ya no existen, salvo él», apostilla Alfredo Taján.
El caballero Luis Alberto, revela Daniel Migueláñez, tiene una admirable colección de corbatas frikis, que combina con su pin de la Real Academia de la Historia. También lleva relojes de Tintín, aunque siempre ha vestido con traje: nació así. Dice Ana Merino que a él le debe el haberse dedicado a estudiar el cómic. Y Felipe Benítez Reyes lo recuerda recorriendo tiendas de museos en sus viajes. «Lo más interesante de los museos son las tiendas», le dijo en Londres. «Entre otros muchos méritos, Luis Alberto transmite la dicha de vivir a gusto con las pequeñas aventuras de la cotidianidad, porque el componente épico de las aventuras magníficas se lo proporcionan Homero, Virgilio y los superhéroes del cómic».
Esa mezcla de referencias, por cierto, es la que admiran Andrés Amorós y Álex de la Iglesia. Y Clara Janés, que empezaba sus conferencias sobre poesía contemporánea leyendo su soneto 'El poeta a su atracadora': «... y, sin mediar palabra, me quitaste / no sé si la cartera o si la vida».
A Adrián J. Sáez Luis Alberto le envió una copia manuscrita de 'El desayuno' («Me gustas cuando dices tonterías, / cuando metes la pata, cuando mientes») para ayudarlo en el amor. A Antonio Sánchez Jiménez le devolvió la voz antes de una conferencia, y mucho antes, en 1979, se llevó a Jaime Siles a Embassy para ahogar las penas en alcohol, después de que este se quedara sin plaza en unas oposiciones. Ninguno de los dos era un gran bebedor, eso sí. «Pero en aquella ocasión la ingesta de alcohol en grandes proporciones ahogó penas», asegura Siles. A Juan Manuel de Prada se lo llevaba a beber a Balmoral: el joven se emborrachaba y el maestro escuchaba. La generosidad de Luis Alberto es legendaria, y de eso dan buena cuenta Jorge Freire, Amanda Sorokin, Javier Letrán, Rodrigo Olay Valdés, Toni Simón, Araceli Iravedra y un largo etcétera que podría ser un ejército de amigos.
Dice Jesús Egido: «Ni el secretario general de la ONU viaja tanto como Luis Alberto de Cuenca». Y el poeta responde: «Ya no, Jesús, que la edad no perdona y ya solo puedo estar en dos sitios al mismo tiempo».
Eduardo Torres-Dulce lo conoció en los sesenta… Y hasta ahora. ¿Una escena? Un viaje a Yuste con el poeta improvisando haikus entre almendros y cerezos. Garci evoca el día en que por error Luis Alberto robó un desayuno en el AVE, y que para consolar al damnificado el cineasta le dijo: «Piense usted que ahora podrá decir a sus amistades que el gran sabio, el gran poeta de nuestro tiempo, Luis Alberto de Cuenca, le privó de un fastuoso desayuno». Carlos García Gual lleva medio siglo hablando con él de libros nuevos y mitos antiguos, de amigos perdidos y lejanos viajes. Y lo define así: «Eternamente joven, y ya tan clásico».
¿Otra escena? Esta, de cuando estaba en política, que nos regala Bern Dietz: «En una recepción de alto copete en la residencia de un embajador relevante, siendo Luis Alberto secretario de Estado de Cultura, y acaso la figura política medular del concurrido evento, el anfitrión le preguntó en un corrillo, queriendo lucir tanta urbanidad como clase: «Y usted, señor, ¿qué deportes practica? ¿El golf, el tenis, la equitación?». A lo que el poeta, impertérrito, repuso: «Los deportes que más me gustan son los de mesa, sobre todo el parchís». No dijo el bridge, ni el póker, ni el ajedrez. Dijo el parchís».
¿Y otra? Cuando estaba en el Colegio del Pilar de Madrid y representó con Fernando Savater una versión de 'Macbeth': él hacía de Malcolm, y el filósofo, de su padre, el rey Duncan. «Nos hemos hecho muchas bromas al respecto», asegura Savater.
En sus inicios, en 1971, Luis Alberto apareció junto con Javier Lostalé, Eduardo Calvo, Luis Antonio de Villena y Ramón Mayrata en una antología titulada 'Espejo de amor y muerte'. El antólogo era el mítico Antonio Prieto, y la presentación la firmaba nada menos que Vicente Aleixandre. En cambio, el texto de la contraportada, elogiosísimo, era de un tal Abelardo Quirós, profesor de la Universidad de Regina. «Pues bien, ese hombre nunca existió.
Era una invención de Luis Alberto», desvela Javier Lostalé. Años después, y gracias a Antonio Prieto, Luis Alberto debutó en la prosa con 'Necesidad del mito'. «Antonio nos citó en su despacho de Planeta, que estaba por Ríos Rosas. Quería encargarnos un libro a cada uno para una colección muy exitosa, Biblioteca Cultural RTVE, que se vendía en kioscos.
Luis Alberto escribió 'Necesidad del mito', y yo un libro que se llamaba 'Entrevista con la historia'. Pero la sorpresa fue ver el pastón que nos pagaron, porque tenían previsto vender cien mil ejemplares de cada libro... Nos dejó acojonados. Nos llevamos un alegrón increíble, porque entonces éramos muy pobres. Yo creo que no hemos vuelto a cobrar una cantidad así por un libro», remata entre risas Chus Visor.
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