ARTE

Mitsuo Miura, el artista intraducible

semblanza

¿Cómo puede un artista imprescindible para nuestra propia escena ser tan mal conocido, tan ajeno? He aquí algunas claves

Imgen de Mitsuo Miura en su taller en Madrid Isabel Permuy

Mirando retrospectivamente la larga carrera de Mitsuo Miura (Iwate, 1946), uno se pregunta: ¿cómo puede un artista imprescindible para nuestra propia escena ser tan mal conocido, tan ajeno? ¿Cómo es posible que su obra no abunde más en colecciones de referencia; que su presentación ... en galerías y ferias sea tan parca; o que a pesar de la importancia que se concede a su trayectoria haya recibido en tan pocas ocasiones la atención de nuestros museos?

En algo ha influido el carácter del artista, a quien podríamos definir como casi imperceptible, infraleve, y también el hecho de que su filosofía vital, su ética, marque unos tiempos y unos modos elegantemente dilatados, sin prisas ni empujones. Pero lo cierto es que desde su arribada a España en 1966 (su primera individual sería dos años más tarde, en Egam), ha pasado ya 56 años, toda una vida, desarrollando entre nosotros la totalidad de su carrera, manteniendo una labor creativa en el estudio tan constante como discreta ha resultado su presencia fuera de él.

Disparidad con fluidez

A pesar de dar especial relieve a su faceta de pintor, al reconocer que es desde el color desde donde articula sus imágenes, Miura ha manejado herramientas dispares con enorme fluidez, y así le hemos visto desenvolverse con intervenciones en la Naturaleza, grabado, dibujo, fotografía, escultura, objetos o instalaciones de muy diverso tipo. Desde ellos concentra con medios mínimos una intensa actividad emocional y física, huyendo siempre de cualquier estridencia, exageración o despilfarro barroco. Sus formas y composiciones lo ligan a las estrategias textuales del Minimalismo, con geometrías básicas y colores planos ordenados en ritmos sencillos, depurando al máximo todos los elementos que intervienen.

El artista, en una imagen de su álbum personal, en los setenta ABC

No obstante, cada obra remite en última instancia a algo que está más allá de lo que se ve: recuerdos de sensaciones vividas en los momentos gozosos, con familia o amigos; vivencias de la experiencia metropolitana, donde el movimiento, las luces de neón o los escaparates cobran protagonismo. Que hay algo de lo vivido, experimentado, sentido, rememorado por el cuerpo, que se proyecta hacia la obra plástica, lo confirma el hecho de que el paseo sea su herramienta de trabajo primigenia. En esas piezas suyas de colores como desvaídos, pastel, en esos juegos aparentemente elementales entre cintas, rectángulos y circunferencias, Mitsuo Miura recrea –o más bien encarna– escenarios, nunca relatos.

Escenarios felices, siempre

Escenarios felices, siempre. Ajeno al registro dramático o luctuoso, el artista se detiene en aquellos instantes donde el cuerpo y el espíritu gozan de la sensación plena de estar en el mundo y ser atravesados por sus energías. Una suerte de emblema, repetido en ocasiones dentro de su producción, dice sin rubor y sin exclamaciones, por supuesto: «Qué vida tan maravillosa».

Siempre me ha llamado la atención que a pesar del más de medio siglo que lleva residiendo en España, Mitsuo conserve un acento de su lengua nativa tan marcado. Al comentarlo un día, recuerdo su confesión entre risas de que incluso hoy le cuesta leer en nuestro idioma, prefiriendo hacerlo en japonés. Es un detalle revelador que podríamos tomar como metáfora de la peculiar posición que ocupa en nuestro ecosistema artístico este artista intraducible, de aires sutilmente orientales en su refinado uso del vacío, de la alusión elegante, del retirarse...

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