PUES DICES TÚ
Menudo genio
Las dos personas normales se encuentran en un aeropuerto y mantiene la desternillante conversación que les caracteriza
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Iniciar sesiónLas dos personas normales coinciden en una de las terminales más grandes de uno de los aeropuertos más pequeños del país (más grande, a su vez, que el aeropuerto y bastante más que la terminal, pero no tanto como otros países). Las dos personas normales, ... que son más de autobuses, se sorprenden al verse allí.
—¡Pero bueno! Qué casualidad, ¿no?
—Pues sí. Quién iba a decírnoslo.
—Nadie.
—Nadie, nadie. Ni sabía que volabas.
—No, si volar no vuelo. Pensaba coger el avión.
Las dos personas normales se ríen muy a gusto porque las dos son buenas y simples.
—Pues dices tú, pero yo creo que hay gente que sí que vuela, ¿no?
—Yo creo que no.
—Bueno, no sola. Pero con la mochila esa de volar, digo.
—Ah, sí, ya sé lo que dices. A saber qué llevará dentro.
—Plumas.
Las dos personas normales vuelven a reír con ganas.
—Llevará queroseno y cosas. Y propulsores de esos. Llevará cosas de esas que están en contra de la gravedad.
—Sí, sí. Ya sé cómo dices. Es bastante grande, la mochila.
—Pues igual les queda sitio para los pañuelos, o lo que sea.
—Igual hasta les cabe un plátano.
—O más. Igual llevan las llaves y las cosas. Las de casa, las del garaje, las de arrancar la mochila…
—¿Se arranca la mochila?
—Digo yo. No va a estar arrancada siempre.
—Sería un despilfarro. Igual es una mochila moderna que ya detecta ella sola si llevas la llave en el bolsillo y ya no hace falta girar nada, ¿no?
—Igual es eso. Porque, si no, imagínate, con el llavero ahí, haciendo el péndulo, que igual le da al que vuela en la cabeza y adiós muy buenas.
—O a la que vuela.
—O a la que vuela, que ahora puede volar quien quiera, que seguro que las mujeres vuelan mucho más prudentes.
Las dos personas normales se quedan pensando en sus cosas, que son más o menos las mismas. Al cabo de unos segundos, la segunda vuelve a tierra.
—¿Y adónde pensabas volar?
—A Vigo. A visitar a la chica, que ahora vive allí.
—¿En Vigo vive?
—Ahora sí. De momento. Ya veremos.
—¿Y no podía vivir más cerca?
—Pues igual sí, pero es donde la han mandado.
—Cómo son los jefes, ¿eh? Aunque allí siempre hay marisco.
—Siempre.
—Y muy barato, ¿no?
—No creo.
—Pero más que aquí.
—No sé.
—No, no, si yo tampoco. Te lo preguntaba por si lo sabías tú.
—Me pido algo y te cuento. ¿Y adónde vas tú?
—A Zaragoza.
—Pero ¿hay aeropuerto en Zaragoza?
—Por lo visto.
—Creí que sólo había estación de tren.
—Igual es la misma cosa, ¿no? Igual es para las dos cosas.
—Pues igual.
—Igual va el avión, baja, baja, baja, baja…, y cuando ya está cerca del suelo, se mete en la estación y ya está.
—Pues no me extrañaría nada.
—Ni a mí.
—O igual baja, baja, baja, baja…, se mete en la estación por un lado, sale por el otro, y, hala, al aeropuerto.
—Pues eso tiene más sentido.
—Pues igual sí.
Las dos personas normales se ponen a hacer cálculos mentales y a componer gráficos imaginarios. Cuando ven que se marean, siguen la conversación.
—Pues dices tú, pero ¿sabes que el avión lo inventó Leonardo da Vinci?
—No tenía ni idea.
—Y la servilleta.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
—Pues sí. Dibujaba de maravilla, por lo visto, que le salían unos pájaros que ni haciéndoles fotos, que se los ponía en el brazo, los soltaba y, catapum, se acordaba de todo y lo dibujaba, y gracias a eso se sabe cuántas plumas tienen.
—¿Y son muchas?
—Pues dependerá del pájaro.
—Ah, claro.
—Y también inventó los tanques, la Santa Cena y el helicóptero, creo. Y la pianola. Y creo que el wifi.
—¿Pero el wifi no lo inventó una actriz?
—Pues puede ser. Cosas más raras se han visto. Igual no era el wifi y era el ajedrez.
—Menudo genio, ¿no?
—Y el espejo, me parece, que lo inventó para poder escribirlo todo del revés, para que no le copiaran los inventos.
—Muy bien pensado.
—Por eso. Y los calamares.
—¿A la andaluza o en su tinta?
—En su tinta, me parece.
—Pues lo mismo, porque escribía con pluma, ¿no?
—Claro. Se la arrancaría a un pájaro de esos.
—Ah, claro. Aunque se la arrancaría del revés, digo yo. Y se quedaría luego con los detalles. ¿No ves que era un genio?
—Si estoy dándote la razón.
Las dos personas normales se ponen a consultar juntas el panel de vuelos, inclinadas hacia atrás. La hora del embarque se aproxima.
—Oye, pues me voy a mi puerta, ¿no?, que luego me quitan el sitio.
—Sí, sí, mejor. O te meten la maleta en la bodega.
—Pues por eso.
—Buen vuelo y feliz marisco.
—Feliz jota pata ti también.
Las dos personas normales, que son más majas que las pesetas, se ríen con ganas otra vez.
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