'¿Quién mato a Bambi?', de Monika Fagerholm: variaciones con scherzo

Las distintas voces que conforman la historia se mueven entre la ambivalencia y la mordacidad, sin aclarar quiénes son los verdaderos cazadores ni quién el cervatillo en una narración en la que los papeles se intercambian y la culpa se extiende a toda la comunidad.

NOVELA

'¿Quién mató a Bambi?'

• Autora Monika Fagerholm
• Editorial Nórdica
• Año 2024
• Páginas 288
• Precio 21,50 euros

Que el texto provoque con frecuencia una sensación tan incómoda como fascinante tiene que ver con el estilo de Monika Fagerholm, autora finlandesa en lengua sueca hasta ahora inédita en castellano. Fagerholm escoge un camino infrecuente, desviándose del enfoque habitual y entremezclando fondo y forma de un modo que sacude al lector. La novela arranca con un momento idílico en las vidas de dos mujeres, amigas desde el colegio, junto a sus respectivos hijos Gusten y Nathan, en un paraje cercano al barrio acomodado donde residen.

En apenas unas páginas, se anticipa la catástrofe que sobrevendrá unos años después: los chicos son dos de los responsables de la agresión salvaje entre cuyos destrozos se incluye la ruptura del vínculo que une al grupo que madres e hijos conforman. La decisión de poner el foco en ellos y no sobre la víctima ofrece como resultado una atmósfera intensa y perturbadora.

Esta particular perspectiva está también relacionada con la película sobre el crimen que se propone hacer en el presente Cosmo, un joven productor cinematográfico que también fue víctima de la violencia de los agresores. Se titula ‘¿Quién mató a Bambi?’, como el tema de los Sex Pistols que opera como leitmotiv de la novela, y sirve de hilo conductor de una trama que combina el enfoque múltiple con los saltos temporales.

La estructura fragmentaria es una de las claves del libro. Refleja el efecto que causa en algunos protagonistas ver deshechas sus ilusiones de futuro. El estilo funciona como un amplificador de la intriga. Fagerholm construye un lenguaje de una sofisticación técnica y emocional que recuerda a escritores como Jon Fosse o Han Kang, pero la propuesta formal es en este caso más audaz y moderna.

Tras el desconcierto inicial, se observa con asombro (es imposible no pensar en el mérito de la traductora) lo fácil que resulta dejarse llevar por los estribillos pegadizos, las variaciones temáticas del asunto central e incluso los atrevidos juegos tipográficos que resuenan de manera poderosa en estas páginas.

El humor forma parte de la partitura. Se encuentra tanto en el tono como en las voces de los protagonistas, y provoca en el lector una reacción parecida a la de estamparse contra una mampara de cristal y no saber si dolerse o reír por lo inesperado. No es un humor amable, pero marca una distancia más irónica que cínica con los personajes, para los que la autora reserva en su ferocidad dosis de indulgencia. No hay sin embargo piedad para la hipocresía de una sociedad en la que resulta más sencillo pasar página si se nace con el apellido adecuado.