Martin Wong, pintor de barrio

Su vocación pictórica, con una figuración aparentemente despolitizada, enmascaró su posición contracultural, reconocible desde su juventud como miembro de Angels of Light Free Theater, compañía de 'performance' 'queer'. Además, su ascendencia chino-estadounidense de origen mexicano dificultará su ubicación dentro de una narrativa identitaria.

La primera recuperación relevante de su trabajo tuvo lugar en 2015 en el Bronx Museum de Nueva York. Ahora, el CA2M retoma los hallazgos de aquella cita y amplifica las capas de lectura, con nuevos enfoques sobre la involucración del artista en su realidad social y la construcción de un imaginario potencialmente 'queer'. El recorrido expositivo, estructurado a partir de sus hitos biográficos, plantea un relato que crece exponencialmente en interés. Sus primeros tanteos en San Francisco, eclécticos y experimentales, apenas logran anticipar el deslumbrante desarrollo pictórico que Wong llevará a cabo en Nueva York.

Sus obras capitales las realiza, desde 1982, en el contexto del barrio obrero de Loisaida, en Manhattan. Allí, entró en contacto con la población latina, y entabló una compleja relación con el poeta puertorriqueño Manuel Piñero, cuya vida y obra constituirán fuentes de inspiración constantes para el pintor. Los trabajos de estos años relatan su proceso de vinculación y de pertenencia al barrio, auténtica materia prima de su discurso, que le proporcionará visiones inéditas sobre la delincuencia, la droga, el racismo, los grafiteros o los cuerpos policiales.

De manera intuitiva, Wong documentará la decadencia urbana fruto de la gentrificación. Hacia 1985, inicia una espléndida serie de fachadas y escaparates a tamaño real, con persianas bajadas y puertas candadas, donde da rienda suelta a su dicción pictórica más virtuosa, demorándose en sutilezas abstractas. Al mismo tiempo, convierte los precarios bloques de vivienda del Lower East Side, con sus característicos ladrillos rojizos, en la escenografía de grandes composiciones.

Wong se interesará también por los paisajes carcelarios, narrados sensualmente por su amigo Piñero, y asumidos desde una pulsión homoerótica cada vez más explícita. El pintor respondía a la expresión de sus fetiches, pero también a la demanda de una visibilidad gay por parte de nuevos grupos activistas como ACT UP, beligerantes con la gestión gubernamental de la crisis del sida.

Aquejado por una neumonía asociada al VIH, retorna a la casa familiar en 1994, e interrumpe un cuerpo de trabajo sobre los 'chinatowns' de las Costas Este y Oeste. El mismo día de su muerte, terminó un cuadro protagonizado por la diosa hindú del fin del mundo, que se erige como una poderosa guerrillera armada: una invitación póstuma a permanecer en el combate, a reconstruir una comunidad devastada y a recuperar el deseo.