lo moderno
La venganza de Don Pedro Muñoz Seca
Al dramaturgo le arrebataron la vida en Paracuellos, pero nadie podrá quitarle la risa admirada en una sala de teatro
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Iniciar sesiónCae la noche en un sábado de cielo velazqueño y calles bulliciosas de Malasaña, donde el pequeño teatro Victoria aún sobrevive en la calle del Pez. En un interior modesto, los magníficos actores de la Compañía Paloma Mejía de vocación y oficio admirables ennoblecen la ... sala, llena hasta la bandera. Los espectadores nos miramos con una mezcla de curiosidad y fraterna sonrisa masónica.
Es normal. Hemos llegado a este rincón declinando el fastuoso Madrid de los musicales de Gran Vía para ver una obra olvidada: 'La venganza de Don Mendo', de don Pedro Muñoz Seca. En mi fila se sientan un joven de 22, uno de 16 y otro de 31 que charlan animadamente. Se dan cierto aire en los cuerpos larguiruchos, el atractivo lejanamente aristocrático y la miopía. Serán familia, concluyo. Un señor de unos 70 años se acomoda a mi lado ayudado por sus dos nietas gemelas que andarán por los 10. Ambas han traído unos banquitos de Ikea que colocan sobre el terciopelo del sillón para poder ver con comodidad el escenario desde aquí detrás. Apagan las luces. Comienza el milagro.
Yo observaba de reojo a mis compañeros de butaca asombrada de que todos riéramos con idéntica felicidad cómplice; las niñas maravilladas de las carcajadas de su abuelo lo miraban como agradeciendo aquella tarde singular y en un momento que nunca olvidaré, el chico de 16 recitó moviendo los labios en la oscuridad, sincronizado con Don Mendo, aquellos versos geniales: «Siempre fuisteis enigmático y epigramático y ático y gramático y simbólico, y aunque os escucho flemático, sabed que a mí lo hiperbólico no me resulta simpático».
Inevitablemente pensé en los últimos días de Muñoz Seca en la cárcel de Paracuellos; el frío de muerte de aquel noviembre y el humor inquebrantable ante sus ejecutores: «Me lo habéis quitado todo, hasta el miedo que os tenía y ya no os tengo». Casi cien años después hay algo que jamás podrá nadie arrebatarle: la risa admirada en una modesta sala de teatro a rebosar con actores que lo rescatan llenos de respeto y adolescentes capaces de memorizar sus estrofas. Esa es sin duda la verdadera venganza de Don Pedro.
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