LO MODERNO
Feliz Año Viejo
Hay años que nacen con la tristeza a cuestas. Y el presente es uno de ellos sin Javier Marías
Javier Marías
Hay años que nacen huérfanos y este es uno de ellos. Hace tiempo, en mitad de la tregua de una batalla perdida, un joven reportero preguntó a uno de los soldados qué era para él la muerte. Éste le respondió con naturalidad, encogiéndose de hombros: « ... alguien coge tu fusil; alguien te quita el reloj; alguien se acuesta con tu mujer».
A medio siglo de distancia y miles de kilómetros de aquella guerra, moría un hombre en el hospital de una gran ciudad. Aquel hombre había construido un mundo hecho de imaginación, recuerdos, lengua y biblioteca; también regía una Isla Redonda literaria y mágica y era admirado, leído, amado por millones de lectores que superaban, repartidos por el mundo, a los enemigos que todo hombre de valía debe de ir sumando en su biografía.
Javier Marías era para los lectores voraces de su obra un perfecto desconocido, pero hay dos cosas indiscutibles que sabíamos de él: que amaba los libros, a los que dedicó la vida entera y que amaba a su padre, cuya sombra lúcida proyectaban todos sus libros.
Hace unos días leíamos la noticia de que la portera de la casa de Javier Marías estaba «regalando» esos libros del escritor; restos todavía vivos de una biografía.
Don Julián Marías fue demasiadas cosas como para poder resumirlas en las escasas palabras de esta columna, pero su pensamiento permanece en quienes lo leemos y su pasado de injusta traición, cárcel y silencio vertebra traslúcido la obra más extensa y brillante de su hijo Javier.
Imagino hoy las dos sombras reunidas por fin, mirando desde una esquina de sol de la madrileña Plaza de la Villa esa biblioteca de siglos tan amada, trinchera de los últimos años de pandemia y escritura de Javier Marías, que no debería terminar en brecha por la que se desangre, escaleras abajo, su memoria.
Hay soldados muertos que no merecerían perder su fusil, su reloj, su mujer; y escritores que no tendrían que morir sin biblioteca, porque es como morir dos veces. También hay orfandades nuevas que nos hacen desear en silencio, mientras suenan las doce campanadas, el año viejo.