lo moderno
Eduardo García Benito, pintar con champagne
El ilustrador y pintor vallisoletano, en 1912 ya estaba pisando fuerte en un París habitado por Picasso, Braque, Scott Fitzgerald...
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Iniciar sesiónUna vez oí decir a una orgullosa madre vallisoletana: «Si mi hijo hubiese nacido hace cien años, se habría comido el mundo». Imagino que, entonces y ahora, lo primero que hay que hacer es animarle a salir al mundo, y supongo que eso mismo pensó ... la madre de Eduardo García Benito cuando el muchacho, mostrando unas extraordinarias dotes para el dibujo, decidió pedir ayuda y abandonar su Valladolid natal para continuar los estudios en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
Allí, sus capacidades se agigantaron de tal manera, que en 1912 ya estaba pisando fuerte en París. Las galerías de Saint Germaine, el 'café au lait' en le Deux Magots, los arenques en la Braserie Lipp, y las noches de absenta en Le Moulin Rouge construyeron un paisaje único para su imaginación y su pintura, que iba adquiriendo formas generacionales de vanguardia. Pero una ciudad no es más que urbanismo si no la llenan de talento sus habitantes. Y qué habitantes: Picasso, Braque, Scott Fitzgerald, Dufy, Kiki de Montparnasse... satélites de un sistema solar cuya nueva estrella, el joven y elegantísimo Eduardo García Benito, comenzaba a brillar con fuerza.
Sin embargo, su destino no iba a ser el lienzo, o no del todo, sino el papel, pues las revistas de moda comenzaron a acoger entusiasmadas sus trabajos de ilustración alentados por alguien que se convirtió en amigo y mentor: el modisto Paul Poiret, «el rey de la moda». Encumbrado como un dios, tras la Gran Guerra fue olvidado y murió en la indigencia, sustituido por su archienemiga de los telares: Coco Chanel. No deja de ser curioso que a García Benito le aguardase un destino similar.
Afortunadamente, nadie conoce el orden de las cosas y el ilustrador vallisoletano alcanzó el éxito más sofisticado durante casi tres décadas. A caballo entre París y Nueva York, su obra se hizo imprescindible en las revistas de Condé Montrose Nast: 'Vanity Fair' y 'Vogue'. Artista completo y complejo, investigó el grabado y la ilustración de libros y nunca dejó los pinceles, que utilizó para acariciar el lienzo hasta su fin castellano, solitario y triste. Contemplar su obra es como descorchar una botella de champagne, por eso no deberían perderse la exposición organizada en el Torreón de Lozoya de Segovia. Se lo deben a él y a ustedes mismos.
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