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Antonio Gala, un cisne en la Quinta Avenida

El escritor, recientemente fallecido, fue un poeta de 'best sellers' cuando nadie vendía poemas

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Antonio Gala
María José Solano

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La primera vez que vi a Antonio Gala fue en una calle del sur una noche cálida de 1980, cuando mi madre (que se llama Guillermina como la reina de Holanda, que por coherencia nominal sólo lee biografías de monarcas, y que jamás había pedido ... a un desconocido ni la hora), soltó la mano de esta niña de cinco años y se acercó con un libro de poemas para que el escritor se lo firmara. Aquel recuerdo sin importancia tiene hoy la fuerza del símbolo, porque Antonio Gala fue siempre como ese instante de mi memoria: un escritor de éxito cuando casi no existía ese fenómeno, un poeta de 'best seller' cuando nadie vendía poemas, un dramaturgo erudito y valiente, un columnista literario, un recuperador de erotismos, reyes, mitologías y harenes; pero sobre todo fue un traductor de belleza clásica volcada a un lenguaje popular que casi todas las mujeres, incluida mi madre desde el misterio de su silencio de siglos (ese que ahora tratan de corregir las logopedas del feminismo) leyeron, comprendieron y admiraron mejor que nadie.

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