'Si una mañana de verano, un viajero', de José Carlos Llop: el Mediterráneo, lectura y vida

Radica en que el Mediterráneo que mira, excelso como ningún otro y a la altura estética de los de la costa amalfitana según llega a afirmar, al mismo tiempo que una presencia azul y un horizonte de luz, es sobre todo un mar de cultura, desde el monte Athos y Corfú, desde monasterios ortodoxos a eremitas cristianos, apartados monjes solitarios, costas que han cantado poetas y novelistas que le acompañan, Kavafis, Durrell, Rilke, Chatwin, Graves.

ENSAYO

'Si una mañana de verano, un viajero'

• Autor José Carlos Llop
• Editorial Alfaguara
• Páginas 115
• Precio 17,90 euros

Un recuento de las referencias de lectura aquí evocadas nos llevaría a la mejor literatura sobre el mar, desde Conrad, a Homero, pero lo curioso es que es un libro culto, pero no culturalista, no están allegadas las referencias para ser cantidad, de cuanto es lo leído y mirado en los treinta años de esos veranos sino para ser precisión. Hay un momento que me ha parecido especialmente descriptivo de lo que este libro es.

Ocurre cuando dice que el Proust del tiempo recobrado (título de uno de los capítulos) es en literatura lo que los pintores flamencos en pintura, el primor del recuerdo está en el detalle, ser artista como modo de culminar una labor de orfebre. Ese primor del detalle es a veces biográfico, todo el libro es declaración de amor a Helena, la mujer que le ha acompañado esos treinta años, y detalles pequeños, ir de pesca o a bañarse con los hijos, apenas individualizados, o de paseo matinal con sus dos perras sucesivas de nombre Norah, y Blixen (no es el único homenaje a la autora de 'Memorias de África') y cómo se hace una mermelada de albaricoque, o se logra preservar un olor pasajero.

Con todo no hay vivencia que no se haya visto enriquecida por las de otros, esos que escribieron el arte de amar (de Ovidio a Rilke) o de recordar (de Proust a Dinensen o Walcott). Alcanza a ser proclamación vital de que el mar de Homero, el Mediterráneo, no puede ser mirado sin cultura, o mejor, que sólo se deja ver en su profundidad estética cuando se interponen los libros que lo cantaron, no a bulto, sino en sus calas recónditas y horizontes anchos, en laderas de pinos y enredaderas, de alcaparras, de olivos griegos y farallones napolitanos a adelfas menorquinas.

Todo concentrado en un pequeño lugar de Mallorca, que se ha abandonado para pasar a otro no lejano de él, ya en Valldemossa. Este libro tiene más de elegía que de himno porque hay un tiempo ido del que despedirse. No alcanzaría su valor de oro molido si el lector presumiera que es afectado, que aquello que José Carlos Llop cuenta no fuera la verdad que es, pura vida vivida y leída. Como si le dijera al lector: este soy yo, tal es mi paisaje del alma. Una joya.