Luis Alberto de Cuenca: «La felicidad da miedo»
A estas alturas, la vida (VIII)
El poeta repasa en esta conversación su vida y su obra, de la traumática muerte de su primera novia a sus últimos poemas, que acaba de recoger en 'El secreto del Mago'
Fernando Arrabal: «Soy un incondicional de la Virgen María. Ella sabe que soy agnóstico»
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Iniciar sesiónLuis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) abre una puerta y suelta: «Pasad por aquí, por la cocina, que la otra no funciona». Quiere decir que la entrada principal está tapiada por los libros: decenas, cientos, miles de libros que se apilan en torres que ... guardan un orden que solo él, soberano de su caos, de su desorden, conoce. ¿Hay título mejor? Más que reunir una biblioteca parece que el poeta ha levantado un fuerte para ser niño todavía, como si vivir fuera jugar y el resto una cuestión de supervivencia. Tiene setenta y tres años, el hombre, pero aún gasta relojes de Tintín y regala figurillas de superhéroes a las visitas: «Coged una, es la tradición». Ha sido muchas cosas –ensayista, traductor, bibliófilo, secretario de Estado, investigador, letrista, adolescente–, y ahora, ya de vuelta, asegura: «Nunca he tenido la noción de estar trabajando». Qué suerte.
Luis Alberto huye del dolor como del fuego, y en esa huida ha terminado convirtiéndose en el vitalista más acendrado: agarrado al placer, agarrado al misterio, agarrado a los suyos. Aquí no funcionan las persianas, así que el tiempo corre a su manera, con el sol lejos y los verbos encendidos. Es la luz perfecta del recuerdo.
—Tiene usted fama de niño. Y no solo por su biblioteca. Le queda ese entusiasmo infantil.
—Sí, soy una especie de 'puer aeternus', de Peter Pan. La verdad es que cuando echo la vista atrás digo: tengo setenta y tres años, pero realmente me parece que estoy exactamente en la misma historia de cuando tenía trece. Estoy rodeado de las mismas cosas [y ahora se para y recuerda]. Mi padre era muy aficionado a los trenes eléctricos, tenía una fabulosa instalación que ocupaba una habitación grande, como la mitad de este salón. Todo funcionaba: el funicular, el trolebús, la iglesia que llamaba a los fieles con una campanada... Era fascinante aquello, y más para un niño. Aunque yo prefería leer tebeos. La letra impresa ha sido mi obsesión primera.
—¿Creció rodeado de libros?
—Rodeado de libros y de juguetes, porque a mi padre le gustaban mucho los juguetes. Fui un niño rodeado de cosas bonitas, en general. Recuerdo la infancia como un paraíso, por eso me aferro a ella. La infancia, si sale buena, como cuando sale bueno un coche o un frigorífico, si sale buena, digo, es muy buena. En cambio la adolescencia es complicada.
—¿Fue dura?
—Tampoco tanto. Digo que es dura en general, la adolescencia. Pero la mía estuvo muy bien también. No la recuerdo mal, no [y ahora se lo piensa mejor]. Fue dura, sí, por una cosa. Porque mi primera novia, Rita, murió en un accidente de automóvil. Y eso me dolió mucho, claro. Fue en Barcelona, nos habíamos sacado el carnet de conducir juntos. Y eso me marcó.
—¿Fue la primera muerte traumática que vivió?
—Hombre, la primera fue la de mi abuelo. Yo tendría seis años. Recuerdo su agonía, porque yo vivía en la misma casa, eso era muy común entonces, familias que vivían juntas varias generaciones. Recuerdo que repetía: Santa María, Santa María, Santa María… Eso se quedó grabado, esa letanía, tal vez porque siempre he sido muy mariano, muy devoto de la Virgen. Y mi abuela también murió en el piso de enfrente, en Jorge Juan. Yo tenía quince años y estaba leyendo a Cocteau, 'El águila de dos cabezas', una de sus piezas teatrales. Y siempre he ligado la muerte con Cocteau... Pero sí, la muerte de Rita fue la definitiva. Recuerdo que escribí 'Elsinore' [su segundo poemario, de 1972] marcado por su muerte, aunque no he dejado de escribir sobre ella. Ahora un leonés, Luis Miguel Suárez, está haciendo una edición anotada, porque es un libro rarísimo, no se entiende nada. Todo contrario de mi poesía actual.
—O sea, que ha avanzado hacia la claridad.
—Sí, he avanzado hacia la claridad desde la más absoluta oscuridad, digamos, culturalista. No era un post-vanguardismo complicado. Era cultura, cultura, cultura. Nombres propios.
—¿Lo más profundo es la piel, como decía Verlaine? ¿Hay que cuidar la superficie?
—Como decía Lope, mejor: oscuro el borrador y el verso claro. Hay una anécdota de Lamartine que lo resume. Él escribió un gran poema a la noche, y siempre se jactaba de haberlo hecho de un tirón, viendo las estrellas en una noche maravillosa de verano en el sur de Francia. Resulta que cuando se murió encontraron aproximadamente cincuenta versiones del poema [y suelta una risa]. Yo creo que la escritura es siempre clara, incluso la más hermética. Leer a Persio, a Licofrón, a Mallarmé, qué sé yo, a Cirlot, no es una operación de encontrarte con las tinieblas, sino que es algo luminoso también. Lo que pasa es que tiene que poner uno mucho más esfuerzo en dilucidar. Pero lo que está pensado oscuramente no vale literariamente.
—Por Rita se matriculó en Derecho. Para esperarla y empezar juntos Letras. ¿Qué más locuras ha hecho por amor?
—Es que ella había nacido en abril del 51 y yo en diciembre del 50... Hice un curso muy bueno, pero me horrorizaba el Derecho. Aunque luego me he casado con una mujer, Alicia, que es filóloga y abogada, y sin embargo lo que le gusta es ser abogada, no filóloga. Pero vive de la filología porque es catedrática. O sea, que todo es un barullo [y vuelve a reír]. Por amor locuras he hecho pocas, creo. No ha habido necesidad de hacerlas. Mi vida ha sido... Me he casado con las tres novias que he tenido. Y me hubiera casado con Rita también, y hubieran sido cuatro. No he hecho demasiadas locuras por amor. O bueno, sí, en un momento, en interregno entre una chica y otra. Pasó que fui con gente excesivamente peligrosa, en el sentido de que luego acabaron suicidándose y cosas de ese tipo. Pero vamos, he sobrevivido a eso.
—Ha sido un hombre de relaciones largas.
—Largas y no complicadas: me llevo bien con todo el mundo.
—Por cierto, su último libro, 'El secreto del Mago' (Visor), es más triste de lo habitual.
—Porque coincidió con la muerte de un íntimo amigo de mi infancia. Mi más viejo amigo, mi más antiguo amigo. Eso influyó mucho en la escritura.
—Habla de José Luis Chousa, ¿no?
—Sí. Él vivía en mi mismo edificio, en la calle Jorge Juan. Sus padres regentaban la portería y nos hicimos íntimos amigos. Ha sido un palo [y se seca la respuesta].
—¿Fue su muerte la que motivó el libro?
—La verdad es que no, porque yo no planifico libros. Yo escribo poemas. Soy un poco previo al primer libro organizado que ha habido en la literatura española, que es 'Los cantos de vida y esperanza', de Rubén Darío. Antes se hacían colecciones de poesías. Los míos son más colecciones de poesías. Aunque luego hay hermeneutas, intérpretes, que han visto que sí que hay libros debajo de esa estructura aparentemente inexistente. Un poco como el guion de 'Cowboys de medianoche'.
—Hay varias oraciones entre sus nuevos poemas. «Últimamente estoy rezando mucho», escribe en una, como sorprendido.
—No he dejado de rezar nunca, pero la verdad es que he sido un religioso muy peculiar, yo diría que casi heterodoxo. Pero conforme vas cumpliendo años es muy normal el regreso a la infancia, y mi infancia también es la fe. La fe no se fabrica, no se puede forzar, pero pueden llegar atisbos, pueden llegar rayitos de fe. Y yo creo que están llegando.
—¿Tiene más fe hoy que hace diez años?
— Sí.
—¿Y a qué cree que se debe?
—El hombre es el único animal que sabe que va a morir… Quiero decir que la religión cristiana es un bálsamo para eso. Un bálsamo importante. Severo Ochoa repetía: todo es física y química, sí, pero también misterio. Hay que agarrarse a eso.
—...
—Me gusta el misterio. Desde las novelas policiacas de problema hasta el misterio de nuestra supervivencia o no supervivencia. Es una palabra más griega, además, y como yo soy de griego me encanta.
—¿Cómo sobrevive un poeta pop en la academia? ¿Cómo convive lo serio y el juego, la investigación y la creación?
—A mí me ha gustado tanto lo que he hecho en mi vida, me ha divertido tanto, que nunca he tenido noción de que estaba trabajando. Estaba divirtiéndome. Tanto editando a Eurípides como escribiendo poemas. Y la verdad es que en el Consejo [por el CSIC, donde ha hecho su carrera de investigador] me han dado una libertad absoluta. He hecho lo que me ha dado la gana. Eso me llena de satisfacción porque me siento, en mi vejez, cumplido en cuanto a mis expectativas de la vida.
—¿Cómo acabó siendo letrista de la Orquesta Mondragón?
—Por mi colección de primeras ediciones de Valle-Inclán [ríe].
—¿Qué?
—Fue cosa de Fernando González de Canales. Lo conocí porque necesitaba dinero para irse a la India con su novia de entonces, porque eran medio hippies, y tenía una serie de primeras ediciones de Valle-Inclán que quería vender. Yo le compré como diez, creo, fue el origen de mi colección valleinclanesca. Estaba dedicadas por Valle-Inclán ni más ni menos que a Benavente. El caso es que Fernando se fue a la India y al volver se tuvo que ir a la mili. Y le tocó Donosti con Javier Gurruchaga. Se hicieron amigos, claro, y un día le dijo: tengo un amigo en Madrid que es poeta. Y Gurruchaga: ah, pues que me haga letras. Y vinieron aquí. En esta habitación Gurruchaga ha vivido durante cinco o seis años. A diario. Y hacíamos letras que yo firmaba y otras que firmábamos juntos, depende. Fueron cincuenta y tantas letras.
—¿No tuvo la tentación de seguir por ahí?
—Fue una cosa única, no me pidieron más letras ni yo tampoco las busqué. Pero luego, cuando era secretario de Estado de Cultura, de repente, una tarde me dice la jefa de secretaría: hay un señor que está esperándole y que quiere verle, se llama Loquillo. Y yo dije: que pase. Era muy fan de Loquillo. Y me dijo que quería hacer un disco conmigo, porque era su poeta favorito. Yo le dije: encantado, pero déjame que deje de ser secretario de Estado porque me van a sacar coplas con toda esta historia. Luego salió un disco fantástico: 'Su nombre era el de todas las mujeres'. Ha sido una suerte, porque a mí de la música moderna me interesa mucho más el rock y sus derivados que el tipo cantautor. Eso me pone un poco frenético, lo de aporrear la guitarra protestando me aburre muchísimo. Mis poemas son más de rocker que de cantautor.
—¿Cómo vivió la Movida?
—Pues muy intensamente, porque era muy amigo de la gente que estaba en la Movida. Colaboré en 'La Luna', en el número cero. Y era la época en que hacía las letras para la Orquesta Mondragón... Digamos que fue muy movida, mi Movida. Pero a las ocho de la mañana estaba en el Consejo, eh. Como Jaime Gil de Biedma, que se iba de farra todas las noches pero por la mañana estaba en la Compañía de Tabacos a su hora, allí, en Filipinas. Tuve la suerte de que mis jefes en el Consejo eran gente que me quería mucho y no les parecía mal mi vida. Y yo cumplía. Pero más allá de esto tengo que decir que nunca me ha gustado trasnochar, nunca me ha gustado la fiesta. Siempre limitadamente. Eso me ha ayudado a ser más morigerado de lo normal. Me vino muy bien en un momento en que todo el mundo se moría de consumo de drogas. Yo tengo amigos muertos así [sacude los dedos] a los treinta años.
—¿Cómo se lleva con la muerte ahora que hay tantos amigos al otro lado?
—Pues yo he sido siempre muy de ir a los tanatorios y de redactar notas necrológicas. Porque creo que con la muerte hay que convivir, y hasta el último día, hasta que te hagan la necrológica a ti, hay que cumplir con los amigos y con la gente cercana. Hay otros que de repente se niegan a ir al cementerio… La muerte forma parte de la vida. Hay que hacerlo [y se para]. Por lo demás me llevo mal con la muerte, como todo el mundo. Me parece increíble que vayamos a apagarnos definitivamente, pero al mismo tiempo la considero algo familiar, cotidiano.
—Su poema 'Political Incorrectness' es casi un himno: «Sé buena, dime cosas incorrectas / desde el punto de vista político. Un ejemplo: / que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente / no te parece un monstruo de barbarie…» Lo escribió siendo secretario de Estado, pero se esperó a dejar el cargo para publicarlo.
—Obviamente [ríe]. Lo curioso es que luego Esperanza Aguirre lo adoptó como una especie de lema. En todas las entrevistas decía: hay un soneto de Luis Alberto de Cuenca estupendo que dice que... Y se sabía de memoria de tres o cuatro versos. Pero no es un soneto, por supuesto.
—Ya pasado el tiempo, ¿qué recuerdo guarda de su etapa política?
—Un recuerdo interesante, curioso. Fui feliz en la dirección de la Biblioteca Nacional, pero eso no puede llamarse política, aunque es un nombramiento político. Al menos lo era entonces. Los cuatro años de secretario de Estado se me hicieron un poco pesados, porque había que mentir demasiado. Todo tenía que estar estupendo. Y no podía uno criticar nada, sino que todo estaba fenomenal. También se me criticó un poema que se llama 'Tamaño Natural', sobre una muñeca hinchable. Era un homenaje a Berlanga, que fue muy amigo mío en los últimos años [en el poema decía cosas así: «No se enternece si, entre besos, / y entre dulcísimos abrazos, / le musito: 'Agujero mío', / no se entera cuando la engaño…»]. Fue publicarlo y me echaron los perros, claro. Pero bueno, salí indemne de la cosa. Eso es lo importante.
—Decía Margarit que la política es la antítesis de un buen poema, porque los buenos poemas no mienten.
—En la poesía mentimos como bellacos también [y ríe]. Admiro mucho a Margarit, pero no estoy nada de acuerdo. En absoluto. Se miente mucho en verso [deja un silencio]. No me gusta cuando los poetas se ponen estupendos. De repente dicen: el poeta no miente. Pero si el poeta es igual que cualquier otro. Borges en 'Fragmentos para un evangelio apócrifo' dice aquello de: bienaventurados los que mienten, no hay nadie que no mienta, con razón, al menos diez veces al día. Es que la civilización está basada en la mentira.
—Camba aseguraba que iba por la vida viendo artículos: en una puesta de sol, en un café, en un tropiezo. ¿Le pasa lo mismo al poeta?
—Yo ya funciono a través de la poesía. Una crítica de las que escribo en ABC para mí también puede convertirse en un poema. Veo poesía por todas partes. En los parkings subterráneos, en las primaveras lozanas, en los inviernos aterradores. En todo. Es una cosa que yo creo que es de nacimiento. Hay gente que nace poeta y a lo mejor no tiene que escribir una sola línea de poesía.
—¿Es usted nostálgico?
—Cuando regreso de las vacaciones y se acerca septiembre, sí. O cuando voy a un sitio en el que he estado con una de mis exmujeres: ahí puedo sufrir ataques de nostalgia. Pero la nostalgia es una enfermedad, no conviene que se adueñe de ti. Es útil para la poesía, sí, pero no es algo como para decir: voy a dar la vida por la nostalgia. La nostalgia es siempre un dolor. Y hay que evitar el dolor. El dolor es malo, el dolor no enseña nada. En las sociedades como las nuestras hay que extirpar el dolor.
—¿Tiene miedo al dolor?
—He tenido cólicos nefríticos, abundantes. Y me da un miedo de cojones hablar de cólicos nefríticos [a carcajadas]. Es como un dolor inteligente, como un alien que está dentro. Es jodido hasta limites insospechados.
—A estas alturas, ¿lee o ya solo relee?
—Sobre todo releo. Acabo de escribir un poema que se llama así 'Releer'. Es un poema religioso. A ver si luego lo encuentro.
—Le cito otro poema que ha hecho fortuna: «Qué difícil es morirse / después de oler el perfume / de tus manos en el cine».
—Fue con mi primera novia. Jamás se olvida eso. Era como de no lavarse las manos, de ir con el olor impregnado de la mano de tu chica al cole al día siguiente.
—Algo de nostalgia sí le queda, entonces.
—La felicidad da mucho miedo porque de repente piensas que se va a acabar.
A estas alturas, la vida
- Luis Mateo Díez: «La nostalgia es un sentimiento endeble» (I)
- Álvaro Pombo: «Esto es Occidente, un mundo de individualismo y confrontación» (II)
- Alberto García-Alix: «Nunca he podido evitar la pulsión de saltar al vacío» (III)
- Eduardo Mendoza: «Mi carrera ya ha terminado» (IV)
- El siglo de Ida Vitale: «Desearía morirme de golpe, pero no debajo de un autobús» (V)
- Bermúdez de Castro: «Somos primates con armas de destrucción masiva» (VI)
- Fernando Arrabal: «Soy un incondicional de la Virgen María. Ella sabe que soy agnóstico» (VII)
Luego dirá: «Ya he encontrado el poema». Se titula 'Releer' y dice así: «He vuelto a sumergirme en la lectura / de los libros de siempre, de mis libros / favoritos, aquellos que me hicieron / feliz y que jamás me defraudaron. / Cuántas lecturas de los mismos libros / a través de las últimas seis décadas… / Recordar cada plot, cada escenario, / las citas memorables, las anécdotas / que funden su lectura con la vida… / Algo tan milagroso para mí / como que Arit pudiera regresar / del país de los muertos».
Y donde dice Arit, claro, dice Rita.
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