Longares, la inspiración y el estilo

Los lectores de Longares han recibido siempre sus prosas sabiendo que cada página había sido escrita como un reto. En ‘La escala social’, ha llevado a la depuración máxima tal concepto, pues concibe sesenta minicuentos en los que encontramos estampas cuasi líricas, escenas teatrales del esperpento, humoradas desternillantes, parodias literarias que esconden homenajes, carnaval político-eclesiástico, vindicación feminista... Caín y Abel, Eva y Venus ante el espejo, puro Valle-Inclán de tersas divinas palabras donde las bárbaras insignias del arrabal tabernario se funden con el desfile patriótico de poderosos y torturadores civiles y militares de una España cainita, que ni al hermano del exilio ha perdonado. Están aquí Goya y Picasso, está el Madrid de San Isidro, pero también el que por Princesa ve desfilar a un Caudillo con gafas negras hacia su eterna no muerte.

NOVELA

'La escala social'

• Autor Manuel Longares

Si tuviera que hablar de la forma de la escritura, y con Longares es obligado, elegiría dos géneros que la describen, uno musical y el otro literario. Son la sonata y el soneto, si puede disculpar el lector la doble paronomasia. De entre las sonatas las de piano del último Beethoven, por ser las que el arte de la forma domina todo. Y respecto al soneto ya se sabe, tiene que ser catorce para estar hecho, y regular un ritmo que no perdona descuidos. Así ha concebido Longares este libro. Cinco capítulos de doce historias cada uno, sesenta viñetas narrativas sometidas a la disciplina de no superar las doscientas palabras.

Todo artista sabe que la forma es su desafío; nunca reside en la temática, tampoco en aquello que pudiera ser dicho de otro modo. El sentido de la forma al que se pliega Longares como el pintor a su cuadro y el músico a su sonata, no es caprichoso. Desde esa forja, modula los diferentes tonos que en su literatura han convivido, porque lo carnavalesco y paródico linda con lo lírico y lo real se disuelve en sueño postrero, como el que se tiene a pie de tumba en la primera y última historia. Hay amor, hay sexo, hay dolor, y solo alcanza a cifrarse la lealtad en el perrito que dos veces aparece pegado a la irracional fidelidad que por serlo no es humana.

Esconde Longares dichos de zarzuela, refranes tomados de la canción popular, y junta eso a evocaciones del suicidio de Larra o del ensayo indistinguible de la soberbia de quien es superior, esto es, de Ortega. Late un momento Unamuno. Encontré menos a Baroja y quizá no importe, porque sobre todo domina unValle Inclán. Longares ha cumplido su reto llevando al límite el lenguaje, que puebla de rimas internas, paronomasias, guasa y dolor, comedia y tragedia. Todo acendrado en una radical humanidad de la mirada, como si nada humano, sobre todo aquello que proviene de perdedores, le fuera ajeno. Me asombra y admira que un escritor al friso de los ochenta experimente con el mismo fulgor de años juveniles, queriendo ganar para la narrativa española un territorio único, la inspiración hecha estilo.