'El legado del Modernismo' de Günther Förg en el CACMálaga: Desbordamientos, construcción y poesía

Förg hizo de la arquitectura racionalista uno de los objetivos de su nada desdeñable obra fotográfica, aparentemente cercana a los postulados de la Nueva Objetividad, pero su particularísima mirada, principalmente al detalle y a la huella del tiempo, enriquece lo meramente objetivo.

Los edificios y escenarios que fotografió, en muchas ocasiones iconos del Movimiento Moderno, destacan por lo metafísico, ya que sólo aparecen pormenores e interiores en los que se privilegian las estructuras y ventanas de esas construcciones depuradas, de ángulos rectos, matemáticas y neutras, aunque, en muchos casos, poseedoras de un caudaloso y conflictivo relato histórico-político que el artista detona sutilmente.

Resulta imprescindible señalar que este conjunto de pinturas ocupa el espacio principal del CACMálaga, en su origen Mercado de Mayoristas de la ciudad, obra de Luis Gutiérrez Soto de 1942, uno de los mejores ejemplos del racionalismo arquitectónico español. Este marco no sólo permite enriquecer la contemplación de las piezas gracias a esa sugerencia de lo espacial y de lo arquitectónico que apreciamos en el continente, sobre todo ofrece un contexto, en ningún caso imprescindible, pero absolutamente enriquecedor. Si hemos señalado que Förg poseía una mirada fotográfica que desbordaba el objeto que capturaba, algo similar ocurre con la pintura.

Las obras de 1987, monocromas y posminimalistas, aún mantienen el recuerdo de Blinky Palermo, uno de sus maestros, estando realizadas algunas de ellas sobre plomo, lo que incorpora una nueva dimensión, fluctuante, enriquecida y metapictórica, que desarticula el inicial sentido auto-referencial.

Sin embargo, son las creadas en los noventa y en el primer lustro de este siglo las que mayor tensión/equilibrio y desbordamiento presentan, así como mayor evocación arquitectónica, como sus monumentales entramados de 1993, gráficos y orgánicos esbozos de escenarios urbanos reducidos al ritmo de los vanos de los edificios. Su pintura, gracias al tamaño, invita a una contemplación lejana, pero la cercanía permite disfrutar de los azares e imperfecciones del proceso, de los detalles. Ahí, en lo mínimo, en los brochazos y pinceladas, que traducen el gesto del artista, se produce la poesía.

Y ahí se obra la tensión, con el consecuente equilibrio, entre la estructura geométrica de lo construido y el propio proceso pictórico, el tiempo de la pintura, lo sensorial. Es decir, la aplicación del color, tal como vemos en algunas zonas, no siempre se resuelve con el grado de definición con el que sí se hace la estructura, la línea, el dibujo. En ocasiones, gran parte de la superficie asume la textura de cada aplicación del color, contrastando con el rigor y asepsia de otras zonas. En otras, las franjas centrales parecen un prisma, de manera que toda la concesión y parquedad de la inmensa superficie negra salta por los aires.

En la cercanía y en esa variación de colores y tonos, cual vidrio que modula y traduce la luz a haces cromáticos, su pintura se revuelve contra sí misma y se convierte en poesía y vía de escape.