Lartigue: el color de una posible felicidad

El interés por el color no fue algo puntual en la trayectoria de Lartigue: le acompañó en sus inicios y resultó clave para transformar su visión global de la fotografía. Desde su infancia quiso capturar los momentos de felicidad de la manera más fidedigna posible.

Primero lo intentó con sus propios medios, mediante una técnica que llamó 'la trampa del ojo' y que consistía en retener en su memoria los instantes abriendo los ojos como platos; después, usando la cámara que le regaló su padre a los 8 años y, más adelante, con la última máquina comercializada por los Lumière, el estereoscopio con placas, que combinó con el procedimiento de los autocromos para replicar la experiencia perceptiva.

Frustrado porque los colores se desvanecían pronto y no lograba capturar el movimiento, en 1928 abandonó la fotografía por la pintura y no la recuperó hasta la democratización de la película Kodachrome en los 40.

La exposición consta de 149 piezas y se distribuye en ámbitos representativos de las épocas que el artista dedicó al color: en el primero, diez estéreo-autocromos nos sumergen en imágenes familiares de destacada cualidad inmersiva; en la siguiente sala, un paréntesis cronológico introduce al espectador en las experimentaciones fotográficas con motivos florales cercanos a la abstracción y los bocetos de diseños para cojines decorativos; la sección principal presenta (en un 'display' de carácter lúdico, pero con demasiado peso visual) 76 piezas de la posguerra, algunas montadas en cajas de luz para subrayar la transparencia de las imágenes que siempre trabajó en positivo.

Carreras, paisajes, viajes, saltos, retratos y su mujer Florette. La selección se completa con publicaciones de prensa y fragmentos de su diario que funcionan como píldoras sensoriales o, en palabras de Anne Morin, «magdalenas de Proust, al que admiró». Este periodo estuvo marcado por el reconocimiento a raíz de su exposición en el MoMA (1963), que afianza su posición como artista de la imagen y 'padre' de fotógrafos de la talla de Cartier-Bresson. 

Sin duda, Lartigue también supo capturar el 'momento decisivo', pero no sintió la necesidad de remarcarlo o aplicar un discurso analítico, su única ambición era documentar la cotidianidad de su familia, octava fortuna de Francia. Quizá por ello vinculó la felicidad a los momentos pasajeros de euforia dentro del privilegio y no tanto a una estabilidad vital.

Lartigue

'El cazador de instantes felices'. Fundación Canal. Madrid. C/ Mateo Inurria, 2. Comisarias: Marion Perceval y Anne Morin. Hasta el 23 de abril

Al final del recorrido, una proyección recupera el afán inmersivo del autor y contrapone imágenes del principio de su carrera con reinterpretaciones a color fieles a los mismos temas. Una cita indispensable para adentrarse en esta faceta injustamente desconocida del icónico fotógrafo.