CRÍTICA DE:
'Cada uno por su lado y Dios contra todos', de Werner Herzog: luz, letra, acción... ¡Qué viene Herzog!
MEMORIAS
El cineasta alemán vuelve a contar lo que siempre contó. Lo que vivió para contarla más o menos de forma velada en filmes protagonizados por seres míticos
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Iniciar sesiónHombre de afirmaciones rotundas, Werner Herzog declaró: «Yo he sido un escritor desde el principio. Y me parece algo importante de aclarar: las películas son mi viaje y la escritura es mi hogar. Así, ya llevo cuarenta años predicando a oídos sordos el que ... mis libros sobrevivirán a todas mis películas... No existe nadie que escriba como yo escribo».
Y, sí, es una afirmación discutible; pero poco y nada cuesta convenir que su 'travelogue' a pie desde Múnich a París para así salvar a su maestra Lotte Eisner ('Caminar sobre el hielo', con su convencimiento de que «el mundo sólo se muestra a aquellos que caminan»), su megalómano diario de filmación de 'Fitzcarraldo' ('Conquista de lo inútil'), su recopilación de entrevistas con Paul Cronin fácilmente convertible en atípico manual de auto-ayuda ('Una guía para perplejos') o su novela retrato del soldado enloquecido Hiroo Onada ('El crepúsculo del mundo') son grandes libros de un sobreviviente como ningún otro.
MEMORIAS
'Cada uno por su lado y Dios contra todos'
- Autor Werner Herzog
- Editorial Blackie Books
- Año 2024
- Páginas 346
- Precio 23 euros
Ahora, bajo el título/orden de 'Cada uno por su lado y Dios contra todos', Herzog (Múnich, 1942) vuelve a contar lo que siempre contó. Lo que tanto vivió para contarla más o menos de forma velada en filmes protagonizado por seres míticos como en documentales sobre cualquier cosa que despierte su interés (osos o Kuwait o Vietnam o la pena de muerte o la mexicana Virgen de Guadalupe o volcanes o hielos antárticos o las profundidades de cuevas prehistóricas o del cosmos sin edad o cualquier otra cosa que despierte su interés más bien insomne y sonámbulo, porque dice que no sueña dormido sino con los ojos bien abiertos) como en sus libros anteriores de forma directa o simbólica: sus idas y vueltas, sus planos y contraplanos, sus sombras y luces y cámaras y acciones y reacciones.
Y Herzog es un gran 'raconteur' (como lo es también en su autobiografía David Lynch, singular contraparte de Herzog en el Nuevo Mundo) consciente de que lo que le sobran son las grandes anécdotas y que, por lo tanto, puede hacer con ellas lo que se le da la gana y a su manera. Herzog es alguien que se sabe gran personaje y que ya desde su inconfundible voz y su rostro único (aprovechados con gracia a la vez que adoración para el doblaje de dibujos animados como 'Los Simpson' o 'Rick y Morty' o como máscara villana y mercenaria en una de Tom Cruise o en la serie guerra-galáctica 'El Mandalorian') tiene mucho que decir y evocar. Y en estas, sus memorias tan precisas como caprichosas y selectivas («No me creo una sola palabra de lo que Herzog cuenta en estas memorias», no condenó sino alabó el crítico de 'The New York Times' Dwight Garner), Herzog se festeja así mismo porque sabe que, haciéndolo, festeja a sus fans.
Nada importa menos que el ser octogenario para quien se postuló como astronauta
Y, claro, aquí una vez todos sus 'greatest hits' emitidos de forma espasmódica y desordenadamente ordenada: su infancia durante la hambreada resaca del Tercer Reich, sus muchos trabajos (incluyendo el de minero soldador o empleado de aparcamiento o de payaso de rodeo o contrabandista de estéreos), el delirio de hacer que un barco cruce una montaña, su amistad peligrosa con su hermano de sangre y némesis Klaus Kinski o su amistad segura con Bruce Chatwin (o su salvamento de Joaquin Phoenix durante un accidente automovilístico), sus varias esposas y sus muchos rodajes y sus incontables lesiones físicas (incluyendo mordedura de rata feroz), la «verdad extática» de sus documentales (a los que muchos acusan de tan convenientes como magistrales manipulaciones de la realidad, que Herzog es el primero en reconocer aunque no detallar, ya sea en lo que hace al comportamiento de un pingüino o a los ensayos de un ópera), la ambición demencial de montar un 'Hamlet' de catorce minutos de duración en las voces de esos ululantes rematadores de ganado Made in USA o dirigir un filme sobre los primeros reyes de Francia con Mike Tyson como protagonista pero, también, la epifanía sensorial-mental y casi proustiana provocada por una naranja de hospital o sus disquisiciones casi zen sobre el arte de ordeñar vacas. Y, claro, todo suena y se lee como algo casi demencial e improbable hasta que se visiona ese documental sobre él mismo en el que alguien, mientras la cámara filma, le dispara con un rifle de aire comprimido y a él le parece lo más normal del mundo y no pide que se corte la escena porque, claro, es una gran escena y nada importa más que eso.
Línea inconclusa
El mejor defecto que se le puede atribuir a 'Cada uno por su lado...' es también el mejor elogio: alcanzada la última página, mucho ha sido filmado pero casi nada revelado porque «la verdad no tiene por qué concordar con los hechos» y, después de todo, «el siglo XX ha sido un completo error». Werner Herzog —quien se despide, en el capítulo 'El final de las imágenes', preocupado por la pérdida del lenguaje cortesía de Twitter y dejando una línea inconclusa, porque así la leyenda continúa y nada importa menos que el ser octogenario para quien hace poco se postuló, y fue rechazado, como astronauta para viajar en cohete japonés— continúa siendo el más apasionante de los misterios.
Incluso para sí mismo, porque «preferiría morir antes que ir con un psicoanalista, porque pienso que algo fundamentalmente malo sucede allí. Si iluminas con fuerza cada rincón de una casa, esa casa será inhabitable. Lo mismo sucede con tu alma...».
Antes del final, pienso, no estaría mal que Werner Herzog le dedicase un documental al siempre en movimiento y sin dirección a casa Bob Dylan. Sería un gran duelo de auto-mitómanos. Y, sí, cada uno por su lado y ellos contra todos y en el camino y, por supuesto, caminando.
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