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Silvina, la mejor de todas

Sufrió durante años infidelidades, y también un cierto segundo plano al que la relegaban. Se cumplen ahora 120 años de su nacimiento y 30 de su muerte

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Silvina Ocampo y su marido, Adolfo Bioy Casares

Villa Silvina era una majestuosa mansión de veraneo con estilo francés, diseñada por un inglés y construida por un italiano, que ocupaba toda una manzana en una ciudad llamada Mar del Plata, a la cual los aristócratas de la belle époque consideraban no sin razón ... la Biarritz argentina. Las familias patricias de principio del siglo XX solían instalarse a mediados de diciembre y quedarse en esa ciudad hasta el final de Semana Santa. Adolfo Bioy Casares y su notable esposa escribieron en esa casona páginas formidables, recibieron a grandes intelectuales y artistas, y pasaron algunas temporadas calurosas con el propio Borges. Narra precisamente Silvina en un libro muy poco conocido de su extensa obra, 'El dibujo del tiempo', que un día estaban en Mar del Plata y a orillas del mar azul: «Cerca de la costa navegaba un velero lleno de colores. Un velero maravilloso.

Le dije a Borges: 'Miralo'. Él, por entonces, todavía veía (sabía muy bien que perdería la vista y su vida fue una continua preparación para semejante pérdida). Borges cerró los ojos y se negó a mirar, un acto que me pareció heroico. 'No, no puedo', dijo Borges, y sentí que ese hombre poderosamente sensible renunciaba así a una de esas visiones tan bellas que, de otro modo, acaso lo habrían atormentado después, cuando ya no pudiera repetirlas. Esa mañana me di cuenta de que Borges era una especie de santo».

De Adolfito, como lo llamaban todos, no se podía destacar sin embargo ninguna santidad: él mismo confesó luego de la muerte de su mujer que durante aquellos veraneos desayunaba, bajaba a la playa o jugaba tenis, almorzaba y partía en su coche para «dormir la siesta» con alguna señorita. Y regresaba a tiempo para la hora del copetín y para la cena. Cuenta la leyenda también que Bioy y Ocampo dormían en alas prácticamente iguales pero alejadas, y que el inefable don Juan contaba con una escalera externa que daba a la planta alta y por la que se escabullía para alguna aventura o por la que hacía ingresar a sus amantes especiales.

Silvina sufrió durante años esas infidelidades, y también un cierto segundo plano al que la relegaban sin proponérselo, solo por su propio gigantismo literario, las figuras de sus dos socios. Se trata, sin embargo, de la escritora más importante de nuestra historia, y una de las narradoras más influyentes de Hispanoamérica. Se cumplen ahora 120 años de su nacimiento y 30 de su muerte, y por esa razón Penguin publicó en un solo mes la totalidad de sus libros. Italo Calvino, que era su lector, la definió con justeza: «La fuerza de la sutil ferocidad de Silvina Ocampo reside en que siempre se mantiene tranquila, impasible. Como la ferocidad de los niños, que no excluye una mirada límpida y una leve sonrisa».

Maestra del género fantástico, Cortázar se exaltó con sus «historias memorables», César Aira la considera «un genio» y el legendario J.R Wilcock profetizó: «Un día sus cuentos serán muy apreciados, como hoy lo son los de Chéjov y Kafka». En esta colección, otro libro raro —'Ejércitos de la oscuridad—'- guarda ocurrencias, tramas y aforismos al paso. Allí habla de un sueño recurrente que quizá sintetiza su literatura: «Estoy sentada en el jardín de mi infancia. Nunca termina el día: un día perfecto, divino. Y lloro porque no terminará jamás. No hay nadie. Es la eternidad».

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