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El periodista que escribió la crónica más difícil
Cuando el maestro de cronistas vuelve por fin su vista hacia adentro y hacia atrás, y se pinta a sí mismo sin concesiones. Cuando la ELA lo acorrala
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Iniciar sesiónCuando cumplió cincuenta años reunió a unos pocos amigos en una casa de Buenos Aires y nos regaló a cada uno un ejemplar de 'Una luna, «libro souvenir» que relataba historias de jóvenes migrantes y viajes a ciudades remotas, y donde su autor ya agregaba ... apuntes personalísimos. Comprendí recién en ese momento que Martín Caparrós —el gran cronista latinoamericano, el explorador incansable, nuestro Kapuscinski— viajaba por el mundo para estar solo, y que lo aquejaba la ansiedad de quien no puede permanecer demasiado tiempo en un sitio sin pensar que se está perdiendo algo. En su infancia había visto y leído varias veces 'La vuelta al mundo en ochenta días', y en su madurez se inventó un oficio que le permitiera cumplir esa clase de peripecias.
Lo conocí en los lejanos años noventa, cuando lo llamé para advertirle que Carlos Fuentes andaba diciendo por toda Europa que Caparrós era el mejor escritor argentino. Luego nos frecuentamos a lo largo de la vida, nos confiamos secretos narrativos y sentimentales, y discutimos de política y de periodismo: cuando yo era subdirector del diario Perfil sugerí que lo contratáramos como corresponsal en Nueva York, donde hizo un trabajo original e imborrable; cuando él era vicedirector del diario Crítica quiso llevarme como redactor jefe y como me negué estuvo sin hablarme tres meses.
Tuvimos broncas y diferencias, pero nunca consiguieron quebrar el afecto. Padecimos juntos el kirchnerismo, y sobre todo su impostura setentista, y antes de escaparse a España, agobiado por el clima denso que se respiraba en nuestra patria, una tarde caminando por el borgeano barrio de Palermo me confesó que la más difícil crónica soñada no consistiría en narrar existencias lejanas o exóticas, sino en contar detenidamente la vida de una sola manzana: cuatro calles, familia a familia, vecino a vecino.
Ajustando aún más la mira, siempre pensé que la crónica más difícil de todas sería, en realidad, una autobiografía minuciosa y descarnada: cuando el maestro de cronistas vuelve por fin su vista hacia adentro y hacia atrás, y se pinta a sí mismo sin concesiones. Nunca quiso hacerlo hasta ahora, cuando la ELA lo acorrala y le permite demostrar una templanza admirable y la misma clase de valentía que lo condujo por los territorios más peligrosos del planeta.
Todos estamos sentenciados a muerte, sólo que ignoramos la fecha y una o dos circunstancias acerca de cuándo y cómo se presentará. Caparrós tiene algunas precisiones más —tampoco muchas—, y esa es la única diferencia entre él y nosotros. Esa consciencia terrible le permite, sin embargo, no sólo pensar la enfermedad y la finitud con una lucidez impiadosa, sino contar a la manera de Stefan Zweig en 'El mundo de ayer' los hitos de nuestra generación. 'Antes que nada' es una obra maestra no por cuestiones clínicas o melancólicas, sino porque allí un joven argentino retrata su tiempo, y con audacia a veces saludablemente impúdica describe las experiencias límite que lo cruzaron: la guerrilla, la revolución, la política, el sexo, la cocaína, la vanguardia, el esnobismo, la popularidad, y el amor como incendio y como pena. Es decir, la literatura.
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